¿Son los músicos “intelectuales de la cultura”?

Tal y como se está poniendo el patio, en estos días aciagos y un tanto castristas, hemos de buscar consuelo en el olorcillo a libertad que desprende la cultura. Me refiero a la cultura individual, personal, a la que tenemos en casa, no a la bazofia institucional y propagandística que sale en los libros de texto de ahora, ni a la cultura manca y beoda del Ministerio del Sudoku, el Pincho y la Caña que conduce la ministra rockera. Y así me encontraba hace unos días, respirando polvo de biblioteca, cuando me topé con una colección de recortes de prensa que guardé hace bastantes meses en un misterioso sobre. Por fuera, escrito con letras apuradas: “Cultura, intelectuales y música”. En el interior del sobre, recortes con entrevistas a artistas de hoy y ayer. Titulares jugosos como “La música es cultura”, “La música es la máxima expresión de la cultura”, “El rock es fusión de culturas” o “Me considero antes intelectual que músico”. Me quedé un rato pensando en el asunto y mirándoles a los ojos a esa panda de visionarios de la guitarra que a saber cuánto tiempo llevan escondidos en ese sobre, perdidos entre mis libros favoritos.

La música sería cultura si los músicos quisieran que lo fuera. Hay muchas formas de decir lo mismo. A veces es sólo el matiz, la actitud, la pinta. Pero basta eso para hacer del arte cultura. O de la risotada estúpida, humor inteligente. La música es difícil. La creación artística musical, cuando implica composición, creación de una letra, coordinación creativa de la instrumentación e interpretación, se complica enormemente. Es difícil negarle a la música una combinación altísima de valores culturales. Pero el músico, a día de hoy, no es un animal cultural porque no le da la gana, no porque no pueda o no merezca serlo. A menudo prefiere ser simplemente un animal. Aunque detesto generalizar –es el timo más viejo del articulista comodón-, en esta ocasión, no veo otra salida. A pesar de que está claro que en el mundo de la música hay honrosas excepciones a todo esto, la consideración de si, por ejemplo, los músicos de rock hacen cultura o no, sólo alcanzo a hacerla generalizando, aún sabiendo que pisoteo una frontera anoréxica que separa dos terrenos difusos que sólo difieren en su calado: uno es hondo y profundo y el otro es superficial y pasajero. ¿Qué o quién diferencia a los artistas de uno u otro terreno?

Al margen de las buenas intenciones de muchos artistas, hay una tendencia entre ellos a confundir frecuentemente los términos. A veces, cuando quieren hacerse pasar por un animal cultural, por un hombre de la cultura, se estiran como monos y bajan a la arena política cuál mamporreros portavoces de algún grupo progresista. Porque han de ser progresistas si quieren llegar a algún sitio. No es que tengan ideas –si así fuera, o cuando realmente es así, yo no tengo nada que objetarles-, es que repiten lo de siempre. Y así es como lo confunden todo. Este tipo de músico tiende a pensar que por estar en contra de Bush, ponerse una pegatina de lo que sea y acudir a algún foro de “sensibilización” sobre la problemática del cambio climático se convierte en intelectual, en animal cultural. Pero es más probable que, por ese camino, tan elemental y tan manido ya, se convierta antes en payaso, o sea, en animal de circo, que en intelectual de interés para los demás. Su música no podrá ser cultura. Y si lo pretende, peor, será propaganda.

Otro error frecuente, muy presente en los medios de comunicación, es la confusión de los intelectuales con el mundo de la cultura en un solo caldo de letras y conocimientos. El intelectual es el que se dedica a cultivar las letras y las ciencias. Y la del cultivo es una tarea en la que no podemos incluir a casi ninguno de los que, en España, han sido nombrados, en los últimos años, ciudadanos del “mundo de la cultura”.

La prueba es la de siempre. El músico o el cineasta que aspira a ser intelectual se convierte en un tostón insufrible para su entorno. Y si lo hace para “acceder al mundo de la cultura” se convierte además en un sujeto peligroso para la propia cultura. Estos “trepas culturales” pertenecen a esa clase de gente que no quiere empaparse del conocimiento, sino que pretende ponerse la cultura como si fuera una camiseta de “Cállate la boca” –la última moda en zumillo musical del pop español de actualidad- y enseñarla bien a los paparazzis. “Mirad, llevo puesta la cultura”. Se bajan del escenario, se quitan la cazadora vaquera, entornan el gesto en las cejas, se ponen las gafas de pasta, se visten con su camiseta cultural y ya los tenemos ahí. Intelectuales. Músicos e intelectuales. Patrañas.

De acuerdo, sí, la música puede ser cultura. El rock, el pop, el rap –¡oh, cielos!, ¿qué estoy diciendo?-, el heavy… pueden ser cultura. Pero quizá han de empezar por no pretenderlo. Y después, continuar por no tratar de evitarlo. Dos actitudes que contaminan todo el proceso.

 
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