A vueltas con el perdón

No hay mayor bien que el perdón, pero al mismo tiempo no hay mayor manipulación que la trivialización del perdón. Cuando se llama al perdón del agresor empecinado en la agresión, del violador de un derecho que “parece salirse con la suya” se facilita la impunidad que es lo opuesto a lo jurídico. Personalmente que tipos y tipas se desnuden o no, me trae al fresco. No tengo nada que perdonar. Si lo hicieran en la apertura de curso, un doctorado honoris causa o una lección magistral tampoco tendría nada que perdonarles, la acción disciplinaria superaría mi ámbito personal o mi responsabilidad.

Lo acontecido en Somosaguas no es cuestión de que cada uno perdone. Esto es lícito y admirable. Pero podría verse una cierta contradicción en pedir el perdón para alguien y que se pongan las medidas disciplinarias o judiciales en marcha. Alguien podría pensar que se juega a dos barajas.

Conviene entonces aclarar que la acción sacrílega, como provocación grave a los legítimos sentimientos religiosos de un amplio número de miembros de la comunidad universitaria y como atentado a un derecho de libertad de libertad religiosa, que es contemplado como tal por muchos universitarios sin adscripción religiosa o de distinta adscripción, produce un daño y que las autoridades deben responder al mismo y repararlo como parte de su misión. Evidentemente cada autoridad interviene en sus competencias y los posibles delitos y posibles delincuentes son acusados con las garantías del Estado de Derecho.

Es precisamente sobre el Estado del Derecho sobre el que conviene detenerse. En la comunidad universitaria y en la vida cívica en general parecen instalados grupos que consideran que si algo les disgusta ideológicamente están facultados para actuar directamente sobre ello sin detenerse en los derechos afectados. Si hay una capilla en virtud de un convenio, garantizada por derechos constitucionales, la ultraizquierda, que juega a la legalidad en su legalización y en sus subvenciones, que se ve inspirada por profesores que ejercen su función en virtud de títulos públicos de los que son muy celosos y que no pasan ni una en lo que se refiere a la minusvaloración de su autoridad, parece reclamar una exención jurídica de sus agresiones a las que denominan performances. ¿Es una performance la profanación de un cementerio, por ejemplo? ¿Es una performance el insulto en el correo universitario desde la facultad de filología a una minoría o mayoría religiosa? ¿Se consideraría performance la acción similar, pero en otro sentido, realizada por un grupo que no fuera de extrema izquierda?

Algunos, después de mover el árbol, quieren ahora recoger las nueces hablando de sobrereacción mediática o de convenios o no convenios. Son personalmente los mismos y en los mismos blogs que pusieron diputados en dianas, quienes acogieron a Hugo Chaves en la Facultad de Políticas y aplaudieron el apaleamiento por sus matones de los opositores (forma de performance muy grata a los tiranos de variado pelaje) o impidieron hablar a Rosa Diez en Somosaguas en el acto más antiuniversitario imaginable. Parece que les molesta que sus víctimas protesten. Pero como dirían en su Cuba, los gusanos protestan mucho.

 
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