Se infiltró en un grupo de extrema derecha

Salvó la vida al rey y a Felipe González y después el CESID lo dejó tirado

El ex guardia civil Francisco Lerena evitó en 1985 que una bomba acabara con la familia real, el presidente y varios ministros

El rey Juan Carlos I y Felipe González.
El rey Juan Carlos I y Felipe González.

Evitó en 1985 que una bomba acabara con la vida de la familia real al completo, el presidente del Gobierno, Felipe González, el ministro de Defensa, Narcís Serra, y la cúpula militar. El CESID –ahora CNI- le prometió que, si se infiltraba en la extrema derecha le garantizarían un trabajo y le darían un premio económico. El ex guardia civil Francisco Lerena fue abandonado a su suerte. 30 años después, nada ha cambiado.

Su historia es similar a la de algunos que se han jugado la vida por su país, que recibieron promesas para garantizarles una protección a su familia y, que una vez cumplido el complicado trabajo, ya no les hacen ni caso. Se cumplen ahora 30 años del último intento de la extrema derecha para acabar con el régimen democrático.

En esa ocasión no pretendieron repetir las fallidas experiencia anteriores de los intentos de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y del 27 de octubre de 1982. Corría el año 1985 y lo que un grupo de militares y civiles intentaron fue acabar con el Rey, su familia, miembros del Gobierno y la cúpula militar.

El CESID, el servicio de inteligencia, sabía que quedaba un grupo de conspiradores que podían intentar montar algo, y convencieron a un antiguo guardia civil, Francisco Lerena, para que se infiltrara entre ellos. Aceptó de buena gana, con argumentos que le dieron como defender la democracia y la libertad, salvar vidas, conseguir la estabilidad de España y “la obligación moral de hacer lo que cada cual pueda en conciencia para evitar el desastre de sangre y lágrimas” que podían provocar los golpistas.

Lerena tenía que dejar su sólido trabajo en Canarias, por lo que le ofrecieron un sueldo mensual de 100.000 pesetas –que llegaría a 140.000- y la promesa de que, cuando todo acabara, le darían lo suficiente como para montar un negocio y empezar una nueva vida.

Aceptó pensando que dejaba atrás una buena posición económica, pero que su familia no se resentiría en el futuro. Lerena se convirtió en “Alejandro” o en “Lobo azul”, un alias que recordaba la infiltración exitosa de Mikel Lejarza en ETA.

El ex guardia civil consiguió convencer a los conspiradores de su intención de ejecutar sus planes, y terminó siendo uno de los organizadores de la colocación de explosivos debajo de la tribuna de honor del desfile de las Fuerzas Armadas del 1 de junio de 1985. No solo se jugaba la vida en el caso de que sus compañeros le descubrieran. También la Policía seguía al grupo y en varias ocasiones estuvieron a punto de detenerle, al desconocer que era un infiltrado del CESID, que le advirtió que si esa situación se producía debía aguantar el interrogatorio sin delatar su doble juego.

Unos meses antes del evento, el Gobierno dio orden al servicio secreto de frenar a los golpistas. Para ello, varios agentes se pusieron en contacto con los golpistas contándoles que sabían lo que estaban tramando y alertándoles de que, si no cejaban en su empeño, los encerrarían a todos.

Finalizada su misión, la vida de Lerena corrió peligro, sobre todo tras ser descubierta su participación en los hechos. En ese momento, esperaba que el CESID cumpliera su promesa, pero no solo no lo hicieron, sino que en varios meses le redujeron la asignación a 40.000 pesetas y luego no le dieron nada.

Al principio le anunciaron que iban a promover empresas civiles tapaderas y que le darían el dinero prometido para montar una de ellas. Él trabajaría para la calle y al mismo tiempo atendería las necesidades que el CESID tuviera. El dinero también prometido nunca llegó. Promesas vanas, nunca las cumplieron. Esperando han pasado 30 años.

 

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