El mal de altura de Melendi

Que no. Que no son de otra pasta. Que si los despojamos del circo mediático nada les distingue de cualquier otro ser humano que pisa la tierra. Que ya está bien de esos aires de superioridad, de levantar la cabeza y escupir gansadas constantemente por encima del bien y el mal. Les distingue el dinero y la fama, pero los igualan la condición humana y la ley. Se vistan como se vistan. Digan lo que digan. Ganen lo que ganen.

Pero ellos no lo entienden. No es uno, ni dos. Son una importante mayoría. No lo entienden. No les entra en la cabeza. Me refiero al “mal de altura” de Melendi, pero también al de Eminem, al de Bosé, al de Robbie Williams, o al que ustedes les de la gana.

Podemos aceptar que son famosos. Sí, claro. Que en algunos de los casos ganan mucho dinero. Por supuesto. Que unos pocos de ellos son buenos artistas. Nadie lo duda. Y que un grupo aún más reducido de ellos utilizan su fama para aupar buenas causas. Estupendo. Pero no podemos aceptar que nos impongan lecciones magistrales de política internacional. Su capacidad para sentar cátedra sobre temas éticos, sociales o morales sobre los que, en muchas ocasiones, no tienen ni idea. Rechazamos, por supuesto, en muchos de ellos, sus complejos de superioridad, su afán por la exhibición a cualquier precio, su ambición económica y su extravagancia hortera.

A Melendi lo han detenido –para tomarle declaración- por emborracharse en un avión y armar un cisco tan grande que ha obligado al piloto a regresar al aeropuerto de Barajas, cuando llevaban varias horas de vuelo hacia México. El asunto se ha sacado un poco de quicio por la gravedad de las consecuencias de la actitud del cantante. No es frecuente, salvo secuestros, complicaciones climatológicas extremas o amenaza de atentados, que un avión, con más de 200 pasajeros que se dirigen a México, de la vuelta y regrese a Madrid. Y menos, que la causa de ese imprevisto sea un artista español de fama internacional que, con una cogorza significativa -imagino que sería de grandes proporciones-, arma un jaleo desproporcionado porque la azafata se niega a darle más alcohol.

Lo cierto es que, casi a diario, artistas y famosos diversos protagonizan escenas igualmente intolerables en lugares y situaciones que no siempre trascienden a la prensa, ni son tan aparatosas como esta lamentable anécdota del rumbero de Oviedo. No siempre nos enteramos de que tal o cual artista famoso ha intentado aprovecharse de su condición pisoteando a alguna dependienta, amenazando a un guardia de tráfico, o despreciando a un camarero. Y el argumento, muchas veces, es el mismo: “usted no sabe quién soy yo”.

Melendi ha salido ahora cabizbajo –y, supongo, con una resaca de altura- y pidiendo disculpas por lo sucedido. Ha explicado que tiene miedo a volar, por lo que decidió tomarse “dos copas” antes de subirse al avión. Pero que después, ante el temor a sufrir un ataque de pánico, intentó conseguir más alcohol y cuando se lo negaron, la armó. Aunque insiste en que la medida del comandante fue “desproporcionada”.

A mí lo que me parece desproporcionado es endosarse ese viaje a México en avión, de unas diez horitas, si uno tiene miedo a volar, o armar una trifulca de semejante calibre en pleno vuelo comercial transoceánico.

Decenas de fans de Melendi nos han escrito a Popes80.com diciendo que están desilusionados y que no volverán a comprar sus discos ni acudir a sus conciertos. Eso es un tanto injusto. Porque a la gente hay que darle más de una oportunidad. Y, sobre todo, porque esos mismos fans no le retiran su apoyo cuando éste, de una u otra forma, promociona drogas desde su alto estrado, o cuando otros a los que idolatran sueltan en la prensa todo tipo de sandeces perjudiciales para el buen funcionamiento de una sociedad.

Hay cosas más censurables que la borrachera de Melendi. Aunque sean menos aparatosas. Aunque el arrepentimiento relativo de Melendi –porque en su comunicado echa al comandante la culpa del regreso a Madrid- sea el final de una historia lamentable en la que el artista se ha jugado estúpidamente su carrera.

 
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