La fotogenia del tanque

Primero en Túnez y luego en Egipto, los tanques han tomado la calle. La mayoría de países tiene el hábito de sacar sus tanques a paseo por lo menos una vez al año, en el desfile del día de la patria o en el de las fuerzas armadas. No asustan, porque todo es de mentira. Los blindados se alinean bonitamente para la parada, braman como parte del espectáculo con la potencia temible de sus motores y sus orugas, que mueven al aplauso estremecido de la multitud asistente, cubren el tramo previsto, de un punto a otro de la amplia avenida flanqueada de tribunas y banderas nacionales y, tras cumplir con su vistosa misión, unos militares sonrientes aúpan a los niños hasta la torreta mientras sus padres les hacen carantoñas y fotos de recuerdo. Se ha llevado al dóberman bien sujeto con la correa, se le ha puesto el bozal y, acariciado un poco, se le devuelve a su lugar de costumbre, donde no provoca riesgo.

En realidad, más que de un perro peligroso, el tanque puede llegar a sugerirnos la imagen de un animal antediluviano: por sus dimensiones; por el blindaje impenetrable que recuerda a determinadas protecciones óseas de aquellos seres; por el potencial destructivo que es capaz de desplegar; por un arcaísmo que no es solo físico sino también de concepto. Ver un tanque fuera de una base militar es hoy casi tan insólito como ver un tricerátops fuera de un museo. ¿Carros de combate, si no se trata de un desfile o de una misión internacional en algún país lejano? ¿Vehículos de guerra con un cometido aquí, en el barrio donde uno vive? Cuando se da esa situación, el tanque adquiere su grado máximo de fotogenia. Ya no es solo un armatoste ruidoso, ajeno por completo a nuestra realidad: se transforma en representación grávida del poder y de la historia, y eso es ya mucho decir.

El tanque simboliza el poder, y la fuerza –nociones que nosotros deslindamos y los alemanes reúnen en su término Macht–, precisamente porque les da cuerpo, los corporeiza, en la defensa que proporciona el blindaje y en la capacidad de ataque que otorga el cañón. Es el poder porque es la fuerza, a la que aquel puede llegar a apelar como ultima ratio. Asimismo el tanque representa la historia porque su mera presencia indica que algo importante está ocurriendo. Los carros de combate traen consigo los miedos de los golpes de Estado y las esperanzas de las revoluciones, cumplidas o frustradas. En el imaginario común hay grandes momentos que se les asocian: tanques a las órdenes de Milans recorriendo Valencia sin rumbo cierto el 23-F; tanques entreverados de claveles en Lisboa un mes de abril; tanques en Pekín que intentaban sortear la insolencia de un joven que se les interponía, clamando libertad en Tiananmen. Semanas atrás, la prensa traía la foto de una joven a la que un chico retrataba con el móvil. Era en Túnez, con un blindado detrás. Posaba desenfadada. Sonreía.

 
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