La humillación del macho francés durante los “años eróticos” bajo dominio nazi

Si los franceses tienen a gala el detenerse ´”a la puerta de la alcoba” al hablar de los demás, Buisson no tiene reparos en franquearlas todas para describir la Francia humillada durante la ocupación alemana, que vive de fiesta y sexo junto al invasor para olvidar sus penas.

“Hablar de fraternización sería abusivo” comenta Buisson, “pero no ver la extraña fascinación que ejerció entonces el ejército alemán sobre una población desorientada, animada por un violento resentimiento contra los últimos dirigentes de la III República, sería igualmente absurdo”.

Y la admiración, más que técnica, es física, no en vano los alemanes practican el culto del cuerpo masculino, como símbolo de la nación alemana.

Buisson señala que “el modelo de guerrero interiorizado por los peludos (los soldados de la I Guerra Mundial) como símbolo de la virilidad triunfante ha salido extenuado del primer conflicto mundial”. Desacreditado por la hecatombe y protegido por madres, esposas o novias que han pasado del estoicismo y la resignación a aconsejar el no exponerse inutilmente, el hombre francés tiene que soportar cómo el enemigo despierta la admiración entre sus mujeres, y también entre los hombres, como el ministro de Educación, Abel Bonnard, apodado la “Gestapette”, por su condición de homosexual y admirador del nazismo.

Un periodista americano, Stanley Hoovard, a la vista de tantos militares paseando por las grandes avenidas de la capital “ganduleando en compañía de bellas criaturas”, se pregunta quién está luchando en este país.

Buisson recorre todos los ambientes impregnados de este erotismo nazi: también el cine, la literatura o el espectáculo. Aunque no todo son castañuelas: distintas investigaciones revelan que las mujeres de los prisioneros de guerra, constituyen el 60% de las prostitutas que ejercen en París.

Con la liberación llegará también la represión en la que “contrariamente a las ideas concebidas, numerosos resistentes, si no fue la Resistencia entera, estuvieron directamente implicados” concluye Buisson. Una represión que “bajo capa de patriotismo, sanciona sobre todo las sexualidades autónomas disfrazadas para las circunstancias bajo el atavío de traición”.

Entre el modelo germánico vencido y desacreditado y el del seductor yankee que está tomando el relevo, la Francia masculina necesita tomarse la revancha.

 
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