La interminable jornada infantil

Atrás quedaron las vacaciones para dar paso al curso escolar que está por comenzar. Un poco más tarde, pero no lejos empezarán a llegar múltiples propuestas de actividades extraescolares. Venidas de los más diversos lugares inundarán los hogares con estupendas ofertas diseñadas para nuestra época, la de la crisis. Después el gran dilema. La semana de tan sólo siete días ¿podrá concentrar todas las materias que me gustaría que mi hijo dominara? Por un lado se habrá de destinar el tiempo necesario para aprender al menos dos idiomas. El deporte en sus más diversas especialidades “conditio sine qua non” para una vida sana, no puede faltar. Tampoco hay que olvidar un día para el aprendizaje del dibujo, y otro más para dominar algún instrumento musical.

Desde luego todo este sinfín de conocimientos contribuye a estimular inquietudes e impulsar la creatividad. Pero dado que en la mayoría de las ocasiones estas destrezas se realizan fuera del horario escolar, a nadie le podrá extrañar que su pequeño gran hombre se vea sometido a una intensa jornada, similar o más extensa que la de sus propios padres. Lo que ocurre es que lo que necesitan los niños no siempre coincide con lo que les conviene a los padres. Con una madre y un padre sometidos también a un horario laboral inacabable, intentan solucionar su ausencia en el hogar con más y más ocupaciones a su querida prole, y desde la más tierna infancia. Y si se piensa que las actividades extraescolares son una de las soluciones para compaginar la vida familiar y laboral, mal pensado está. La conciliación no se basa en ampliar el horario escolar, más bien de lo que trata es que sean los padres los que gocen de más tiempo libre para estar con su familia.

Además, el problema es que cada vez con más frecuencia oímos hablar del estrés que sufren los más pequeños de la casa. Atormentados por una agenda escolar y extraescolar excesiva, imposible de asimilar y superar, caen enfermos de puro agotamiento y ansiedad.

De manera que conviene preguntarse sí es realmente necesario o, por lo menos conveniente, apuntar al niño a tal o cual actividad. Claro que aquella que esté dotada para la música, por ejemplo, que aproveche su talento no lo vaya a perder. Ya decía Aristóteles que todos deseamos por naturaleza saber y, de entrada, nos gozamos de aprender cosas nuevas. Pero lo que no podemos pretender, es tener a los niños saturados de interminables actividades para privarles del juego -tan necesario- y de lo que es más importante, de su vida familiar.

 
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