La resaca - Prevención y paliación - Lo que un médico nunca le diría

La mejor manera de evitar la resaca es la ebriedad constante pero eso no es fácil y quizá tampoco sea deseable. Según se puede leer en “In search of the English eccentric”, el caballero Jack Mytton aplicó este método a lo largo de su vida, escamoteando técnicamente la resaca pero precipitando su muerte antes de los cuarenta años. “Que me quiten lo bebido”, pensaría. Curiosamente, igual que existe amplia literatura y nomenclatura –cogorza, curda, pedal, melopea, etcétera- en torno a la borrachera, e incluso cantos propiciatorios al efecto, la resaca está entre las cosas sobre las que evitamos pensar por escrito, como si fuese una vergüenza demasiado explícita. Por eso, los remedios sobre la resaca van de boca a oreja, como iba la educación sexual hasta la llegada del socialismo. Así, en ambos casos ha habido amplios mitos y leyendas, cosa que no favorecía la exactitud en el saber pero a cambio resultaba mucho más entretenido. Y ciertamente había alguna sabiduría en todo ello pues lo que se hacía era remitir el aprendizaje a la experiencia, que es la única manera –tan precaria- que tenemos los hombres de aprender sobre la vida, enseñanza más difícil de proyectar que la de las matemáticas. En fin, son cosas de la naturaleza caída y por eso, al tratar sobre la resaca, conviene despojarse de toda insensatez de optimismo antropológico y abrazar una concepción de la naturaleza humana que tenga en cuenta su debilidad constitutiva. Tener en cuenta esa debilidad es sólo tenerla en cuenta, no alentarla vigorosamente, ojo. Pero, al tratar sobre la resaca, volvemos una y otra vez a la constante tan humana de la imprevisión y la euforia –la ilusión permanente de que el mañana nunca llega. Y ahí llegamos a la definición de la resaca o veisalgia, ese estado del alma por el cual olvidamos cuanto ha pasado la noche anterior mientras que recordaremos para siempre, con dolorosa precisión, la mañana de después.

Antropológicamente, y lo digo así por ponernos finos, la resaca es un fenómeno que se extiende ahora mismo al cambiar los hábitos libatorios. La costumbre mediterránea –católica, si se quiere- del beber, implicaba una relación diaria y pacífica con el alcohol: vino en la comida, un digestivo con voluntad precisamente digestiva, un aperitivo con una punta –sólo una punta- de chispa, un alcohol dulce en la merienda como permisividad que uno se concede. La costumbre nórdica –protestante, si se quiere- implica una sobriedad insostenible de costumbres que lleva a una hipercompensación alcohólica, en primera instancia y, en última instancia, al beber no por beber –que es cosa placentera y deportiva- sino al beber con la meta de empaparse del todo. El botellón, que parece costumbre tan hispánica, es fenómeno relativamente novedoso. En realidad, la extensión del whisky y la ginebra, ocurrida hace algo más de cuarenta años, supuso una alteración radical de los hábitos. Antes había brandy español y la gente, con un instinto bien atinado, procuraba mantenerse un poco al margen. Véase que España no ha dado grandes borrachos a la historia, y sin embargo es difícil encontrar el inglés que no lo fuera. Coda: es difícil encontrar a escritores americanos del siglo XX que no fueran directamente alcohólicos.

En principio, la resaca es el mejor invento para evitar el alcoholismo o, al menos, para evitar la reincidencia en la borrachera por el plazo de quince días, que es lo que suelen durar los propósitos humanos más firmes. Aquí ofreceremos algunos consejos para regatear la resaca o, al menos, para paliarla, con dos puntos de partida: por una parte, no se trata de vender ningún crecepelo mágico; por otra parte, hablamos como personas normales a personas normales, es decir, no somos como esos médicos de la televisión que, bajo sus muy modosos modales, creen que el ser humano es una máquina binaria de racionalidad perfecta, incapaz de contingencias y a la vez tan sugestionable hacia el bien que se le puede vender cualquier totalitarismo en materia de salud con ciertas garantías de buena acogida. En definitiva, para aliviar la resaca, está bien el consejo de los médicos pero de ningún modo está de más el consejo de los bebedores. Entremos en materia:

n      Abrace, si le es posible, una vida de moderación, templanza y penitencia. Tenga en cuenta que son virtudes que pagan poco, aunque sólo sea porque ocurre como todas las virtudes: se necesita una vigilancia constante para no caer y, en cuanto uno cae, es expulsado automáticamente de su trono de virtud y devuelto a su condición de persona más o menos miserable. Ahí pueden entrar, como malas compañías, cierta soberbia dolorida mezclada a la autocompasión, defectos que embriagan no menos que el temible orujo “casero”. Por supuesto, la respuesta más natural a las invitaciones a la templanza es un “váyase al cuerno” muy puesto en razón, pero había que cumplir con ese formalismo. Quien pueda ser moderado, que lo sea. Quien no pueda, que lo intente.

n      Recupere el respeto –no el temor reverencial- a la botella. El hombre no está hecho para tomar quince copas de un alcohol de cuarenta grados y permanecer mucho tiempo sobre la tierra. En general, quien necesita una botella de whisky al día, muere de esa botella. No se trata de hacer un escrutinio de la relación que uno quiere mantener con el alcohol sino de tomar conciencia de que el alcohol no es inocuo.

n      No tome café. El café tras la cena puede alargar las horas de actividad alcohólica.

n      Intente no beber hasta morir en casa ajena. Así sólo conseguirá romper jarrones, hacer comentarios inconvenientes sobre las fotos de los niños y, en general, dejar en un lugar menos alto del deseado su reputación como profesional competente y persona fiable. Ciertamente, el abuso alcohólico es algo que solemos tratar con misericordia, pero un borracho en casa es un problema –y además, luego hay que volver. Llamar al día siguiente para disculparse por un comportamiento mejorable es algo honroso pero no asegura que a uno le vuelvan a invitar a la casa de autos.

n      Si todo parece que se va a ir de las manos, aténgase a la regla: “no sea el primer borracho, no sea el peor borracho”.

n      Tenga siempre en cuenta, como un neón fluorescente en la noche, cada vez que agarra la copa, que está en el camino del error más grave: dar paso a la sentimentalidad alcohólica, a su necesidad de afecto físico y –en definitiva- a ese rijo que parece que está en la canne y en realidad está ahí dentro del alma. Es un camino seguro hacia la perdición irreversible. Reprima, por tanto, de modo absoluto, la bebida, en cuanto note que ya no distingue la frontera entre solteras y casadas. Ciertamente, también a las casadas les gusta ser estimadas, supongo, pero desde la sobriedad las cosas se ven muy distintas que desde la ilusión de omnipotencia de las copas: una cosa es una palabra amable y otra cosa es que un señor con halitosis lance las redes con una desesperación que es ofensa. Incluso toda victoria en este ámbito terminará en lamento.

 

n      Apueste por la calidad. En determinados sitios, no hay que soltarse del botellín de cerveza. El matarratas, para las ratas. Nosotros, como recordaba Su Santidad Pablo VI, somos personas “humanas”. Los efectos de beberse una frasca de pacharán ilegal se miden en la escala Richter, después de un calvario que puede ir de las convulsiones a las peleas callejeras. Ahora mismo hay licores destilados con mucha competencia –sin irse a la estafa de lo “premium”- y, sobre todo, no es lo mismo la alegría bíblica del vino que ir por alcoholes fuertes o vinos generosos o encabezados (oportos, jereces). El vino se suda bien y se duerme con paz. Así que, cuando pueda, opte por el vino, que, además, con honradez admirable, nos hace desistir antes. En resumen, ha habido muertes por aguardientes regionales pero nadie ha muerto por beber Château Ausone. Salvo de satisfacción, claro.

n      La mezcla, sin duda, es mala. Pero aquí hay mucho mito: la cantidad es igual de mala.

n      Las bebidas dulces las carga el diablo. Estudios no oficiales señalan que las caipiroskas están detrás de tres de cuatro embarazos no deseados. No se deje engolosinar.

n      Si al beber le empieza a doler la cabeza, no intente curarse el dolor de cabeza bebiendo: deje de beber, y agradezca el signo providencial de que ha tomado un mal camino.

n      Parece que la comida copiosa debiera ayudar a la asimilación alcohólica, pero comida copiosa suele ser eufemismo de comida grasa, y la combinación de maximalismo alcohólico y, por ejemplo, dos o tres servicios de casquería, tiene consecuencias de pura abominación. Pastas y arroces e hidratos en general ofrecen mejor mullido para el alcohol.

n      Además de pensar en su reputación moral y laboral, cierta frase de zarzuela –“¡Julián, que tiés madre!” puede despertar atavismos dormidos para hacer que usted se porte bien.

n      No tome bebidas desconocidas. Lo desconocido puede ser atractivo, como esa vecina del quinto derecha. Ahora mismo, los “mixólogos” de todo el mundo conspiran en su contra para ofrecerle cócteles humeantes, sugerentes, cuyos colores agradables actúan directamente sobre su hipocampo: “bebe, bebe”. Lamentablemente, una bebida desconocida es un placer novedoso pero también es un riesgo desconocido. Hay que elegir bebidas de confianza y marcas de confianza.

n      Una cautela fundamental: no beber estando cansado. Si quiere usted entregarse a la bebida, déle lo mejor de usted mismo, no los restos. El alcohol estimula la euforia, no la resistencia. Luego, su cansancio acumulado se lo cobra en malestar físico y horror ético. La fatiga nos sitúa en una posición de vulnerabilidad absoluta, como una derrota de antemano. 

n      En algunas regiones de Europa entienden que una parada a la mitad del camino de la comida para beber un licor fuerte limpia el tracto digestivo y renueva los espíritus. En Normandía lo hacen y, ¿quién podría discutirle algo a un normando?

n      Las cautelas nunca son suficientes porque la asimilación alcohólica nunca es igual. Hay días y días. Recurra a su experiencia, que adivino larga, para saber qué día tiene.

n      Si, finalmente, usted opta por la despreocupación, intente tener un trabajo que no le exija madrugar. Bohemios y artistazos en general no sólo han bebido más por ser bohemios y artistazos, sino porque al día siguiente no tenían que estar a las nueve de la mañana vendiendo reaseguros.

n      Por último, hay gente que afirma pasárselo bien sin beber. Haciendo un juego de palabras, los ingleses afirman que uno no deja los “spirits” sin cambiar en algo su propio “spirit”.

Bien, si pese a todo se vuelve por donde se suele, tal vez la borrachera –y, consiguientemente, la resaca- esté ahí. Como toda imperfección, es difícil de erradicar pero en parte se puede manejar. Al día siguiente amanecerá usted en una nebulosidad incómoda, sintiendo el mundo y, fundamentalmente, su propio organismo, como una molestia a cada instante. La Metamorfosis de Kafka, en la que Gregor Samsa se despierta convertido en algo así como una cucaracha gigantesca, es buena imagen de cómo puede uno sentirse en la resaca. Más allá del percance físico, el horror moral que puede ascenderle desde las entretelas de su ser tal vez le haga pensar que es una persona mucho peor de lo que en realidad es. No hay para tanto. No hay resaca que dure más de una semana. No está asistiendo a su propio entierro y, muy posiblemente, entre la brétema de sus recuerdos tienda a exagerar su mal comportamiento. El estupor dejará paso al conocimiento de sí, puerta de acceso a la humildad. Con todo, a la hora de abordar una resaca elefantiásica, soberana y principesca, hay que adoptar alguna precaución.

-         Intente tomar, o intente que una mano misericordiosa le haga tomar, un alka-seltzer o algún restituyente similar antes de meterse en la cama. Y beba agua de una vez. Ahora está muy de moda tomar un fármaco llamado RU-21, supuestamente creado por los rusos en tiempos de la Guerra Fría para que los agentes secretos desarrollaran tolerancias sobrehumanas al alcohol. Eso no se consiguió nunca pero sí se descubrió que aliviaba las resacas. A mi juicio, tomar RU-21 demuestra un profesionalismo impresionante –y hondamente sospechoso, claro.

-         Igual que existe gente con la lágrima fácil, hay gente con vómito fácil. Aspire usted a ser de ellos. Igual que en el ámbito religioso, se puede pedir y lograr el don de lágrimas, seguramente también pueda llegarse al don del vómito. En fin, quien no se haya doblado ante un retrete, ha perdido una gran lección.

-         En la Grecia clásica, donde no todo era frugalidad platónica, el gran remedio contra la resaca era oler repollo hervido. Oler de cerca el repollo y vomitar, todo era uno. Con el tiempo, se han descubierto eméticos –el famoso café con sal- pero hay dudas en torno a estas terapias de choque. Quiero decir que no siempre sale a cuenta exponerse a la misma muerte para seguir viviendo.

-         No fume. Posiblemente, ya fumó la noche anterior muy por encima de la tasa habitual, y ahora se sentirá como un tubo de escape.

-         No mire su cartera, donde tal vez encuentre la tarjeta del lugar del crimen y una negra oquedad donde estaban los billetes.

-         Como es sabido, muchos aplican el remedio, con honda tradición en la medicina mistérica, de utilizar más alcohol, igual que un fuego se prende para extinguir otro fuego. Seguramente, quien en medio de los temblores resacosos, todavía tenga ánimos para tomarse una copa, merezca una medalla al mérito civil.

-         En tiempos del “swinging London” se puso muy de moda cierto remedio paramédico, a cargo de la mítica droguería D. R. Harris, para luchar contra la resaca. Contiene alcohol. No sé si vende todavía pero estos “pick-me-ups”, profundamente herbáceos, los siguen teniendo otras marcas. Mick Jagger no tomaba otra cosa y ahí está, dando saltos todavía.

-         En el trabajo, cada uno sabe disimularse. Por sorprendente que parezca, a veces una noche de devastación puede hacernos amanecer con una cara de desconocida lozanía. Si no, recuerdo haber visto en Francia cierto tónico facial que, bajo el nombre de “lendemain de fête”, hacía recobrar la frescura perdida en la "cara de madera".

-         Si entre los sentimientos de fracaso personal, obnubilación, pobreza ética y vergüenza total, todavía tiene hambre, hay comidas y bebidas con claros efectos reconstituyentes, en un amplio elenco que va del té a los riñones con jerez o las lentejas. A medio camino, el chocolate con unas gotas de chartreuse –justamente llamado chartreuse épiscopale- puede ser una solución muy a la mano.

-         Por supuesto, duerma largo y bien, y concédase un rato de meditación entre las sábanas, considerando que su pésimo estado vital no deja de ser una prueba de que sigue vivo todavía. No duerma, sin embargo, hasta el aborrecimiento de sí mismo.

-         Un viejo truco para huir de la autocompasión consiste en afeitarse bien y ponerse ropas que nos hagan sentir personas muy civilizadas.

-         Si es invierno, el shock de frío de la calle le puede venir bien. Es el momento idóneo para hacer lo que nunca hace: pasear por un parque, acogerse a la penumbra de una iglesia. Hace años, estaban los museos –la pintura en la resaca consigue efectos sorprendentes- pero ahora en los museos hay más gente que en el Corte Inglés. De quedarse en casa, mientras recoge el desastre, puede ayudarle oír alguna música de efectos balsámicos como la de Erik Satie o ciertos tríos de Schubert, aunque de todo hay, y uno ha conocido gente que recurre en estos casos a discos de marchas militares. Para leer, cada uno tiene sus viejos libros queridos, pero sin duda la resaca es de los pocos momentos para los cuentos de Poe o la literatura fantástica.

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato