La ideología de Hugo Chávez, todo un enigma

Como cuadra a todo revolucionario ortodoxo, lo primero que hizo el comandante Hugo Chávez fue cambiar el escudo. Una alteración imperceptible para un extranjero, pero importante para el propio dirigente: el caballo que en él figura, y que desde siempre trotaba hacia la derecha, varió de rumbo y ahora galopa en sentido contrario. Y no deja de ser lógico, pues no puede el escudo orientar a sus ciudadanos hacia la diestra cuando el Estado en pleno marcha resueltamente hacia la izquierda, hacia “el socialismo del siglo XXI”.

Para el europeo habituado a la rigidez ideológica, el denominado “chavismo” es una mezcolanza incomestible. Si la iconografía ideológica soviética incluía a Marx, Engels y Lenin (más tarde se les sumó temporalmente Stalin), la actual iconografía venezolana da prioridad a Jesucristo, Bolívar y Marx. En caso necesario, cuando requiere un apoyo ideológico, Chávez reanima las casi olvidadas imágenes de Lenin, Mao, Che Guevara, Rosa Luxemburgo, la inevitable Klara Zetkin, y así. Sin hablar de Fidel Castro, que se está recuperando.

El comandante tampoco echa al olvido al más célebre terrorista del pasado, en otros tiempos elevado a la condición de mejor amigo del pueblo palestino: Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos o “Chacal”, venezolano y estudiante de la Universidad Patricio Lumumba de Moscú. Actualmente Ilich cumple la condena en Francia donde, sea dicho de paso, tiene litigios pendientes con el Estado porque en una entrevista declaró que entre las víctimas del terrorismo no hay inocentes. Pues bien, Chacal es el ídolo de Chávez de aquella época, en que luchaba por el poder. Ahora, ya jefe de estado, don Hugo prefiere no evocar su intercambio amistoso de cartas con el terrorista.

Si los integrantes del primer trío: Marx-Engels-Lenin estuvieron fuertemente vinculados entre sí por una ideología, los del segundo: Jesucristo-Bolívar-Marx parecen no tener entre sí afinidad alguna. Según dijo un jerarca de la Iglesia católica, afirmar que Jesucristo fue socialista y político, como hace Chávez, sería tanto como decir que el hijo de Dios fue aviador. Dicho en otros términos, un absurdo total. Bolívar, aunque luchaba por la independencia de la América Latina, tampoco fue socialista sino liberal. De lo cual se deduce que Marx, ateo y comunista, no puede ser comparado ni con el primero ni con el segundo. Pero esto vale en Europa, mientras que en el Cono Sur se compatibiliza lo más incompatible.

Además, es bien sabido que el mero hecho de tratar de fusionar el Evangelio con el Capital no supone una novedad absoluta para la región latinoamericana. Cabe no olvidar que la llamada “teología de la liberación” surgió y se robusteció precisamente en el Nuevo Mundo. Y Hugo Chávez utiliza magistralmente las viejas ideas.

Por desatinado que pueda parecer, de facto el Nuevo Testamento presta moralmente la ayuda valiosa al régimen de Chávez. Escuché con mucho interés el largo discurso del comandante ante el primer pelotón de propagandistas llamados a trabajar a lo largo y ancho del país para crear el Partido Socialista Unificado de Venezuela. Pues bien, el solemne juramento pronunciado por los agitadores-marxistas ante su líder comenzaba apelando a Dios.

La Iglesia está enormemente indignada, pero es incapaz de hacer algo. Venezuela acoge hipnotizada los discursos y canciones del comandante quien, para aligerar sus numerosas intervenciones, en las pausas entre lecciones sobre temas políticos, recuerda cómo jugaba al fútbol, cómo estuvo a punto de ahogarse en un río impetuoso, cómo escapó —disfrazado— a la justicia, cómo preparó el golpe, el tiempo en que permaneció encarcelado, sus conversaciones con Fidel, y para colmo, entona las canciones que le gustan que son acogidas con entusiasmo por el auditorio. Naturalmente, el socialismo caribeño es así de original. Resulta difícil imaginarse a Lenin o Stalin cantando en la tribuna coplas a la “bella Carmen”, pero Chávez lo hace y su prestigio no se ve dañado.

Es un orador excelente, demagogo y populista; sabe perfectamente qué puntos sensibles tocar, el principal de los cuales es el antiimperialismo, mejor dicho, el antinorteamericanismo que le garantiza la solidaridad no sólo de sus vecinos regionales, sino también la de quienes moran lejos de sus fronteras. A veces traba amistad con personajes sumamente sospechosos como Ahmadineyad o los dirigentes de Hamas, pero los vínculos internacionales y la influencia de Venezuela a escala mundial crecen como la espuma. Según recientes sondeos efectuados en Latinoamérica, es ya el segundo país más influyente de la zona, por detrás de Brasil, lugar al que ha accedido tras desplazar a México y arrancando desde una situación poco prestigiosa.

A este respecto, procede señalar el papel que desempeña el dinero que el comandante saca de la caja de la compañía petrolera estatal PDVSA. Ese dinero es destinado no sólo a los programas sociales del Estado, consagrados a erradicar el analfabetismo o construir viviendas para los pobres, lo que, naturalmente, es un noble propósito, sino que también se invierte en ayudar a los amigos. Chávez subsidia a Cuba, Bolivia, Argentina y Nicaragua, a varios países africanos y asiáticos, ha otorgado el régimen de nación más favorecida a China y, junto con Irán, planea constituir un fondo de apoyo a los países que asuman una postura antiestadounidense.

 

Naturalmente, puede considerarse, como lo hace la oposición, que Chávez despilfarra el dinero de todos, pero también se puede enfocar desde una óptica distinta: lo que hace es sustentar y fortalecer el apoyo internacional a su régimen porque, por supuesto, Hugo Chávez no quiere quedarse a solas con EEUU.

La oposición venezolana establece con frecuencia comparaciones entre el socialismo radical y la socialdemocracia europea. Por un lado, el estalinismo, la “revolución cultural”, de Mao, la precaria “cesta social” de los cubanos, etc.; por el otro, la labor rutinaria exenta del heroico ímpetu revolucionario de la socialdemocracia que, en resumidas cuentas, trajo una vida acomodada y estable a Europa.

No siempre resulta fácil desenvolverse en un medio a la vez heroico y confortable: los adversarios del presidente evocan muy a menudo la idea expresada en cierta ocasión por Bertold Brecht de que son dichosos los pueblos que no tienen héroes. Léase: si damos crédito a Brecht, y habida cuenta de que Chávez va de héroe, todo permite suponer que en los venezolanos accederán en breve a una vida dichosa.

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