La nieve que están viendo es nieve

Una extraña corriente periodística insiste en la necesidad de lanzar reporteros al interior de cada noticia. No consiste en aproximarlos al lugar donde se producen los hechos, sino de meterlos dentro de ellos. La idea triunfa desde hace tiempo en casi todos los telediarios españoles. Monstruoso incendio en Cataluña. La reportera, joven, rubia y sonriente. "Al menos tres muertos, calcinados", avanza sin abandonar la sonrisa. Se abre el plano y vemos a la joven realizando su crónica del desastre sobre una montaña de escombros aún humeantes. Los bomberos, sucios y agotados después de muchas horas de trabajo, se ven obligados a desplazarla levemente una y otra vez para poder seguir con las labores de rescate. Por desgracia, la reportera lleva los pies protegidos con unas botas ignífugas y no la vemos bailar la danza tribal número 5, sobre las brasas aún calientes de la tragedia.

Más. Nevada histórica en las carreteras de Castilla. El conductor del informativo conecta con el enviado especial. Un hombre de unos 40 años aparece en plena nevada. Alcachofa en mano. Abrigo, guantes y bufanda. El rostro pálido, con dos grandes coloretes. La mirada gélida. Lleva diez minutos estático, esperando para entrar en directo. El pelo cubierto de escarcha y copos blancos. Comienza la crónica con normalidad. En mitad del relato, da un paso atrás, se agacha, y coge un puñado de nieve con las manos mientras comenta asombrado "vean este trozo de nieve...". Y prosigue su narración amasando con esmero la bola blanca en su mano, como diciendo "es nieve, vean, es nieve auténtica, nieve de verdad... es 2 de diciembre, estamos en Matacastañas del Hielo Atroz ¡y está nevando en directo! ¿No les parece increíble? Esto no sucedía desde hace al menos veinticuatro horas ¡Guauuu!".

Ustedes conocerán tantos ejemplos como yo. Saben de qué hablo. He dedicado un tiempo a analizar esta corriente periodística. Unos tres minutos. Pronto he comprendido que los defensores de esta forma de hacer periodismo parten de un supuesto: la mitad de la audiencia del telediario es imbécil, y la otra mitad no presta atención a la tele. Desde esta óptica, los reporteros han sido educados para tratar de hacerse entender ante un rebaño intelectualmente inactivo. Es decir, ante una audiencia en la que hay vida, pero no esperanza. De ahí que cuando el enviado especial Felipe Riodista nos cuenta que ha nevado mucho, por si los espectadores no la cogemos al vuelo, deba agacharse, recoger un poquito de nieve en sus manos y enseñarla a la cámara. Así, nosotros, pobres analfabetos, nos damos cuenta de que está realmente hablando de nieve y frío, y no de cacao en polvo.

La idea de incrustar al reportero en la noticia y obligarlo a intervenir en ella se ha exagerado últimamente. Hay directores de cadenas que parecen estar deseando que a sus corresponsales se los coma una Oso Panda en directo, o que se hundan bajo la lava de un volcán mientras lo cuentan en antena cantando flamenco. Como a ese pobre hombre de la CNN, que se introdujo en la jaula de un pelícano, para realizar desde allí su crónica. Desconozco sus intenciones. Por la pinta, creo que pretendía entrevistar al ave. Seguramente al bicho no le pareció el mejor día para opinar sobre el calentamiento global, sobre la última campaña de Greenpeace, o sobre sabe Dios cuáles son las preocupaciones de actualidad de un pelícano, y decidió, por su cuenta y riesgo, que todo sería más divertido asestándole cinco o seis mordiscos en el trasero al periodista. Acertó. El reportero, por su parte, no pudo evitar la huída cobarde acompañada de una risa nerviosa. Magnífica crónica periodística. Hace años habría triunfado en “Videos de Primera”, pero apuesto lo que quieran a que en los próximos días abrirá secciones de “Cultura” en los telediarios españoles. Ya saben, “vean a este reportero…”.

Respeto las tendencias suicidas de ciertos cronistas. Pero hay una delgada frontera entre lo óptimo y lo ridículo. Entre estar en la noticia y formar parte de ella. Entre lo que atañe al periodismo y lo que no. Lo de palpar la sangre de un asesinato en directo, en plena crónica de sucesos en el telediario de la hora de comer, puede resultar más o menos rentable a la cadena, pero no añade ninguna información a la noticia. Tan sólo alimenta la patética curiosidad de unos cuantos trastornados. Vender que eso tiene algo que ver con el periodismo es una milonga como la del marinero y el capitán de Los Rodríguez. El periodismo televisado, en realidad, es mucho más simple que todo eso. Consiste fundamentalmente en no hacer el indio delante de las cámaras, para que la audiencia pueda reír, llorar, quedarse sin palabras o rezar por la noticia. No por el reportero.

 
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