Zapatero se pone de largo ante el poder financiero de Madrid y dedica casi todo su discurso a los Presupuestos

La doble fila de coches oficiales llegaba hasta la Puerta del Sol. El presidente Zapatero inauguraba el curso del Foro ABC en el Casino de Madrid, y lo hacía ante el cogollo político, económico y mediático del país. Nadie quiso perdérselo; tampoco algunos notables de la oposición.

La doble fila de coches oficiales llegaba hasta la Puerta del Sol. El presidente Zapatero inauguraba el curso del Foro ABC en el Casino de Madrid, y lo hacía ante el cogollo político, económico y mediático del país. Nadie quiso perdérselo; tampoco algunos notables de la oposición.

De entre los desayunos-charla y almuerzos-conferencia que abundan en la capital, el Foro ABC es sin duda de los más selectos: siempre acuden primeros espadas, con un público benevolente y curioso y una prensa que prefiere no preguntar con mala intención.

Apenas han transcurrido unos meses de legislatura y la emoción ambiental lo confirmaba: todo comienza de nuevo, todas las caras son nuevas, y hay que ver y dejarse ver. En realidad importa poco que sea Aznar o que sea Zapatero: a estos saraos van siempre los mismos, aunque en realidad sean otros. El poder, parece, es perfectamente intercambiable, y algunos tardan poco en hacerse a él. Otros, aunque lo hayan dejado, siguen viviendo de sus emanaciones. En fin; es lioso: lean a Maquiavelo para enterarse mejor, y quédense con que acompañaron a ZP algunos poderosos de hoy y algunos poderosos de antaño.

Entre estos grupos, hay quien no se pierde una cena, comida, baile o lo que se tercie; por ejemplo, Isabel Tocino, que lució tonos leonados que rimaban con su cabellera.  Del PSOE estaban todos o casi todos: ministros, secretarios de Estado, gerifaltes autonómicos –con Chaves al frente- y el resto de los que confían en la futura magnanimidad de Zapatero. Hubo algunos discrepantes, como Enrique Múgica, defensor del pueblo hasta nuevo aviso; y también Esperanza Aguirre se trasladó para almorzar con el Presidente a tres manzanas de su despacho.

Por lo demás, los periodistas se hacían eco de la “aznarización” de Zapatero, a quien se le nota que ya se está acostumbrando al poder. Nada más bajar de su poderoso coche oficial, a Zapatero le esperaba un estruendo increpatorio muy notable, pues los trabajadores de la Comisión Nacional del Mercado de las Telecomunicaciones tienen menos ganas de marcharse a Barcelona que Zapatero de llevarlos coactivamente hacia allá. El presidente ni se inmutó: tal vez confundía los silbidos con vítores.

El discurso presidencial tuvo como título “Objetivos para una nueva etapa”, y su desarrollo fue tan poco sorprendente como su enunciado. Entre este sopor y la monocordia oratoria del presidente –también aquí se va “aznarizando”-, el público en general y los periodistas en particular tenían que hacer esfuerzos para no cabecear. Quizá alguien deba recapacitar si la hora de la siesta es la mejor para dar y recibir catilinarias.

Entre sus “objetivos para una nueva etapa”, Zapatero dedicó más de la mitad de su tiempo a tranquilizar a los halcones de nuestras finanzas. Explicó los Presupuestos recientemente presentados en el Congreso y apostó –quién lo hubiera dicho- por la estabilidad macroeconómica, de la que parece tener un concepto muy flexible. El resto fueron, otra vez, críticas sutiles a Bush, dardos al PP, glosas filosóficas en torno al matrimonio homosexual, y ambiguas declaraciones contra la Iglesia o sobre la Iglesia. En este terreno, al presidente de las sonrisas se le notaba incómodo. También hizo mención –sólo mención, brevísima, calculada- a la próxima reforma constitucional.

Y como addenda final, por su curiosidad, cabe subrayar que Zapatero sigue siendo inmune a la sátira: cada dos o tres minutos repetía la palabra “talante”. Y es que, cada uno con sus fijaciones y fetiches políticos, quizá Aznar y Zapatero se parezcan cada vez más. Es la fuerza del poder, o quizá el embrujo de la Moncloa.

 

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