La semana de un conservador: adolescencias, contradicciones y la felicidad según el mundo

BOND. Algún anhelo masculino encarna ese Bond que tiene toda la pinta de poder esquiar en esmoquin o de cambiar las ruedas del coche sin mancharse las manos. El Bond que ahora reponen usaba relojes-agenda y zapatófonos, sin que en los años setenta se soñara con el email. Ian Fleming, un caballero, le hizo vestirse en sus mismos sastres y usar las colonias de su peluquero, de modo que hay un Londres de Bond visible en autobús para turistas. Por supuesto, Bond era monárquico y el bibliófilo Fleming le hace gran lector y le da el nombre –anglosajón y escueto- de un ornitólogo famoso. Son cosas que no aparecen en las películas aunque a cambio aparecen las guapas de otro tiempo. Tan inmune al alcohol, lo mejor sin embargo es cómo liga contando chistes malos.

MADRUGADAS. Hay una bohemia con calefacción y un nihilismo de barra de bar. Soy partidario de ambas cosas.

TRAJES DE OTROS AÑOS. De otoño a otoño, en los trajes de otros años aparecen anillas de Cohiba, tarjetas olvidadas de gente que hemos olvidado, una octavilla parroquial, el vale de una consumición, la pluma que buscábamos, un pensamiento en una servilleta, un smint caducado, una cerilla, un lamparón, una cápsula de vino, cinco céntimos de euro, pecios de vida fósil, lo familiar y lo ignoto, un ‘christmas’ donde leemos con estupor los mejores deseos para el 2007, el resguardo de una multa. De otoño a otoño, cabemos en los mismos trajes, fumamos los mismos cigarrillos, no somos más sabios pero sí más cínicos, más amados, más odiados, más o menos jóvenes aún. Nadie ha muerto, algunos han nacido, nosotros seguimos más bien vivos y bastante de derechas. Los trajes de otros años y el tiempo que se va por el fregadero darían para mucho simbolismo –pero hoy señalemos simplemente que lo importante con los trajes es no parecerse a Carlos Menem.

EDAD ADULTA. Ese momento de la vida en que ser imbécil ya no es gratis.

CRISTIANOS. Algunos se han creído que tienen que ser la miel de la tierra, y no era eso.

CONTRADICCIONES DEL GASTRÓNOMO. Del otoño queremos que sea otoño aunque sólo sea por sacar el Brigg. Miramos al cielo con la esperanza de la lluvia pues el otoño es lluvia y un olor de mandarinas: un olor de mandarinas que retumba en un patio de colegio, en nuestra infancia, con sencillez que ya es dolor. Mi madre prepara un centro de mesa con boletus, recién cogidos y ya secos, exactamente muertos de sed. Los años de pocas setas los vivimos como un estiaje en el alma. Paralelamente, siempre lamentaremos no haber nacido en una añada memorable: quién fuera Oporto del 70 o del 85, Château Lafleur del 82. Otoño irreversible e incoherente.

AMOUR FOU. ¿Tú y yo nos hemos visto en el hipódromo o en alguna otra vida?

LIBROS. Compramos libros con la ilusión de comprar el tiempo de leerlos, como si no fuéramos a morirnos por tener tanto por leer.

DE VITA BEATA. Vivir sin estrépito, morir sin molestar, sentarse en un banco del mundo y tomar notas de las revoluciones del corazón, del color de las mañanas, del ir y venir de los otoños. No beber, no hacer el asno. Tratar con mujeres feas, evitar los bares, perder a los amigos. Cambiar el whisky por el té, cambiar los deberes de la diversión por los placeres de la misantropía. Pasear cuando hace frío y hornear -como los hippies- pan orgánico. Pecar menos, gastar menos. No conocer el nombre de las ginebras de diseño. Pasar por alguien desagradable y aburrido. Maltratar a los que nos rodean y orar por los que nos persiguen. Hablar poco porque casi siempre decimos la verdad. Sentir la melancolía del jardín y desdeñarla. Escribir hai-kais a una rosa de té y cultivar la sensibilidad de un niño asmático. Volver a mirar los lilios y los pájaros. Leer libros de política trascendental, alejarse del demonio de la noche, alejarse del mundo seductor, con tanto restaurante. No saber cómo funciona un dvd. Rezarle cada noche a San Francisco René de Chateaubriand. Dormir como un gato viejo. Quejarse como un hombre. Sufrir mucho. Sentir dolores exquisitos pues no tuvimos una adolescencia elegíaca para tener una juventud zoológica. Ser dignos de ser infelices. Retirarse a los cuarteles del dolor antiguo, donde quizá habita una verdad. No andar sueltos por el mundo como una higienista en día de libranza. No ir de flor en flor, nariz inquieta, de vino en vino. Sufrir más, aspirar a un heroísmo.

 

LA BELLEZA EN LA COSTUMBRE. Quince años después, cenar mal en esa casa se ha vuelto una tradición muy elegante.

DE SI BRAVES GARÇONS. Jauría juvenil, muchachada de antaño, cuando caminábamos por el patio del colegio rodeados de matones, como una ley del terror. Impunidades de una adolescencia ya lejana. Salíamos a fumar con el resabio estético de no quitarnos la corbata. Alguien escupía contra el suelo, un burro decía una burrada pero por lo general éramos ya gente altisonante y vanidosa, en confusión de filosofías y de hormonas. Que uno tuviera muchos granos o muchos michelines daba pie al ingenio como forma de tortura. Dos o tres nos negábamos a hablar si no era de absolutos. Abril nos exaltaba. El desdén hacia el mundo era impecable: nosotros lo íbamos a vencer con una rosa. De alguna manera, creíamos que la vida nos iba a tratar bien sin hacer ningún esfuerzo. Cabe pensar si seguimos siendo sinvergüenzas con corbata pero por algo es importante la corbata.

MISSENYORA. Una mujer tan elegante que parecía viuda.

MUERTES CONTEMPORÁNEAS. Juan se muere a los cuarenta y dos años. Cáncer súbito y horrible, como para ir cavando el hoyo o eligiendo –caoba o castaño- el color del ataúd. Su número dos habla con el susto de quien ha evitado por poco la guadaña. Hay que ser muy bueno en sentimientos para saber qué cara poner en estos casos. El hombre deja un futuro brillante, tres hijos y una viuda de reubicación muy complicada. Como se sabe, los hay que llegan a morirse sólo por contrariar, por lo que tal vez se trate de una ironía del bueno de Juan. Yo le recuerdo haciendo números sobre un folio, gesticulando con un traje que siempre le iba un poco amplio. Tenía ese tartamudeo que se atribuye a la buena educación. En fin, vivimos precariamente y morimos horriblemente –et c’est tout. En el funeral, alguien se hará un lío y dirá que su muerte es una pérdida 'reparable' y sonará un móvil con el 'Hala Madrid' mientras él se enfrenta al tremendo Juicio y su cuerpo hecho fosfatos espera el temblor de la resurrección. Entre medias, está el impuesto de sucesiones porque morir no desgrava. También queda quemar las ropas viejas, pensar qué decir a la señorita que llama de Travel Plan o del Club Med. Al menos la impiedad nos defiende del dolor.

ESCRIBIR. En esencia, escribir consiste en escribir mejor que los demás.

ESCRIBIR, 2. “Es mejor no decir nada porque todo hiere” (Jules Renard).

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