Bajo pretexto de Irak

Era previsible que alguien estableciese, tarde o temprano, una relación de causalidad entre el apoyo del Gobierno británico al derrocamiento de Sadam Husein y los atentados de Londres. Sin que hubieran transcurrido aún dos semanas desde la masacre –en España fueron dos días–, salieron a la palestra el lunes, con su permutación irresponsable del sujeto de la culpa, los colaboradores indirectos e inconscientes de Bin Laden, que en este caso pertenecen al centro de estudios internacionales Chatham House.

Lo grave del asunto radica en que, más allá del viejo debate en torno a la legalidad, legitimidad y oportunidad de aquella intervención, muy discutidas por entonces, se está advirtiendo tácitamente de los peligros que conlleva cualquier participación activa en primera línea de la lucha contra el terrorismo. Aun aceptando la hipótesis de que exista un riesgo adicional para quienes encaran de frente sus responsabilidades en tal materia –lo que dejaría sin explicar las amenazas bien reales a países con gobernantes más apaciguadores–, no puede uno admitir sin inquietud profunda el evidente corolario: mejor no hacer nada que moleste a los fanáticos, porque si nos significamos demasiado van a ir a por nosotros. Dicho de otra forma, Alianza de Civilizaciones.

Por desgracia, no es imposible que algún elemento díscolo de la venturosa Alianza quiera jugar la baza del terror. Ojalá no se dé la circunstancia, pero pongamos por caso que el presidente iraní, Ahmadineyad, nada moderado en sus planteamientos, se hace con el arma atómica y declara su intención de emplearla contra un país occidental alegando el motivo que sea. Si los medios diplomáticos y las sanciones económicas no surtieran el deseado efecto aplacador, habría que plantearse como último recurso las denostadas acciones militares de anticipación (pre-emptive actions), que, por cierto, aparecen contempladas en el texto de ese tratado constitucional europeo para el que nuestro conciliador Rodríguez –paradoja– pidió con tanto empeño el voto afirmativo.

Ahora bien, por muy legal, legítima y oportuna que pudiera ser la operación en este caso, ¿deberíamos quedarnos pasivos y esperar mansamente la lluvia de megatones en lugar de intervenir con firmeza, si de este modo aumenta el enfado de los yihadistas y, a su vez, la probabilidad de que reaccionen con nuevos atentados? Mucho nos tememos que Irak es sólo un pretexto. Y cuando ya no resulte creíble, se sustituirá por cualquier otro –el miedo los proporciona en número infinito– para justificar siempre la misma sumisión. 

 
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