La tercera muerte de la TDT

No hay ningún indicio de que la Televisión Digital Terrestre (TDT) vaya a despegar realmente en nuestro país. O, al menos, no de que vaya a hacerlo de acuerdo con el calendario objetivo del 2010, año para el que se prevé que todas las televisiones analógicas dejen de emitir y la única televisión terrestre que podamos recibir en nuestros hogares a partir de esa fecha sea la digital. La mejor prueba es el acuerdo de colaboración firmado hace unos días entre el Ministerio de Industria y la Asociación para la Implantación y Desarrollo de la TDT, que preside Joan Majó y en la que se integran todos los operadores de televisión de ámbito nacional. Lo que unos y otros prevén aportar para que este impulso y desarrollo sean efectivos es una cantidad tan ridícula que sólo servirá para lanzar alguna campaña de difusión y divulgación de esta tecnología, y poco más. Si se hace bien, es posible que incluso la totalidad de la población española termine entendiendo qué es eso de la TDT. Pero una cosa es saber que la TDT existe y otra muy distinta optar mayoritariamente por ella como sistema de recepción de televisión.   Para que la TDT se desarrolle de verdad sólo hay dos caminos, como demuestra la experiencia internacional: o se invierte en contenidos, o se invierte en distribución (antenas y receptores). Una cosa lleva a la otra. Se trata de decidir en cuál de las dos se pone el esfuerzo inicial. Pero tanto si se opta por los contenidos como si se aborda el camino de la distribución, alguien tiene que poner el dinero. A fondo perdido. En el Reino Unido se optó por los contenidos y la BBC asumió el papel de líder indiscutible, con un sentido de misión que ha servido para dinamizar a todo el resto del sector aunque ahora el esfuerzo le esté pasando factura. El resultado de este esfuerzo es mucho más que notable: en tan sólo cuatro años, desde su relanzamiento como servicio gratuito tras una fallida experiencia de pago, el número de hogares que utilizan la TDT como único sistema de recepción de televisión supera ya al de hogares que sólo cuentan con televisión analógica convencional, según el informe correspondiente al primer trimestre de 2006, que acaba de hacer público Ofcom, el organismo de regulación británico. Y, de acuerdo con los datos de este mismo organismo, es muy posible que la TDT supere a finales de este año al total de hogares conectados a la plataforma de televisión digital de pago por satélite BSkyB. Es decir, la televisión digital libre y gratuita comienza a ponerse por delante de la de pago: el sueño de la democratización de la Sociedad de la Información comienza a hacerse realidad. Justo lo contrario de lo que sucede en España.   No cabe esperar que este tipo de liderazgo sea asumido por los radiodifusores privados, ni aquí ni en otros países. Las televisiones privadas españolas no son un caso aislado. No cabe criminalizarlas por su escaso interés inversor en contenidos destinados a un consumo minoritario y alejados de la rentabilidad inmediata establecida como único criterio de operación. El escenario español es interesante. No existe ninguna posibilidad de que RTVE asuma ahora en España el papel de líder que, por naturaleza y vocación, podría haberle correspondido años atrás, antes del desmantelamiento. No sé cuánto tiempo tardarán en consolidarse los cambios, apenas iniciados, en esa Casa, pero es poco probable que esté en condiciones de definir ninguna estrategia de futuro antes de dos años. El único operador de televisión con vocación de impulso real de la TDT, visión estratégica y competencia reconocida incluso en ámbitos internacionales es Televisió de Catalunya (TVC). Problema: su sentido de misión, declarada por activa y por pasiva, se agota en la construcción y consolidación de un espacio audiovisual catalán.   Si se aborda la estrategia de desarrollo de la TDT por la vía de los contenidos no queda otro camino, por tanto, que sostener dicha estrategia sobre las televisiones privadas, a las que debería apoyarse con fondos públicos. Esta es la línea argumental defendida públicamente por los operadores privados, frente a la que cabría oponer el argumento de que el desarrollo de nuevos contenidos es sólo una de las “compensaciones” exigibles por la cesión de los canales de TDT que ahora ocupan éstos.   Italia es un ejemplo de cómo lograr que la TDT avance por la vía de incentivar mediante subvenciones públicas la compra de descodificadores interactivos, en lugar de los “zappers” que sólo sirven para cambiar de canal. Lanzada en diciembre de 2003 con 25 canales gratuitos nacionales, en sólo dos años se habían vendido cuatro millones de unidades. Gracias a la difusión de estos receptores con capacidades interactivas, en enero de 2005 se pudo lanzar un servicio de pago por visión (PPV). La política de subvenciones italiana, contestada desde la Comisión Europea, ha dado como resultado que en un plazo de tan sólo dos años el 17% de los hogares italianos estén “conectados” a la TDT.   España podría haber seguido un camino similar. De hecho, junto con Grecia e Italia, España es uno de los países de la Unión Europea teóricamente más aptos para la TDT frente a otros sistemas de televisión digital (cable, satélite y ADSL) debido al predominio casi exclusivo de la televisión vía antena terrestre como sistema de recepción de televisión, lo que no sucede en otros países como Bélgica y Alemania, con distribución mayoritaria por cable. Pero no parece que vayamos a aprovechar la oportunidad. El primer gobierno de José María Aznar diseñó una estrategia de TDT de pago (Quiero TV) que fracasó como su modelo británico, On Digital. Fue la primera muerte de la TDT en nuestro país. El segundo gobierno de José María Aznar no fue capaz de armar un nuevo cesto con los mimbres que habían quedado libres. Y ahora, tras dos años de compás socialista, algunos palos comienzan a levantarse, pero más parece que para sostener en alto un cadáver y que éste de la impresión de vivo, que para dar a luz a un proyecto querido y esperado.

 
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