La falsilla republicana

Una fatalidad plomazo ha hecho coincidir dos circunstancias ya estomagantes por separado, pero totalmente insufribles al presentarse unidas. Si el septuagésimo quinto aniversario de la proclamación de la Segunda República nos hubiese llegado con el PP en el poder, la fecha se habría mencionado de forma un tanto protocolaria, aunque es de suponer que hubiéramos asistido a un nuevo episodio sonrojante para la derecha de este país: a instancias de la oposición y para evitar nefandas –y erróneas– filiaciones ideológicas, a buen seguro que el Gobierno de extremo centro se hubiera aprestado a aprobar en el Parlamento alguna mamarrachada como aquélla según la cual lo que se produjo el 18 de julio de 1936 fue «un golpe de Estado fascista», sin más.     Sin embargo, la situación es otra y, ahora que celebramos esta efeméride más o menos redonda, no sólo nos preside un señor del PSOE –al fin y al cabo, otro señor del mismo partido nos presidía cuando se celebraron los sesenta años, más redondos aún, de lo mismo, pero pasaron bastante desapercibidos–, sino que éste encima se declara «rojo» y gobierna en coalición tácita con Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Cataluña, formaciones que sienten por aquel periodo una veneración tan obsesiva como precariamente fundamentada. Así tenemos lo que tenemos: no sólo declaraciones grandilocuentes desde las más altas instancias sobre el orgullo y la satisfacción que deben producirnos aquellos cinco años erráticos, sino iniciativas legislativas de lo más variopinto y sectario para honrar una parcial «memoria histórica».   Es lo bueno de estar en el poder, que uno puede pegarse atracones de lo que le gusta a cuenta del presupuesto. Como estos socialistas son los más ideologizados –y, por tanto, los más extremosos– desde por lo menos los años treinta, han decidido emplear todos los organismos públicos en los que tienen mando y plaza para darnos la turrada con su época de referencia, desde el BOE hasta la Biblioteca Nacional comandada (mejor aún, comisariada) por la inigualable Regás, pasando por el Estravagario de Rioyo en una RTVE que por primera vez, dicen, no es de partido. Al final, venga con el capitán Lozano, y dale con la democracia modélica arrasada por las fuerzas oscurantistas, y torna con que debemos recuperar la esencia de aquel régimen ideal.   Tanto empeño ponen en esta tarea, que están cometiendo exactamente los mismos errores de entonces. Con consecuencias a otra escala, porque hoy somos europeos y además posmodernos, pero en lo fundamental esta izquierda se conduce como aquélla, que no sólo despreciaba al discrepante, sino que le negaba cualquier legitimidad, para relegarlo en último término a la condición de ciudadano de segunda. Al llegar al poder, el programa de Zapatero era un folio en blanco. Y para ir redactando algo durante la legislatura, puso debajo la falsilla republicana. Así va quedando por escrito el presente de España. Con los renglones torcidos.

 
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