Esas fuentes misteriosas

No hace mucho tiempo, en el fútbol, cuando había un jugador lesionado, cualquier compañero o rival detenía el juego lanzando el balón a la banda para que pudiera ser atendido. Después, el otro equipo devolvía el balón en el mismo punto donde había salido, recibiendo la ovación del público por su espíritu deportivo. Hoy sabemos bien que las cosas no son exactamente así. Si no es el árbitro el que se ve obligado a parar el juego antes del fallecimiento del dolorido futbolista, es el lesionado que estará fingiendo, y si no, será el encargado de devolver la pelota deportivamente al rival el que esté a punto de aprovechar la confusión, y la emoción del momento, para intentar marcar un gol con un potente zambombazo. En el fútbol, y en muchos otros ámbitos de la vida, se están olvidando las más mínimas normas de educación, de cortesía, de justicia y de moral. Algo parecido está sucediendo también en el periodismo.

Hace algunos días el diario musical que coordino, Popes80.com, publicaba una novedosa información sobre el grupo Los Ronaldos. Al día siguiente, Los40.com –portal musical de Los 40 Principales- recogía esa misma noticia, con ligeros matices. A la hora de citar la fuente no lograron ser más confusos, ya que sustituyeron cualquier mención a “Popes80.com” por la ambigua frase “según un conocido magazine musical”. En la redacción de “ese conocido magazine musical” en el que trabajo, la jugada sentó bastante mal, sobre todo porque no es la primera vez que sucede algo así. Resulta difícil entender por qué gente tan preparada y con tantos medios a su disposición como Los40.com necesitan llevar a cabo acciones tan rastreras y antideportivas. Nadie pone en duda que sea una buena práctica periodística recoger informaciones de otros mencionando las fuentes. Nadie discute tampoco que en ocasiones pueda tratarse de un error, de un olvido, o de simple desconocimiento. Pero cuando uno hace referencia a “un conocido magazine musical” y no lo cita, no deja lugar a dudas sobre sus intenciones. Está todo bien clarito.

Tampoco es que esto de hablar de “blanco y en botella” para no decir “leche” sea totalmente nuevo. Es posible que la moda la iniciara Aznar el día en que comenzó a hablar de un “poder fáctico fácilmente reconocible” para referirse al grupo PRISA. Continuaron esa misma línea los del anuncio de Cofilac –ese inolvidable regulador del tránsito intestinal- cuando uno de los protagonistas, tras conocer las bondades del producto, pronuncia esas indecentes palabras: “Esto [de Cofilac] se lo tengo que contar a alguno que yo me sé”. Por supuesto, no desvela la identidad del enfermo. A propósito de esto, creo que es el gran Alfonso Ussía el que dice con frecuencia que hay enfermedades que, por muy dolorosas que sean, es preferible padecer en silencio y en secreto.

En los confidenciales, y en los medios digitales en general, sus responsables saben bien de qué va la cosa. Últimamente ya no se roba información sin permiso. Los medios tradicionales han comenzado a utilizar este sorprendente y absurdo sistema que consiste en citar la fuente sin citarla. En el caso de los confidenciales, cuando los medios tradicionales quieren hacer uso de su información, la moda es escudarse en un inquietante “según han publicado algunos confidenciales de Internet…”. Como si todos fueran lo mismo, formaran una gran ONG de la información secreta, o todos pertenecieran al mismo dueño, o como si quien firma esa información no tuviera la menor idea de lo que cuesta hacerse con una exclusiva en pleno siglo de las comunicaciones. Habría que explicarles a quienes obran así que no se es menos rastrero por robar información a un medio digital que por usurpar una exclusiva a uno convencional. Es exactamente la misma canallada.

Decía Chesterton en una de sus citas más conocidas y manoseadas que “el periodismo consiste esencialmente en decir ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Pero lo decía hace algunos años. Hoy, quizá, habría añadido: “(…), aunque algo habían leído en un confidencial de Internet”. Y es que lo que nos consuela hoy es que Internet amplía enormemente la libertad del consumidor de información y eso le permite distinguir mejor entre las buenas y las malas prácticas profesionales. Cada vez más gente lee o escucha, en los medios convencionales, informaciones que ya había adelantado tiempo atrás algún confidencial o algún portal de Internet. Los tiempos están cambiando por fin. Y no todos se están adaptando, pero los consumidores de información no son tontos. A la primera pueden llevarse a engaño, pero a la segunda ya sabrán bien a dónde acudir la próxima vez que quieran saber, antes que los demás, quién era ese tal lord Jones, de qué ha muerto, cuál era su comida favorita y con qué dedo acostumbraba a llamar al timbre.

 
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