La espantada de Imaz

Si Josu Jon Imaz ha decidido no presentarse a la reelección como Presidente del Euskadi Buru Batzar del PNV se ha debido, fundamentalmente, a que no estaba nada seguro de su victoria en el proceso electoral interno que concluirá el primer fin de semana de diciembre, y a que no tenía ninguna gana de volver a mantener un “cuerpo a cuerpo” con su oponente Joseba Eguibar como el que libraron hace cuatro años y que se saldó a su favor por un escasísimo margen de votos.

               

También es cierto que Imaz tenía en estos momentos una discrepancia profunda con Ibarretxe, al no ser partidario de que el lehendakari siguiera con su idea de convocar un referéndum para que los vascos pudieran decidir su futuro –como si no lo hubieran estado haciendo en estos treinta últimos años elección tras elección- mientras que ETA no desapareciera totalmente. Esa postura habla bastante bien de Imaz porque refleja una cierta talla moral al supeditar los objetivos políticos de su partido a una ausencia total de violencia.

 

Asimismo, de cara a un futuro, Imaz apostaba por un mayor entendimiento de su partido en las Instituciones Vascas con los partidos no nacionalistas, preferentemente el PSE, en clara contraposición a las preferencias del lehendakari de seguir con el actual tripartito vasco que conforman el PNV, EA e IU.

Pero de ahí a colocar a Imaz –como se ha hecho en estos meses en diferentes medios políticos y de comunicación en Madrid- como el gran moderado del PNV y que su retirada puede suponer, en la medida que su partido tome una deriva soberanista una “mala noticia para España” (Rajoy dixit), dista un abismo.

A todos aquellos que de una forma superficial y/o ingenua colocan a Imaz el cartel de “bueno” y a Ibarretxe o Eguibar el de “malo”, habría que recordarles una serie de extremos como los siguientes: Imaz era el Presidente del PNV cuando en diciembre de 2004 su partido apoyó en el Parlamento Vasco el denominado “Plan Ibarretxe” que posteriormente fue rechazado en el Congreso de los Diputados y que constituía un claro proyecto de secesión de Euskadi del resto de España.

Convendría también recordar que Imaz ha apoyado absolutamente en estos tres últimos años la negociación política que Zapatero ha mantenido con ETA. Tampoco convendría olvidar que cuando el PNV pactó en 1998 con la banda terrorista excluir a los que ellos llamaban partidos “españolistas” –PP y PSOE- de las Instituciones Vascas, no figura en las hemerotecas ninguna declaración del entonces ya destacado cargo público Josu Jon Imaz denunciando ese vergonzante y vergonzoso pacto de su partido con ETA.

Efectivamente se puede decir que Imaz resultaba más simpático, más agradable que su predecesor en la presidencia del PNV, Xabier Arzalluz, lo cual tampoco era muy difícil de lograr. Pero se equivoca quien no tenga en cuenta que Imaz nunca hubiera llegado a la presidencia del PNV si no fuera, como por otra parte es lógico, un nacionalista hasta las cachas. A Imaz le ha obligado a dimitir la radicalidad que aflora en los partidos nacionalistas de todo signo cuando alguien osa plantear políticas más moderadas, de entendimiento con quienes no son nacionalistas.

 

Pero el PNV, con Imaz o sin Imaz, tiene una gran deuda con la democracia española que fue enormemente generosa con este partido en la transición política. Y constituye una profunda deslealtad con el Estado que transcurridos treinta años de aquel momento, el partido que en su día fundó Sabino Arana siga instalado en planteamientos tan poco actuales con los tiempos que corren como defender la independencia de Euskadi en la España y en la Europa de comienzos del siglo XXI.

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