No es un plato de lentejas

Tal como está planteada la pregunta del referéndum europeo, con una interrogativa total -esto es, aquélla que sólo admite por respuesta un sí o un no-, quedan excluidos los posibles matices, reparos y distingos que cabe aducir en relación tanto al contenido del texto como a la oportunidad de la convocatoria. Denegada toda casuística y clausurado todo contexto, una gran parte de los ciudadanos seguramente se decantaría, si pudiera, por una opción intermedia: lo que en alemán coloquial expresa el jein, mezcla de ja y nein, y que traduciríamos con el circunloquio sí pero no. Suele aducirse que como vía de escape a la aceptación o al rechazo total queda la alternativa del voto en blanco. Pero el voto en blanco es mudo. Quizá exprese un grito de protesta, mas, como el de Munch en el lienzo, inaudible con sólo cerrar los ojos. A efectos electorales, no es más que una bagatela. Para que la opinión de los votantes fuera recogida en su variada complejidad, deberían formularse en la papeleta -en un pliego si hace falta- múltiples preguntas con otras tantas variadas respuestas tipo test, y habría que añadir al final un apartado de libre redacción para que cada sufragio incluyera los comentarios y sugerencias de su emisor. En lugar de este modelo de consulta, que reconozco prolijo porque el recuento podría alargarse durante semanas -de todas formas, ¿tenemos prisa?- y cuyo resultado aparecería a la postre difuso en gran medida, pero con una fidelidad inatacable al sentir del ciudadano, en su lugar, digo, tenemos que guardarnos las legítimas objeciones en el bolsillo y debatirnos en una decisión binaria. Ríase usted de las listas cerradas que confeccionan los partidos para presentarse a los comicios. Porque son cerradas, sí, pero al menos hay siempre más de dos y con debate entre las diversas posiciones que cada formación política representa. Un argumento especioso que se viene utilizando es la identificación plena del tratado constitucional con la idea de Europa, como si ésta no pudiera tener formulaciones distintas a las del articulado que se somete a referéndum. Ello suele ir unido a la invocación alegre de eufónicos valores con solapamiento, implícitamente despectivo, de cualquier otro apunte. Un ejemplo ilustrativo es la publicidad que veo en la prensa de la Plataforma Cívica por Europa. Bajo la pregunta oficial «¿Aprueba usted el Tratado...?» aparecen dos papeletas en cuyos recuadros figura lo siguiente: -Papeleta de la izquierda: Libertad, Tolerancia, Igualdad, Diálogo, Paz, Justicia, Solidaridad. -Papeleta de la derecha: NO Así planteado (por cierto, los conceptos izquierda y derecha aluden simplemente a la distribución espacial en el anuncio), la duda parece descabellada. Sin embargo, el mensaje podría reformularse de otro modo: -Papeleta de la izquierda: Intervencionismo, Burocracia, Reglamentación, Duopolio Franco-Alemán, Voluntarismo, Derechos Positivos Inalcanzables, Demagogia. -Papeleta de la derecha: SÍ Ahora ya la cosa se ve de distinta. Ninguno de los dos planteamientos es ecuánime ni verdadero de todo en todo, pero es que el primero se nos vende como si lo fuera. Ni Europa como concepto histórico, ni la Unión Europea como artefacto político, ni el texto que se somete a refrendo como vertebración jurídica pueden reducirse al mismo nivel optativo de las leguminosas. Pero ya que es lo que hay, ocurre que los domingos uno raramente come lentejas. Y si se las prepara y se las trae Teleferraz, pues entonces mucho menos.

 
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