La función

Todavía algún haz esporádico hiende las sombras espesas de siluetas, algún haz de luz temblorosa que rebusca el número exacto entre las hileras de asientos: los acomodadores guían con sus linternas a las últimas parejas rezagadas.

Hace un momento se ha hecho la oscuridad. Se han apagado casi a la vez la enorme araña que pende sobre la platea y los apliques que jalonan la pared cóncava del patio de butacas, de los palcos, del paraíso. Se ha hecho la oscuridad, una oscuridad atenuada por los pilotos de emergencia que hay sobre las salidas y en el suelo, a lo largo de los pasillos, y atenuada también por las fosforescencias, aquí y allá, de quienes comprueban si han desactivado el sonido del móvil.

Con la oscuridad se ha hecho asimismo el silencio. Un segundo después de concluir el fundido lento de las lámparas, ha cesado la ambientación musical que daba a los asistentes una bienvenida discreta, casi subrepticia; tanto, que solo ahora que falta se percibe por contraste su presencia anterior. Pero si la oscuridad en la sala es relativa, también lo es el silencio, silencio precario de muchedumbre acallada, de concurrencia que aflora sin quererlo en una dispersión de toses, de murmullos, de risitas amortiguadas.

Hay además un rumor como de aleteo. Lo provocan las personas que aún no se han aclimatado a la temperatura del interior del teatro, expuestas hace un momento como estaban a la intemperie de la calle, y acaloradas ahora. Aprovechan, como abanico, el programa de mano que han cogido a la entrada, que han leído con avidez para tratar de averiguar más datos de la obra, de sus intérpretes, de la trama. Y en él no han hallado ninguna concreción. Su curiosidad se ha visto insatisfecha con una sinopsis que contenía poco más que vaguedades, y con una escueta nota de reparto donde figuraba tan solo el nombre del protagonista, aunque se sabe que en la acción intervienen varios personajes.

Algún espectador atento al panorama escénico de otros lugares ha comentado que en Barcelona se está representando una pieza de género similar, no muy bien acogida por la crítica, cuyos rasgos esenciales podrían parecerse a los de la obra que va a estrenarse esta noche. Nada se sabe con certeza. Nada, excepto que las luces llevan ya varios minutos apagadas, que el telón no se mueve, y que el público empieza a impacientarse. Esta tensa espera ante la función inminente es España desde el domingo. Alguien, desde un palco, lanza el primer silbido.

 
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