La papelera del escritor

Pero no es el tipo de mensajes que uno se encuentra en Twitter. O al menos, no todos los días. La pregunta “¿qué está pasando?” resulta una invitación innecesaria a la expansión mundial del aburrimiento. La mayor parte de las veces no ocurre nada. Y cuando pasa algo realmente interesante, usted no está autorizado para contarlo. Por lo demás, no creo que el hecho de que esté guisando unas judías para la cena de hoy, constituya un hallazgo notable para la historia de la humanidad, que deba ser comunicado al mundo urgentemente.

Twitter es el paraíso de los que son incapaces de hilar dos frases seguidas. Aquí no es necesario hacerlo. Por fin pueden parecer interesantes, sin necesidad de tener algo que contar. En Twitter se perdonan incluso las faltas de sintaxis, de mecanografía, y de ortografía, con excepción de aquellas que, por su inmenso tamaño, saltan fuera de la pantalla, y echan a correr por la habitación dando fuertes voces. Esas que están reservadas para cantantes, cineastas, pilotos y otras personalidades del mundo de la cultura.

Twitter tampoco puede considerarse la barra del bar del siglo XXI. Deberíamos sentir un enorme respeto por las barras de los bares. Chesterton estaría de mi lado. Es posible que Twitter sea algo más parecido al hueco del ascensor de un rascacielos, que a la barra de un bar. Además, en Twitter no hay cerveza. Un bar sin cerveza tiene el mismo interés que un partido de fútbol sin balón. Un tostón que sólo disfrutarían los locos y los teóricos del fútbol.

Twitter es la papelera del escritor. Todas las frases e ideas que no encuentran acomodo en un libro o en un artículo, que antaño acababan en la papelera, ahora terminan sembradas en el huerto de Twitter. A ver si suena la flauta y crece una flor. Nunca se sabe. El escritor no conoce exactamente a todos sus lectores. Siempre puede ocurrir que entre sus seguidores de Twitter se encuentre algún intelectual profundo, de esos que reenvían por la red todos los aforismos que no logran entender, para demostrar que su intensidad no tiene fin. Y así, por arte de magia, una frase desechada por un escritor en crisis en cualquier esquina del mundo, puede rebotar una y otra vez por el universo digital, hasta convertirse en el gran tema del día en Twitter. El sueño americano en versión literaria y digitalizada. Definitivamente, nos lo estamos cargando todo.

El siglo de las comunicaciones vive en una continua paradoja. El individuo queda minimizado a un montón de unos y ceros. Ninguna vida humana representa algo importante. Y sin embargo, gozamos del ego más grande de la historia: el ego digital. Hoy, la necesidad de exposición es tal, que resulta imposible sobrevivir a la propia estupidez, desparramada por todas las redes al mismo tiempo. Twitter aglutina toda esta bobería. Lo bueno es que la reparte en dosis de 140 letras, algo que resulta mucho más digerible que el abismo infinito de la entrada de un blog. Aún hay clases, dentro de los modos de tortura que nos propone el siglo XXI.

Twitter es, en fin, un lugar horrible y espantoso. Frívolo y bobo. Una pérdida de tiempo y dignidad. Un homenaje a la ociosidad. Refugio de gentes de mal vivir, bebedores, intelectuales pasados de rosca, y escritores frustrados, que son todos los escritores. Cuna de ignorantes y truhanes. La representación del derrumbe de una civilización. El parlamento del pensamiento espontáneo e irreflexivo. El templo de la incoherencia y la contradicción. Lo peor de lo peor. El club de los porretas muertos. El universo de la locura.

Así que, desde hoy, pueden seguirme en Twitter.

 
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