Lo que queda del rostro de Michael Jackson

Cuando escribí la historia de José Mateos, el personaje de ficción que protagoniza mi último libro –pueden leer algún capítulo de “Ganador Perdido” en la web www.itxudiaz.com-, quería contar, mediante el humor, cómo un artista de éxito, una gran estrella de la música española, decide dejarlo todo, en el mejor momento de su carrera. Escaparse de la fama, de la carroña de la industria, de la urgencia de una ciudad como Madrid, de la presión de una vida sin vida, automatizada, vivida bajo la vigilancia del ojo infatigable de la prensa, los cotillas y los fans. Quise que su personalidad respondiera a la de alguien con un pensamiento singular, con sentimientos y conciencia de su situación económica y social privilegiada. No quise crear un titiritero más, sino un artista diferente, capaz de remar en solitario y contracorriente. De esos que existen, pero no vemos habitualmente. Lo hice distinto porque el prototipo de artista que basa su vida en el “sexo, drogas y rock and roll” ya ha protagonizado millones de obras y me resulta sumamente aburrido y previsible.

Así, por ejemplo, José Mateos es de derechas y disfruta discutiendo de política con su mejor amigo, Tico, que es de izquierdas. José Mateos es, en cualquier caso, un tipo con una personalidad difícil. Elitista, cabezón y caprichoso. Un artista al que la acción del libro caza precisamente en un momento de transición interior, en el que comienza a convertirse en un ser más reflexivo, tras cumplir un primer año de retiro voluntario entre la sierra de Madrid y la montaña asturiana –precisamente en Los Oscos, donde después se ha ido de veraneo Zapatero-. Su cambio interior comienza el día en el que se mira al espejo y se ve el mismo hombre que antes de la fama, unos diez años más viejo. Se da cuenta de que los últimos años de éxito y fama musical le han transformado, para los demás, en un ser especial, rodeado de una magia exterior inexistente a sus propios ojos.

Ya en la vida real, varios artistas que han leído “Ganador Perdido” en las últimas semanas me han confesado que se han sentido, por momentos, muy identificados con el protagonista, José Mateos. De manera especial, aquellos músicos que han vivido de cerca el mundo de la fama se han visto reflejados en la normalidad y profundidad interior del protagonista. Y es que, hasta los más mediáticos rostros del arte, la política o la televisión, cuentan con un complejo universo interior, exactamente igual que el resto de los hombres, aunque a veces no lo parezca ojeando esas groseras revistas y programas que comercian con los sentimientos.

He recibido estos días la noticia de que Michael Jackson ha sufrido un grave percance, digamos, estético. Ha sido poco después de someterse a la enésima operación en su rostro. Según he leído, cuando aún estaba con la escultura fresquita y protegida con vendas, su hijo le sacudió un manotazo accidental en la cara provocándole un terrorífico desgarramiento en el rostro. Las imágenes que circulan por Internet son una tragicómica mezcla entre E. T., la gallina Caponata, y un Pegamoide de Alaska. Tras el desaguisado fisonómico fue sometido a una nueva operación de urgencia en la que, me imagino, le habrán puesto todo un su sitio.

Michael Jackson no podría protagonizar mi último libro. Este tipo, que cumplirá los 50 en agosto, no puede mirarse al espejo, porque de ninguna forma lograría reconocerse. Si lo hiciera se vería como un extraño. Esa obsesión por operarse el rostro cada poco tiempo debe enmarcarse dentro de algún tipo de patología extraña, cuya definición y tratamiento se me escapa por completo.

Pensaba anoche en todo esto, entre sueños, cuando el protagonista de “Ganador Perdido” se me apareció para darme la solución: “Michael Jackson no se miró a tiempo en el espejo. Debió haberlo hecho en los 80, en alguna noche de alguno de sus veranos de lujo y fama. Hoy, lo suyo, dudo que tenga solución… lejos de un psiquiátrico”.

Siempre tan certero y malvado en sus análisis este José. Lástima que no sea un personaje de carne y hueso.

 
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