EN PAUSE CON RAMÓN JÁUREGUI, eurodiputado socialista

“Esta generación de políticos debe aprender a dialogar, porque el Gobierno que salga de las próximas urnas será de coalición”

Ramón Jáuregui es eurodiputado, y lo ha sido casi todo en Euskadi, en España y en el PSOE vasco. En mayo de 2019, previsiblemente, colgará las botas de la función pública. Su fama de buen político y su talante dialogante le han convertido en una referencia veterana para la democracia española

Treinta años sin poder pisar su patria que ahora son pasado. En los duros 80 de ETA, él estaba en el epicentro del huracán. Canas. Entre la esperanza y la cal viva en su propio escaño. Delegado del Gobierno, vicelehendakari, ministro, secretario general del grupo parlamentario socialista, eurodiputado y referencia. Puño con rosa sin apretar las ideas. Bandera blanca. Después de 45 años en el PSOE, ahora es menos idealista y más pragmático. Pupilo de Felipe. Amigo de Almunia y de Rubalcaba. La voz de la experiencia mira con miedo lo que sacude Cataluña. Ha anunciado que el año que viene deja el escenario político. Si Fernando Aramburu no hubiera parido Patria así de bien, el futuro de Jáuregui pasaba por intentar escribir el único relato de la verdad que dejan los terroristas sin alma: la historia y el recuerdo de cada víctima. En cualquier caso, he aquí uno de los pocos políticos maduros alérgico a convertirse en jarrón chino y a subirse a la ola de las puertas giratorias. Un señor. De los de siempre.

Llueve como en Euskadi sobre el asfalto de la Carrera de San Jerónimo. Y es lunes. En una de las ampliaciones del Congreso de los Diputados, el europarlamentario Ramón Jáuregui tiene su despacho nacional. Huele a pólvora de moción de censura en la casa de todos. Pasos rápidos. Caras de no-llegamos. Bedeles amables. Asesores tiesos. Detectores de metales.

Fue en marzo y fue justo el día en que se celebraba el 25 aniversario del matrimonio civil entre el Partido Socialista de Euskadi y Euskadiko Ezkerra. Después de jugar en todas las posiciones, el polivalente Jáuregui anunció por San José que lo dejaba aquí. Con 70 años. Con cuatro décadas de vida y cargos en el PSOE. Y, sí, un poco lejos de Pedro Sánchez…

En una sala neutra de esa extensión del Congreso, con libros de Iglesias Posse en las estanterías, hablamos con un poco de prisa. Da igual. Hemos venido a conocer a Jáuregui, aunque sea en 38 minutos.

ETA. País Vasco. Cataluña. Europa. PSOE. Mociones.

En un rincón de este mini Anoeta, movemos el balón con el jugador más versátil que conserva en sus filas el socialismo español.

Esta conversación tiene un extra. Unas horas después de que Pedro Sánchez fuera elegido presidente del Gobierno tras la moción de censura, hemos vuelto a hablar. Por teléfono. Cuatro preguntas más para actualizar esta entrevista. Es viernes-tarde. Mientras otros socialistas están tensos, con el móvil adosado al cuerpo por si llama Pedro, él pasa la segadora en casa. Cortando lo que sobra. Pasando página entre los surcos del jardín.

Fin de ETA. Enhorabuena por la parte que le toca…

Humildemente, un poquito. Pero no soy el principal protagonista…

Cuando fue ministro de Presidencia con Zapatero era usted escéptico a este escenario. Después de 30 años con escolta y viendo la muerte tan de cerca, se entiende.

 

Durante los primeros años ochenta, que fueron muy duros, todos perdimos la esperanza. Muchos creíamos que ETA no tendría un buen final. Por eso, desde 2011 [el 20 de octubre de ese año ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada] siento que la victoria ha sido extraordinaria y maravillosa. No hay ningún fenómeno terrorista en el mundo que haya acabado tan bien.

Usted estuvo en el punto de mira, especialmente una noche de Navidad. Y, sin embargo, dice que no es valiente pero que nunca tuvo miedo.

Ese ambiente formaba parte de mi paisaje vital. Siempre supe que la acción política en el País Vasco conllevaba riesgo, pero tenía, a su vez, una extraordinaria épica: conseguir la paz. Hay pocas causas más bellas en la política que haber logrado la paz. Por eso me siento particularmente orgulloso, al final de mi vida política, de lo que hicimos. Tengo capacidad para mirar a la historia y mucha visión exterior para saber que haber alcanzado objetivos tan grandes es un logro que se ha conseguido en pocos países, en pocas experiencias como estas y en poco tiempo, en términos históricos.

En 1994 escribió El país que yo quiero: memoria y ambición de Euskadi. 24 años después, ¿va quedando la cosa como usted quería?

No del todo, porque el nacionalismo persiste… Es el país que yo quiero desde el punto de vista de la paz y de su calidad de vida. En términos de políticas sociales, el País Vasco es perfectamente equiparable a muchas sociedades europeas, e incluso nórdicas. Me sigue preocupando que el nacionalismo tenga una preocupación milenarista y, en cierto modo, totalitaria, de hacer nacionalistas a quienes no lo somos.

¿Qué riesgos ve a partir de ahora con el futuro del País Vasco?

Que el PNV sea capaz de elegir bien la pluralidad y el pacto. El País Vasco es como un abanico con muchas tablillas, y cada una de ellas representa identidades diversas: desde quien se siente solo vasco, hasta quien se siente solo español, pasando por muchos sentimientos intermedios y compartidos. Las sociedades de estas características solo pueden encontrar su camino en el pacto de la pluralidad identitaria. Cualquier proyecto de imposición o de hegemonismo identitario fractura el país. Es lo que está pasando en Cataluña, y espero que en Euskadi no pase. Por lo demás, estamos bien.

¿El PNV se merece algún aplauso por la desaparición de ETA?

Todos tenemos momentos mejores y peores. Hasta el Pacto de Ajuria Enea, en 1988, el PNV tuvo la tentación de considerar que los terroristas eran hermanos descarriados. Por ese lado, ningún mérito y todos los reproches. Yo he vivido las consecuencias de todo eso. A partir de Ajuria Enea, nosotros, creo que inteligente y generosamente, le dimos la presidencia del Gobierno vasco a un lehendakari del PNV teniendo más diputados, en parte como condición para que se estableciera una nueva línea divisoria en el país: no entre nacionalistas y no nacionalistas, como hasta entonces, sino entre demócratas y violentos. Le dimos al PNV el liderazgo en la deslegitimación social de la violencia. Fue una operación brillante. Treinta años más tarde ETA quedó derrotada.

Con altibajos, el PNV es un aliado de la paz, porque quiero recordar que en 1999 firmaron con ETA el Pacto de Estella, que fue una trampa. Aquello fue una equivocación mayúscula del PNV, porque fueron engañados por ETA para romper el Pacto de Ajuria Enea. En cualquier caso, todo aquello se rectificó, y ahora caminamos juntos. Lo que hace falta es que sigamos unidos para construir el único relato de la verdad, que es el de las víctimas.

¿Por qué el PP vasco se ha ido deshaciendo por el camino?

Yo no haría una afirmación tan rotunda. De hecho, el PP tiene nueve diputados en el Parlamento Vasco... Ahora están sufriendo las consecuencias de su debacle nacional, pero no daría por disuelto al PP vasco. No me parecería justo.

No, yo no disuelvo. Yo solo digo que en 2001, con Jaime Mayor Oreja, tenía diez diputados autonómicos más…

Sí, pero actualmente mantiene una representación política digna en algunos territorios, sobre todo en Vitoria. No doy por derrotado al PP vasco, que tiene su papel.

¿El PP ha tratado bien a algunos de sus referentes vascos, como Jaime Mayor Oreja o María San Gil?

Mayor Oreja y María San Gil, en general, en relación con el final de la violencia, están equivocados. El fin del terrorismo es un hecho, porque la victoria de la democracia ha sido aplastante. No podemos cuestionar que la ecuación dejar de matar y hacer política siempre ha estado en el discurso de la democracia. Nosotros llevamos diciendo desde 1977 que no había razón para matar, y menos en democracia. Que tenían que hacer política y abandonar la violencia. Han dejado la violencia, han disuelto la organización y hacen política. No podemos quebrar ese principio. Forma parte de la lógica democrática y de la coherencia de nuestro discurso.

El PP vasco ha sabido adaptarse, aunque haya habido mucho oportunismo en muchísimos momentos de la vida del partido en Euskadi y en el resto de España en la lucha contra ETA, cosa que el PSOE no ha sufrido nunca. De todas formas, no quiero hacer reproches. El PP ha sido muy utilitarista con la lucha antiterrorista, pero lejos de mí cualquier intención de criticar fuera de lugar a quien ha sido aliado y ha vivido conmigo el mayor sufrimiento que se puede padecer en la vida: el riesgo permanente de morir asesinado.

Siendo objetivos: ¿a qué ex presidente debe más el final de ETA: a González, a Aznar, a Zapatero o a Rajoy?

Cada uno tiene su momento. Uno de los puntos de inflexión clave en la lucha contra ETA es el Pacto de Ajuria Enea, e incluso las Negociaciones de Argel que llevó a cabo el ministro Corcuera, porque fue la manera de demostrar a la comunidad internacional que ETA no era un movimiento político, sino una banda terrorista que quería imponer sus pretensiones totalitariamente, con las armas, a la democracia española. Eso no lo sabía ni Francia, ni la comunidad internacional. En ese momento crucial de la historia lideraba España Felipe González, que incorpora al nacionalismo vasco a la deslegitimación de ETA y fomenta un acuerdo con las fuerzas políticas democráticas, incluidas el PP de Fraga Iribarne, para aceptar una negociación que acabó destrozando toda la retaguardia etarra. Desde que en 1989 acaban las negociaciones de Argel, Argelia expulsa a los miembros de ETA a los países del Caribe y de África, y Francia comienza una colaboración policial muy activa para desarticular la banda. De todo aquello surgen los bienes que ahora estamos disfrutando.

El otro gran presidente en esta operación es Zapatero, que fue un hombre osado y valiente que lo arriesgó todo y que construyó, grosso modo, la pista de aterrizaje del último capítulo. El final de ETA es consecuencia de la victorial policial, democrática, social, y política contra los terroristas, por supuesto. Es una acumulación de aciertos. Pero la pista de aterrizaje la colocan, inteligentemente, Zapatero y Rubalcaba. No sé si otros lo hubieran podido hacer, o lo hubieran hecho. Pero los que lo hicieron fueron ellos, y por eso los dos tienen, para mí, su mérito particular.

¿Y durante las dos legislaturas de Aznar no hubo ningún avance relevante en la lucha contra ETA?

De alguna manera, Aznar hizo lo que le correspondió. No le voy a censurar por sus intentos de diálogo, que también los tuvo. Es más, voy a hacerle un elogio que no suele hacerse: la decisión de ilegalizar Batasuna fue un acierto del Gobierno del PP. Corría el año 2002 y yo tenía muchas dudas. Estábamos en el Pacto Antiterrorista que Zapatero y Rubalcaba habían negociado con Aznar en septiembre de 2000, y en el marco de ese acuerdo aceptamos una medida que nosotros nunca tuvimos presente, porque siempre pensamos que el brazo político era el desagüe de la violencia. Hasta el año 2000, casi toda la democracia española pensaba que era necesario aguantar la existencia de este brazo político, y era un error, porque se acabó demostrando que la organización terrorista dominaba el brazo político al servicio de la estrategia violenta. El Gobierno de Aznar cortó esa estrategia, ilegalizando Batasuna justo cuando ETA estaba matando a los dirigentes del PSOE y del PP, en una campaña de liquidación física del adversario político. Desde entonces se inició otro cambio muy importante en la lucha contra el terrorismo, porque la propia organización política acabó reivindicando y exigiendo a ETA que abandonara la violencia, porque arruinaba su causa.

Aquel clima en el que vierten un saco de cal viva en su escaño del Parlamento Vasco, ¿ha pasado para siempre o hay otras formas de amenazar con cal viva en la política de nuestros tiempos?

Sigue habiendo una violencia estructural, como una especie de subcultura violenta. Alfredo Pérez Rubalcaba me comentaba el otro día que la hija de una víctima de ETA le confesaba que tenía que irse de su pueblo… Eso sigue vivo. Las hijas de las víctimas siguen viendo carteles de presos y, seguramente, incluso, sufran reproches, sobre todo en los pueblos, aunque no creo que ya sean muy frecuentes. El combate se concentra ahora en los residuos de esa subcultura. Pero la fuerza viva de las víctimas se impone. Los carteles que dejan grabado en las calles que “Aquí mataron a…” es una memoria tan viva que demuestra que el recuerdo de los 850 asesinados por ETA es el relato de la verdad que no tiene competencia.

¿Usted campa ya a sus anchas por las calles de San Sebastián?

Sí. Ese es el cambio. Yo he estado treinta años sin ir a la parte vieja de San Sebastián, de donde soy, más o menos. Ahora voy y compruebo que la sociología del barrio es totalmente distinta. Confieso que, en mi caso, no sufro ninguna agresión. Más bien al contrario. Cada uno es cada uno y cada cual tiene su trayectoria. Yo pienso que Euskadi tiene unas ganas enormes de vivir en paz y pasar página, aunque eso haya que hacerlo con mesura, porque hay que mantener la memoria y construir el relato de la verdad.

Hablando de páginas, memorias y relatos: ¿cómo ha leído usted Patria?

Como el libro que hubiera querido escribir cuando me jubile… Nunca podría hacerlo, obviamente, porque no tengo la capacidad literaria de Fernando Aramburu. Patria es un reflejo extraordinario de lo que hemos vivido. Todos los personajes del libro responden a un costumbrismo vasco total, especialmente sus mujeres, que son las que protagonizan la novela. Eso tiene mucho que ver con la influencia de las familias en la composición identitaria y sociológica del país.

¿Una persona como Otegui se merece estar en la calle?

Sí.

¿La tensión catalana le da miedo?

Sí.

¿El clima generado por Puigdemont recuerda al ambiente vasco más duro?

Es el mismo proyecto totalitario. Cuando el nacionalismo quiere establecer hegemónicamente la composición social de su país a través de un proyecto político, está violentando. Es lo que sucede en Cataluña. Es lo que se pretendió en el País Vasco con el Plan Ibarretxe, el carnet vasco y determinadas políticas educativas, por ejemplo. Creo que el País Vasco aprendió, y lo que me extraña es que el seny catalán haya caído en lo que otros habíamos aprendido ya por la experiencia vivida.

¿La cárcel es el mejor escaño para los políticos catalanes que han tensado la independencia contra las cuerdas de la ley?

La cárcel es la consecuencia de actos delictivos. Punto. Hay que esperar a la sentencia para ver si merecen o no la cárcel. En todo caso, la prisión provisional solo se justifica porque los acontecimientos no hacen más que perpetuar la estrategia. Si no fuera así, la prisión provisional sería excesiva. Unos se marchan y otros siguen, y, lógicamente, el juez interpreta que hay una persistencia en la continuidad del delito.

De esas canas, ¿qué porcentaje corresponde al tema vasco?

No lo sé… Yo he sufrido mucho desde hace tiempo, pero la emoción que he sentido con la paz lo compensa todo. Realmente, la épica del sinvivir que hemos padecido ha sido enorme. Tengo diez mil anécdotas que contar, pero no me regodeo en el sufrimiento.

Usted se afilió al PSOE en 1973. Desde entonces, ¿ha cambiado en algo su forma de ser y pensar socialista?

He aprendido mucho, y sé que aquel socialismo utópico que teníamos en la cabeza en los primeros años 70 tiene que sufrir muchas modulaciones y transformaciones pragmáticas, especialmente en el contexto de los tiempos que vivimos de globalización económica y de limitación de las políticas nacionales. Estamos ante una partida en la que nos han cambiado la baraja y el tapete. Ahora se juega de otra manera. Soy muy reflexivo en torno a lo que tiene que ser una socialdemocracia moderna, en medio de un siglo de globalización económica, de revolución tecnológica y de geopolítica cambiante.

¿Merkel es una referencia de esa socialdemocracia moderna?

Obviamente, no. Ella no es socialdemócrata. Es verdad que los partidos conservadores han incorporado a su arquitectura política las grandes conquistas del modelo socialdemócrata del Estado del Bienestar, y eso hace más difícil la diferenciación para los socialdemócratas de hoy. Casi todos los partidos conservadores, liberales, cristiano-demócratas y reformistas actuales asumen los parámetros de una política construida en los 30-40 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que parten de que el 40% del PIB se recauda por parte del Estado y se redistribuye socialmente hacia los servicios básicos: educación, sanidad, pensiones dignas… Esos pilares de la sociedad ya nadie los cuestiona. Los retos de ahora son cómo sostener la calidad del empleo en la sociedad globalizada, cómo incorporar nuevos elementos para la auténtica igualdad de oportunidades, etc.

Con 70 años, mucha mili, y más argumentos propios que los argumentarios institucionales: ¿hacia dónde va la izquierda española?

La izquierda tiene que ser capaz de construir una agenda progresista de la globalización. Gran parte de nuestros ideales se juegan en esa partida, no se deciden en un marco nacional. Lograr una fiscalidad justa o combatir los paraísos fiscales ¿es una batalla de España? ¡Ni siquiera de Europa! La ordenación de las redes, el aseguramiento y la protección de nuestros datos, la búsqueda de un modelo social de dignidad laboral… ¿de quién dependen esas conquistas? Esos son los debates que llaman a una izquierda moderna. La izquierda en España tiene ese gran reto.

Reconozco que hay expresiones plurales en la izquierda, pero a ese conjunto de la izquierda les digo que, o somos capaces de innovar y de convocar a esferas supranacionales para nuestras causas, o corremos el riesgo de no poder cumplir lo que prometemos, que es el resultado de la ecuación que a mí me preocupa más.

¿Cómo ha vivido usted la moción de censura y la elección de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno?

Lo más importante es la lección de lo que ha pasado. Esta moción de censura ha dejado claro que nuestro sistema democrático reacciona ante un escándalo de corrupción gravísimo. Lo que hemos vivido va a ser un punto y aparte. La máxima sanción política es echar a un Gobierno de su puesto, y se ha producido. A partir de ahora todo será diferente. Seremos más contundentes con la corrupción, como es lógico.

¿Qué panorama augura para España en los próximos años?

Entramos en una fase de recuperar entendimientos y entablar diálogos entre diferentes fuerzas políticas para construir juntos. La nueva generación de políticos españoles no tiene más remedio que aprender a dialogar, porque el Gobierno que resulte de las próximas elecciones será de coalición.

Ramón Jáuregui lo ha sido casi todo y tiene prestigio en su casa y fuera. Dígame la receta para que los nuevos políticos sean constructivos antes de caer en la tentación del oportunismo.

El pacto y el diálogo es condición necesaria de la política. Otra cosa es que objetivamente España ahora está viviendo un momento muy raro, muy delicado y muy especial, y es posible que no sea fácil obtener esos márgenes de acuerdos, pero son necesarios. Soy partidario de que la política española se encarrile, pero debe haber cambios importantes. Estamos viviendo una transformación, al pasar de un sistema bipartidista a uno cuatripartito. Además, andamos sumergidos en una devaluación brutal del partido conservador, que reclama, probablemente, cambios regeneracionistas en el país. Los acuerdos terminarán llegando, porque no hay otra manera de hacer el país. Para la reforma constitucional, para colocarnos en la agenda digital y no perder lugar en el mundo, para nuestra política europea, para la pelea contra el desempleo estructural que sufrimos, para el crecimiento económico, para todo o casi todo hará falta una política de consensos, que llegará, aunque quizás no en este momento…

¿Qué lugar le queda al PSOE en el espectro electoral español, entre el voto de izquierda de Podemos y el voto de izquierda que se lleva Ciudadanos? ¿Al PSOE se le vota por inercia, o porque tiene todavía algo diferencial que aportar?

El PSOE es el partido de centro-izquierda mayoritario. Es el partido de la fiabilidad, de la confianza, el partido capaz de ser fiel a lo que ha sido siempre, siendo útil para el país. El PSOE es un partido progresista, capaz de construir consensos y ofrecer soluciones a un país que está bloqueado.

¿Con el PSOE sosteniendo el Gobierno será más fácil reunificar el partido?

Yo creo que ya está cohesionado. En cualquier caso, con un presidente del Gobierno socialista se hará más evidente el punto y aparte. Pedro Sánchez será el primero en liderar esa unidad, porque le toca asumir el peso de una enorme responsabilidad.

Después de 45 años afiliado al PSOE: ¿le convencen los partidos políticos como estructuras?

Tienen muchas imperfecciones, pero no encuentro fórmulas mejores. Descubro que los nuevos partidos son, en el fondo, parecidos a los otros.

¿Y los sindicatos? ¿Tienen sentido esta UGT y esta CCOO?

Es muy fácil decir que sería necesario tener otros… Yo diría que son necesarios, hay una gran masa laboral de la población que los necesita, pero deben modernizarse y adaptarse a mucha realidad nueva.

¿Europa es una buena idea o una realidad en marcha?

Es una idea fantástica, insustituible, y está en marcha. Las dos cosas. Sigue construyéndose. Es un edificio al que cada día le ponemos más plantas.

¿La llegada de Pedro Sánchez a Moncloa pondría en entredicho su anuncio de dejar la política en mayo de 2019?

No. Yo estoy de retirada pase lo que pase.

¿Cómo se encuentra usted a un año de colgar las botas?

Satisfecho de mí mismo y orgulloso de irme con un cierto reconocimiento social. Nunca he aspirado a otra cosa. Y terminando mi trabajo en Europa. En mis ratos libres estoy escribiendo y pensando qué hacer después. Lo único que pretendo es devolverle a la sociedad lo que me ha dado, que ha sido mucho.

¿Qué compañeras y compañeros de camino agradece haber conocido en estos años particularmente?

He tenido la inmensa suerte de estar con geste fantástica… He admirado siempre a Felipe [González]. Durante toda mi vida he tenido la sensación de que, cuando hablaba, realmente estaba diciendo lo que yo pensaba. Su discurso siempre me convencía. Tengo una estrecha relación con Joaquín Almunia. Y en la última etapa de mi trabajo aquí, con Alfredo [Pérez Rubalcaba] y con Elena [Valenciano] he consolidado unas relaciones muy afectuosas y muy enriquecedoras.

¿Se siente orgulloso de haber sido del equipo de Zapatero?

Me siento orgulloso de haber sido ministro, porque es algo que, en una carrera política, enriquece mucho. En esa etapa, por ejemplo, descubrí que lo más importante para gobernar no es el Boletín Oficial del Estado, sino la prima de riesgo, curiosamente. Cada mañana nos levantábamos para mirar cómo andaba ese índice… Es una anécdota… Me siento orgulloso y agradecido de haber podido estar año y medio con Zapatero y con Alfredo. Fue una buena experiencia, aunque sufriente, porque fue dura. Muy dura.

¿Cómo juzga usted el papel de Zapatero en Venezuela?

Cargado de buena intención y con mala suerte. Un mediador era y es necesario. Solo un acuerdo entre Gobierno y oposición da salida democrática y pacífica a Venezuela. Él lo ha intentado. ¿Por qué no lo ha conseguido? No puedo juzgarlo. Pero, en todo caso, su papel nunca lo despreciaré, porque fue y será necesario.

Usted ha sido referencia del socialismo de raíces cristianas. ¿Queda de eso hoy en la viña de Sánchez?

Yo no soy cristiano. No soy una persona de fe. No tengo nada que ver con el Cristianismo, propiamente. Pero siempre pensé que el socialismo español tenía históricamente una actitud anticlerical que se confundía con ser antirreligiosos, y son cosas distintas… Esa tendencia era fruto de los acontecimientos históricos vividos en España, porque no hay que olvidar que la Guerra Civil y la dictadura marcan la cultura política del socialismo español. Sin embargo, en la mayoría de los partidos socialistas europeos había fuertes corrientes cristianas: en los suecos, en los ingleses, en los alemanes, en los italianos… Cuando Joaquín Almunia era el secretario general, les propuse a mis compañeros dirigentes del partido abrir el PSOE al mundo cristiano que quería ser socialista, porque su compromiso con la fe y con el Evangelio les llevaba a interpretar que, políticamente, la izquierda era su partido. Como no estaban en el PSOE, les ayudé a entrar. Escribí un libro, junto con Carlos García de Andoain, que se llama Tender puentes, y que fue el momento en el que el partido se abrió de esa manera. Esa es mi convicción. No es una cuestión de fe ni de ningún tipo de sentimiento religioso.

¿Su marcha es un PSOExit?

No. Es una salida de la función pública representativa. Durante cuarenta años he estado en responsabilidades que mi partido me ha pedido que asumiera. Jamás le he pedido hacer nada, y de eso estoy muy orgulloso. Todo lo que me ha tocado, o me lo han pedido, o me lo han impuesto. En concreto, una de las peores cosas que me cayó fue ser delegado del Gobierno en el País Vasco. En cualquier caso, siempre he estado a disposición de lo que el PSOE me ha pedido. Cuarenta años después, me parecía que era importante que yo mismo –y no otro- tomara la decisión de irme y tener el buen final que creo que me merecía. Eso lo decido yo y nadie más. Por eso lo anuncié.

¿Los partidos políticos son injustos con las personas coherentes?

En los partidos políticos, como en las familias y en muchos colectivos, hay justicias e injusticias. Personalmente no tengo ningún sentimiento de injusticia para conmigo. Al contrario. He tenido una suerte inmensa. He tenido muchas cosas que hacer y también lo he dado todo. El PSOE ha sido mi segunda familia.

A mí lo que me preocupa de los partidos es que no sean capaces de atraer talento, y no consigan integrar armónicamente en las estructuras orgánicas a quienes tienen ideas, quieren hacer política, y resultarían oportunos para la gestión pública. Eso me preocupa, porque hemos denostado demasiado la política en España y es una función muy noble y muy importante. El problema del sistema partidario no es si es injusto con unos o con otros, sino su incapacidad para integrar con más generosidad interna a gente nueva que podría estar lista para hacerlo muy bien.



REBOBINANDO

¿Lo nuevo? ¿Lo viejo? ¡Lo bueno! Ni los políticos tuiteros, ni los partidos en crisis conseguirán que el arte noble de la política se convierta en arma arrojadiza, en pedestales personales y en bombas-lapa que deconstruyen los países jugando con fuego.

En un mundo sin personas perfectas no existen los políticos impolutos. Cualquier persona con presencia pública tiene goteras. Algunos, incluso, solo tienen goteras.

Después hay referencias interesantes, de aquí y de allá. Gente con trayectoria y con experiencia, con fama entre los suyos y buen predicamento entre los de enfrente. Gente currante, con sus dosis lógicas de pasión política, pero con resplandores distintos de sana discreción.

Ramón Jáuregui tiene canas de hacer política: trabajo, avances, ceder, recuperar, dialogar, por aquí no, idas, venidas, trigonometría, vueltas y revueltas, meta, logros, ideas claras y servicio.

Tiene, también, orgullo. Sangre en las venas. Madurez. Más sabiduría, y más control del tiempo que los mindundis sin prudencia y con retintín para colocar él mismo el punto final.

Sobre sus espaldas, muchas historias. Sonidos de emergencias. Luces de ambulancia. Féretros. Tensión. Comunicados. Cobardes con capuchas. Pistolas humeantes. Nacionalistas compulsivos. Banderas a garrotazos. Grifos cortados. Cabeza. Y paz. Y otras cosas que se escriben fácil, pero se viven con angustia.

En su mochila, argumentarios, estrategias, soluciones, alternativas, zancadillas internas, collejas externas, pasillos, escaños, carteras de ministros, consejos, personas simples, eruditos, altivez, grandes personas, seres mezquinos, aprovechateguis y corruptos, harakiris partidistas, sentido común, sentido de Estado, compromisos, amigos, puñaladas, carretera y manta.

Cinco banderas en su foto de perfil: Euskadi, España, Europa, la roja del PSOE y el estandarte blanco de los que no se rinden hasta levantar las paces. Leal.

Ningún político tiene alas. Jáuregui, tampoco. Pero qué diferente es ser un político a conciencia en esta jungla de mociones de cristal y techos de incoherencias.


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