El noble arte de la pesca

Pescar es una actividad sana. Excepto para los peces. Pero los peces son en sí mismos una fuente de felicidad. Especialmente cuando pasan por las manos de algún cocinero experto. Por tanto, matar un pez no es algo demasiado grave, siempre que usted se lo coma después. Es mucho peor matar a una vaca. Y mucho más peligroso. Acérquese con su caña y su anzuelo a una vaca y trate de engancharle el hocico, y verá lo complicado que puede resultar sobrevivir a la aventura.

La pesca es una de las aficiones más relajantes. Me refiero a la que se realiza en el mar desde una roca, no a la del chiringuito. La conozco, la domino, y ostento el récord de fotografías en la modalidad de caña en mano, mirada al viento, ocaso en el horizonte, y hermoso ejemplar dorado colgando del anzuelo. Mucha gente se aburre pescando porque desconoce que el secreto de la pesca es todo lo que rodea al mero hecho de trincar un pez por el morro con un anzuelo retorcido y sacarlo violentamente del mar. Ese es el objetivo, y el premio, pero la tensa espera entre picotazos es un manjar de ocio y placer para quien sepa disfrutarlo pacientemente.

Siempre he admirado la devoción por el silencio de los viejos pescadores. Un pescador podría resistir un intento de atraco, soportar la calumnia continuada, o permanecer impasible ante cualquier injusticia contra su persona. Pero en cambio, estallará de ira sin remedio ante la violación del silencio en su espacio de pesca. Por hacer que se respete el silencio en sus rocas, un viejo de mar puede empujar a quien sea al agua, golpear con la caña en el culo al que se ponga por delante, o incluso sacar su viejo revólver y disparar insistentemente a los pies de aquel que se atreva a interrumpir la paz de su jornada de pesca. Sin duda, para los amantes del silencio, la pesca es una bendición, y la piscina una maldición.

Pero la pesca no está al alcance de cualquiera. Los peces tienen un extraordinario sentido común, que les permite distinguir velozmente a un pescador experto de un idiota con caña. El idiota con caña pesca donde no hay fondo, viste chaleco rojo fosforito, y silba a los peces para que piquen antes. En su versión veraniega, el idiota con caña sitúa junto a las rocas su coche con las ventanillas bajadas y ameniza la jornada de pesca con música a todo volumen. Naturalmente los peces lo huelen desde lejos y se divierten a su costa. Se acercan, pican un poco el cebo –que eso siempre molesta- y finalmente pasan de largo haciéndole un corte de aletas.

En cambio, los peces acuden fielmente al cebo del pescador experto, aún sabiendo que su destino es el anzuelo y después la parrilla. Llegado a este punto, siempre hay algún lector que se estremece. Oh, la parrilla. Qué falta de sensibilidad. Los que se escandalizan por el cruel destino -a la sartén o al horno- de los peces deberían saber que fuera de ese romántico final, la vida de estos animales marinos no mejora demasiado. El pez nace, crece, estudia, sale de juerga, se enamora, trabaja, se casa, tiene hijos, paga impuestos, y envejece, debajo del agua. Todo debajo del agua. Si usted, como yo, ronda la treintena y se encuentra francamente mal, le duelen los huesos, no hace más que descubrir nuevos achaques, y se siente muy desgraciado por todo ello, es porque no se ha detenido a observar cómo es en realidad la vida de un pez. Con su edad, un pez normal, está muerto, y probablemente devorado por otros peces más jóvenes sin escrúpulo ecologista alguno.

La pesca es arte, un noble arte. Y una escuela de virtudes. Es cierto que lo de la muerte del pez puede sonar duro. Pero tras años de observación y experimentación, he llegado a la conclusión de que lo mejor que le puede pasar a un pez es estar muerto y humeante, a la salida de un horno bien domado por las manos adecuadas. Además, no creo que ninguno de sus depredadores naturales lo trate mejor que un buen cocinero. Entre otras cosas porque bajo el agua no hay fogones, ni es posible rehogar cebollita, ni hay forma humana de echar perejil en un plato sin que se disipe por todo el océano, por lo que optan por comérselo en plan sashimi pero sin matarlo previamente. Una cochinada elevada al cubo.

Al fin, estoy convencido de que si los peces pudieran hablar, dirían: “Sí a la pesca, y sí a la parrilla, pero lleguemos a un acuerdo: ¿sin anzuelos, vale?”.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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