Los mocasines son para el verano – Hallar por el pie la ligereza – Apología de Salvatore Ferragamo

Mensajero de los dioses, el veloz Mercurio tenía alas en los pies. Para los meses de verano, los mortales tenemos los mocasines de Salvatore Ferragamo, pequeña Italia quintaesenciada, integrantes de un código internacional de los 'loisirs' del mismo modo que los zapateros ingleses todavía ocupan el mundo de los negocios, en Europa como en China. Son un poco de gracia alígera, flexible, pequeña, discreta, perfecta en sí misma con la perfección de una rosa, 'capolavoro' de un artesano de Nápoles que calzó a las bien calzadas y tuvo la delicadeza de estudiar anatomía para que sus zapatos no se sintieran como mármol. Es calzar un guante o aire, 'hallar por el pie la ligereza'. Nada mejor para llevar el verano con dignidad y sin enseñar el dedo gordo, con unos mocasines que nunca se pondría Guti, con unos mocasines que no necesitan la doma de los zapatos invernales y que nos durarán un par de temporadas, viejos o nuevos, sin diferencia, hechos de un solo trazo, de una simple curvatura, vislumbres de un mundo donde la belleza ni ha de ser forzada ni es en vano. Son simbólicos de una vida ligera, leve, sin drama. Todo tiene su repercusión: más de una vez me he encontrado con una mujer que afirma que lo primero en que se fija es en los zapatos. Bien es cierto que eran ese tipo de mujeres que te hacen sentir que llevas los zapatos sucios.

Ningún zapato de Salvatore Ferragamo servirá para hacer 'trekking'. Sirven más bien para saltar de la góndola al 'palazzo', para las fiestas en la casa del amigo millonario, para visitar esos hoteles de Europa  con terrazas interiores, para tantos camparis al mediodía. No sé por qué, dejan grandes ganas de hacer excursiones por Sicilia. Los llevan los asiduos del Real, la misma gente que los usará en invierno para  andar por casa, mientras pasan las hojas de un libro de arte, con un fondo de tensos violines. Son los zapatos de una cierta dolce vita, a veces canallas, nunca macarras, lejos de la atención de los amigos de Putin o del sobrino calavera de un jeque saudita. Hay en ellos algo de más delicadeza, un encanto en tono menor; en realidad, una de las pocas elegancias contemporáneas con un cierto sentido patrimonial. El hombre disminuido de comienzos del siglo XXI todavía encontrará pretextos gratamente masculinos en estos mocasines de Ferragamo, en una chaqueta azul de lana cachemira, en una chaqueta en lino negro para podar los rosales como un 'prince jardinier'. No todo ha de ser eructar y ver el fútbol. Yo mismo les dedico un artículo a los mocasines cada verano, como otros en otoño se lo dedicaban a las castañeras. Se trata de recordar esa edad de la inocencia en que la tontería era ponerse la moneda bajo la lengüeta de los 'penny loafers'. Tuve un amigo que lo hacía; hoy está abatido por la gota y ya no puede.

Suavidades florentinas para el mundo, Ferragamo está en todas partes, en todos los aeropuertos que merecen la pena, en las mejores calles comerciales pero sin colas de adolescentes en hervor hormonal para la temporada de rebajas. El propio Salvatore prefirió calzar a Eva Perón o a Marilyn Monroe. Todavía es una empresa familiar, de fundador a viuda, de viuda a hijos y nietos, siempre con sobriedad, siempre con solidez, de modo que nunca veremos su logotipo estampado en gorras ni en los documentales del tercer mundo donde siempre hay un negrito precisamente con la gorra de Hugo Boss. Los italianos han manufacturado los mejores zapatos para el ocio pero Ferragamo guarda aún superioridades intangibles sobre Santoni, Gucci o Tod's. En su ensayo sobre arquitectura y poder, Deyan Sudjic hace un detour para comentar cómo los interiores de Versace -mujeres rubias, pieles de leopardo- eran humor y provocación en Londres pero fueron tomados al pie de la letra en Belgrado. Ferragamo siempre ha estado en otra liga, en la reputación de lo seguro y lo bien hecho, comercial y al mismo tiempo desdeñoso, desdeñoso como todo lo que es superior. En realidad, es una de las acepciones más aceptables de esta Europa. Ante la llegada de los bárbaros, hay quien los espera armado con un par de mocasines.

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