Aquí nadie se siente una nación

Con su permiso, abriré un paréntesis. Un buen amigo me insistía anoche: “recapacita: mientras estés de promoción de tu libro es mejor sonreír y no hacer aspavientos, no molestar a nadie…”. No sé si tendrá razón, pero sé perfectamente lo quiso decir. Estaré en los próximos días tratando de promocionar mi nuevo libro, la novela «Ganador Perdido», en todos aquellos medios donde me permitan asomar el hocico. Mi amigo me insinuaba que en estas circunstancias es preferible no meterle el dedo en el ojo a nadie –a ningún periodista o medio de comunicación, se entiende-, por ejemplo, con un artículo que pueda resultar molesto. Lo que pasa es que para eso hay que nacer, creo, y no es el caso. O sea que uno no puede andar sonriendo y aplaudiendo como si no pasara nada, cuando en realidad sí pasa. Y si es cierto lo que dice mi amigo, eso de que hay periodistas en España que antes de entrevistarte con motivo del lanzamiento de una novela cómica meten tu nombre en Google en busca de pistas sobre tu más profundo pensamiento, no es asunto mío. Haré peor la promoción de mi libro, sí. Pero duermo con la conciencia tranquila. Y eso, querido amigo de Mastercard, no tiene precio. Con su permiso, cierro el paréntesis.

El último disco de José María Granados –del que les hablé hace unos meses- se llama “En Madrid”, al igual que una de sus principales canciones, en la que describe con acierto y cercanía todo aquello que caracteriza a la capital de España. Una de las estrofas del disco se me ha quedado grabada. Cito de memoria: “Aquí nunca hay tiempo para preguntar / aquí nadie se siente una nación / un millón de bares para comprender a Madrid / En el centro de una absurda afición / los del medio nunca obtienen recompensa / prisionero que no quiere escapar / porque estoy bien aquí / yo me quedo en Madrid…”.

Esto, además de una genialidad del que es, probablemente, el mejor autor de letras de canciones español del momento, es una importante lección a toda esa gente que dedica su vida a la imposición de unos sentimientos artificiales o, en el mejor de los casos, equivocados. No me gustaría llevar a mi terreno las palabras que un artista inocentemente –o no- ha escrito en su canción, ni mucho menos oficializar su interpretación. Porque lo que ha querido o no ha querido decir es sólo su responsabilidad. Sin embargo, lanzada la advertencia, me gustaría resaltar, de forma respetuosa, el buen olor que me transmite esa estrofa en la que se reconoce el sentimiento más bonito que –con permiso de todos ellos- llevan dentro, por ejemplo, los madrileños: la ausencia de un “sentimiento nacional madrileño”. Algo que, escrito así, suena a chiste. Pero de chistes están los estatutos llenos. Y no vean qué gracia.

En estos días que sobrevivimos uno encuentra en cualquier lugar los flotadores de emergencia para no hundirse. Y a mí, particularmente, mientras en mi tierra y en otros tantos lugares, un sujeto –que no cuenta ni con el 15 % de los votos, pero sí, muchas veces, con la complicidad del otro 85 %- pretende imponer artificialmente un idioma en la educación de las próximas generaciones, me resulta agradable ver como otros lo tienen mucho más claro. Aunque sea lejos, aunque sea en Madrid. Al menos, nos sirve a algunos para recordar que no es algo anormal sentirse una región cuando uno vive en una región. Que no es algo extraño sentirse una comunidad autónoma –si alguien logra sentir algo tan confuso- si uno vive en una comunidad autónoma. Lo que uno no puede es sentirse pato si ha nacido perro, ni avión si es bolígrafo. Por mucho que haga “cuá cuá” en el Congreso de los Diputados e intente alzar el vuelo sobre los leones al salir. Es cuestión de metros, lo de romperse los dientes contra el suelo. Y lo de ladrar.

Dice Granados que hacen falta “un millón de bares para comprender a Madrid”. A Madrid, a Barcelona, a Valencia, a Bilbao o a Sevilla. Esto es cierto en toda España. Algunos no se dan cuenta de que mientras firman de nuevo suculentas subvenciones -¿cuántas van ya?- para que los grupos catalanes canten en catalán, en los bares, donde está la gente normal, de lo que se habla es de la vivienda, del pufo del vecino a Hacienda y de lo lento que aún resulta hacer un maldito papeleo en la Administración Pública española, en pleno siglo XXI. Lo de la lengua, el estatuto de aquí o de allá y, sobre todo, lo del idioma en el que saca su disco Pepito sólo le interesa al que subvenciona y al que cobra la subvención. Que a veces es el mismo.

Hagan el favor de dejar a Pepito que saque el disco en el idioma que le de la gana. Y si deciden subvencionarlo, háganlo, porque, si ha nacido en Cataluña, será igual de catalán si canta en catalán o en chino. Después, Pepito, que es un tipo listo, promocionará su álbum en los bares, y no en el Parlamento. Porque sabe muy bien dónde está la gente que realmente cree en su música. Sea en el idioma que sea.

 
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