La locuacidad de los materiales

Entre los tecnicismos palpita el corazón de las cosas, que no mueren pero se hacen viejas y tienen achaques sin dolor. Afirma el perito Alonso de Corcuera sobre los originales de Bárcenas publicados por El Mundo que «el documento dubitado sí presenta las características documentoscópicas propias de un documento cuya fecha de datación está comprendida entre 1997 y 1999».

Las tintas se fatigan como una voz cascada por la edad, el contraste del trazo se va fugando hacia los adentros de la línea igual que en las personas timbre y tono terminan extraviados en los recovecos de una garganta con carraspera. Y el papel. La triste, conmovedora, callada consunción del papel allá donde ha habido un roce, allá donde ha habido un doblez, ese papel que acaba tazado como el cuello y los puños de la camisa que uno se ha puesto mucho.

Se podría datar una camisa, sin que entre la ciencia en ello, por inferencias sobre la moda que la parió, por el recuerdo vago o nítido de haberla lucido en ciertas ocasiones, por las fotos que en efecto así lo atestiguan. Se podrían datar los papeles manuscritos, en caso de no estar directamente fechados, por conjeturas acerca de un contenido que parece corresponder a tal momento y no a otro, o por la indicación aproximada —si el autor fue uno mismo— que nos da el dudoso calendario de las emociones.

Dicho esto, me fascina la contraposición entre la naturaleza glacial del asunto al que el perito ha aplicado su análisis y la potencia lírica que los resultados alcanzarían en un caso diferente. Si en lugar de los fríos apuntes contables del gerente de un partido estuviera en escrutinio, pongamos, una declaración de amor sin data, la locuacidad de los materiales parecería aún más primorosa al comunicarnos silenciosamente el momento de los hechos.

Y hasta cuándo seguirán los materiales con su locuacidad es cuestión perecedera, porque de aquí a poco no ha de haber siquiera materiales —materiales de verdad, de materia auténtica, la que se deteriora y da pistas— que nos hablen y nos aclaren las dudas con su signo involuntario. Anotado todo en soporte digital, como es cada vez más frecuente, se acabarán las tintas apagadas y los papeles con rozaduras. Peritar los entresijos de un software no puede tener el mismo encanto. Un Excel no envejece. Como mucho, se desactualiza.

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