Una muerte vitalicia

La momia de expositor es el modo más perfecto de eternizarse en el cargo, de por vida y de por muerte. Muerte sin corrupción de la carne, muerte sin cremación, muerte vitalicia, porque dura lo que dura la vida, en este caso no la propia, claro, sino la de los demás, potencialmente infinita en la sucesión premiosa pero continua de las generaciones.

¿Y qué es un cargo? Una carga, algo que ha de pagarse a veces hasta de forma póstuma. No importa que Chávez ya no esté. Los venezolanos van a seguir costeándole sus particulares gastos de representación a la luz mortecina de una urna de cristal. Porque ¿en qué otra partida presupuestaria puede incluirse el desembolso derivado del mantenimiento de la momia? Igual que el coche oficial del presidente en ejercicio, igual que la escolta que lo protege, habrá que anotar en un capítulo de este tipo los ungüentos que requiera Chávez para conservarle la falsa lozanía.

Este detalle económico lo omitió Nicolás Maduro —no era el momento— cuando anunció con arrebato emotivo que se iba a embalsamar el cadáver del comandante como una suerte de regalo al pueblo, para que este pudiese cumplimentarlo a perpetuidad. Menudo regalo. Hubiera sido tal en caso de haber domiciliado el sucesor en su propia cuenta las facturas presentes y futuras del tanatopracta: «Queridos compatriotas, para que veáis lo rumboso que soy, os convido de mi bolsillo a fiambre del bueno». No parece que haya sido así.

Y barata, barata, no sale una momia. Últimamente se nos ha informado sobre los costos de todas las que tenemos en silente ejercicio por el mundo. La que más se sube a la parra es la de Kim Il Sung. Comprensible, porque por lo visto hay que mantener una proporción entre la megalomanía mostrada en vida y la mostrada en muerte. Además, al pobre pueblo norcoreano se le puede endosar el gasto que haga falta. La posible protesta va a quedar, digamos, muy difuminada.

Caso distinto es el de Venezuela. Al fin y al cabo sigue siendo una democracia. Como mínimo debería consultarse en referéndum la cuestión del cuerpo insepulto, con transparencia en lo relativo al monto real que van a implicar los retoques. Que la mayoría decide que sí, que merece la pena apoquinar el tratamiento post mortem por devoción al finado o, sin tanta devoción, ante previsibles ingresos por turismo necrófilo, pues adelante. Que la mayoría decide que no, porque piensa que Chávez era un mamarracho y no merece exhibirse, o que ni fu ni fa, pero menudo gasto más tonto, pues adiós.

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Otra alternativa, quizá la más sensata teniendo en cuenta la división de pareceres que provoca el personaje, sería que lo expusieran en la sede central de su partido y costeasen la puesta a punto los afiliados con sus cuotas. El que quiera momia que se la pague, e tutti contenti.