11-M

El 11 de marzo de 2004, 192 personas fueron brutalmente asesinadas y casi 2.000 sufrieron heridas de diversa gravedad. Tres días después se celebraron elecciones generales en España. Esos son los hechos, incuestionables.   Haciendo un análisis elemental de lo que supuso la masacre del 11-M, hay varias evidencias que son también irrebatibles, son hechos, no opiniones.   La más clara certidumbre –reconocida en el propio sumario judicial- es que la fecha del atentado no fue casual, que hubo una intencionalidad clara de atacar al Gobierno, de hacerlo caer.   En las primeras horas, tras la brutal matanza, el Gobierno mantuvo inflexiblemente la tesis de que el autor del atentado había sido ETA. Pero cuando aparecieron las primeras pruebas de la posible autoría islamista –ahora cuestionadas- el ministro del interior salió a la palestra e informó prácticamente en tiempo real de los datos que se iban conociendo.   Mientras, la oposición se lanzó a la yugular del Gobierno acusándole de mentir y de ser el causante del atentado por haber apoyado a Bush en la guerra de Iraq. Se alentaron los ataques a las sedes del Partido Popular, se llamó asesinos a sus representantes, se hizo todo lo contrario que tras el atentado del 11-S en Nueva York o que el posterior del 7-J en Londres, en los que la clase política con un sentido de Estado que aquí brilló por su ausencia, se unió frente a la tragedia y en los que nadie osó aprovecharse de la desgracia para machacar al adversario político.   El abismo que el 11-M abrió entre los dos partidos más importantes de España ha tenido como consecuencia directa que las víctimas de aquella terrible matanza han quedado eclipsadas, no están en el centro de la preocupación de nuestros dirigentes, no son la prioridad, no han servido para unir a los políticos en una gran causa frente al enemigo común del terrorismo.   Si aquellos tres días previos a las elecciones se hubiera producido una reacción de unidad frente al terror, de lealtad institucional, si no se hubiese utilizado el atentado como arma arrojadiza electoral, ahora existiría otro clima político: constructivo, sin desconfianza, gobernase quien gobernase. Hay ciertas reglas del juego, ciertas normas éticas y morales que se han de respetar siempre para tener la garantía de que nuestros representantes públicos tienen como verdadero referente el bien común y el interés general de España.   “La verdad os hará libres”. Todos queremos saber la verdad, todos necesitamos saber la verdad, solo así podremos construir un futuro sin desconfianza, solo así las víctimas podrán descansar y sus familias obtener la justicia que merecen. Las víctimas, que somos todos los españoles, merecemos conocer la verdad del 11-M y merecemos que los jueces, los partidos políticos, los medios de comunicación y todos aquellos que pueden aportar luz sobre aquel espantoso acto terrorista pongan todo su empeño en que se sepa la verdad, en castigar a los culpables, en honrar a las víctimas y en que nunca más vuelva a ocurrir un 11-M.

 
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