El joven como reclamo electoral

En estas semanas previas a las elecciones municipales y autonómicas, los partidos se ufanan públicamente de su inclusión en las listas de un buen número de candidatos menores de treinta años, es decir, de eso que sin un término ad quem muy concreto –porque el criterio delimitador es cada vez más elástico–, se denomina «jóvenes».

La juventud como concepto proyecta un haz de interesantes connotaciones que la política puede rentabilizar desde una perspectiva propagandística. Insinúa a la vez pureza y rebeldía, candor y dinamismo, desapego del interés y entrega altruista a cualquier causa noble. Según esta concepción simple que subyace a lo que Martín Ferrand suele denominar «efebocracia», el joven se asemeja en cierto modo al buen salvaje erigido en mito: hay que quitarle el pelo de la dehesa para que no se arrisque, pero tiene una fibra moral insobornable, y en su corazón no anidan sino múltiples virtudes.

Así pues, la presencia del joven en una lista electoral se estima como muy conveniente para sobredorarla de idealismo. Y si el partido en cuestión es de derechas, puede además recurrir a él como argumento para conjurar el reproche que más teme: el de la vetustez, la regresión y el encadenamiento a los lastres del pasado. Aunque sólo sea por motivos cronológicos, el joven no lleva demasiado transitar en las sandalias, y aún no se le ha vuelto costroso el polvo acumulado en el camino.

Pero el joven tiene su reverso, y no es impertinente mencionar aquí su bisoñez y su posible inanidad. Nada importa esto último a la burocracia de los partidos, que suele fomentar el encumbramiento de los mediocres por un mero hecho biológico que acaba curándose con el tiempo. El caso de Leire Pajín es de libro. En su momento fue la diputada más joven de toda la historia parlamentaria española, y hoy es secretaria de Estado de Cooperación Internacional. ¿Gracias a su precoz talento? No lo creo: pocas veces he sentido tanta vergüenza ajena por la torpeza sintáctica y conceptual de alguien como cuando la vi conferenciar –recién adquirida su acta– precisamente sobre la juventud y la política.

Con la parcelación transversal, tácita o expresa, que va imponiéndose en las listas electorales, dentro de poco será necesaria la habilitación de otra cuota para que no sólo las mujeres, sino también los mayores de treinta años puedan acceder como mínimo al cuarenta por ciento de los puestos de una candidatura. Y si no, acabará ocurriendo como en Israel, que ha surgido una formación política constituida expresamente por jubilados para defender sus intereses. A ver. Qué remedio.

 
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