Habla para ECD Albert Elfa, el corresponsal de TV3 detenido por el Ejército egipcio. Dos llamadas con su móvil permitieron la localización del cuartel al que le llevaron

Después de su ‘odisea en el desierto’, el corresponsal de la TV3 Albert Elfa ha atendido a El Confidencial Digital para narrar su detención y liberación en El Cairo.

Albert acudió a la plaza de Tahrir de El Cairo con su equipo, compuesto por un cámara de nacionalidad británica e israelí y un productor egipcio, para grabar las labores de limpieza que el Ejército egipcio estaba realizando. Pasó sin problemas el primer control policial, llegando incluso a bromear con los agentes sobre el Fútbol Club Barcelona. Elfa reconoce que ser de Barcelona “ayuda” en esta zona del mundo, ya que la gente conoce los logros del conjunto azulgrana.

Cuando se encontraban trabajando dentro de la plaza, grabando las labores de limpieza y desalojo que los militares llevaban a cabo, los soldados les abordaron por sorpresa y les obligaron a entrar en un vehículo blindado. Después de acceder al carro de combate por una pequeña escotilla, entraron en un habitáculo de ocho plazas y se les ordeno permanecer allí metidos mientras la tripulación les vigilaba.

“Hacía un calor abrasador”, cuenta Albert. Les tuvieron allí metidos dos horas mientras los militares iban llenando el vehículo. Cuenta como en esa situación “acabas pensando de todo”. Su cámara, de nacionalidad israelí, temía que se le considerase un espía como ocurrió con otro compatriota hace unas semanas. Asumía que podría ser encerrado y decía que “si son dos o tres años podría estudiar árabe”. El periodista intentaba tranquilizarle diciendo que en el rato que iban a estar ahí metidos no iba a poder aprender ni dos palabras.

En ese momento, el periodista de TV3 suponía que el ejército simplemente pretendía evitar que se grabasen las labores de limpieza y desalojo de la plaza Tahrir.

Mientras el vehículo estaba todavía detenido, aprovechando que la tripulación sacaba la cabeza por las escotillas intentando escapar del sofocante calor, pudo hacer tres llamadas con su teléfono móvil. Una a TV3, otra a la Embajada española y a su mujer para contarle de primera mano lo sucedido para intentar tranquilizarla por si terceras personas le comunicaban que había sido secuestrado. Minutos después, Elfa recibió una llamada de la embajada a su teléfono móvil.

Cuando llevaban dos horas dentro del blindado, había veinte y treinta personas en habitáculo (habilitado para ocho plazas), el vehículo se puso en marcha. En su interior “había de todo: revolucionarios, ‘homless’, gente herida y personas descalzas que habían perdido sus zapatillas intentando huir del ejército”.

Fue entonces cuando Albert hizo una segunda llamada a la embajada en la que iba describiendo con todo detalle, al personal de guardia, lo que iba viendo por un agujero que había en el carro de combate. De este modo pudo contar que les habían llevado a un cuartel al lado de un parque muy grande que se encontraba a diez minutos de Tahrir.

Albert Elfa considera que esta llamada fue “de vital importancia” para que fuesen localizados rápidamente por el personal diplomático español. Ya que gracias a las descripciones que facilitó por el móvil, el empleado de guardia supo rápidamente a dónde les habían conducido.

El blindado se detuvo en la plaza del cuartel y se les hizo salir rápidamente. El periodista dice que salieron de “allí como huevos fritos” después de haber permanecido dos horas hacinados en el interior del vehículo con una temperatura ambiente que rondaba los 34 grados. En el cuartel había un patio de gran tamaño en el que unas 150 personas se encontraran tendidas en el suelo en filas de diez personas. Al equipo de televisión se le ordenó tumbarse con el resto de los detenidos y permanecieron en esa posición unos minutos.

 

Entonces apareció un médico del ejército egipcio que hizo una rápida inspección preliminar de los detenidos y les permitieron sentarse. El periodista afirma que los soldados egipcios “eran unos salvajes o al menos se comportaban como tal”, pegaban brutalmente con una vara a todo aquel que se levantase, que se moviese o hablase.

El cámara se encontraba tremendamente nervioso y comenzó a juguetear con piedrecitas que había en el suelo del cuartel y Albert intentaba ponerse en cuclillas para intentar mejorar la circulación en las piernas, pero eran recriminados rápidamente y amenazados por los guardias con los palos.

Al rato comenzó a haber movimiento en la plaza. Los detenidos heridos fueron llevados al dispensario en pequeños grupos y volvían a la formación en la plaza del cuartel con sus heridas curadas.

Afirma que su espera fue “muy larga” y que constantemente venían oficiales que explicaban en árabe lo que les sucedería a los detenidos. Ni él ni su cámara entendían nada y levantaban constantemente la mano para que se les atendiese, pero eran ignorados sistemáticamente por los oficiales del campo.

Los ánimos de los detenidos se caldeaban esporádicamente. Algunos de ellos se ponían en pie, gritaban, montaban alboroto e intentaban encararse a los soldados. En esos momentos, los militares amartillaron sus armas y apuntaron al tumulto ordenándoles que volvieran a sentarse. Según el corresponsal de TV3, estos fueron los momentos en los que pasó más miedo y tensión: “No temía ser retenido muchos días, ni que me hiciesen nada, temía un accidente estúpido, temía que a uno de los soldados se le quedase atascado el dedo en el gatillo en un momento de tensión” y abriese fuego indiscriminadamente contra ellos.

Finalmente, tras dos horas de insoportable espera para el equipo de TV3, apareció un general de alto rango del ejército Egipcio y pronunció su nombre, “este era el momento que más esperaba” dice Elfa. Es el momento en el que sabía “que habían venido a buscarme” desde la embajada.

El general trato a Elfa en todo momento con un tono “muy amigable y autoritario, como un gran padre con su hijo”, le ponía la mano en el hombro con fuerza para marcarle el camino a seguir hacia la salida mientras se dirigía a él con palabras amables. Elfa le advirtió de la presencia de su equipo de televisión y el general ordenó a sus hombres que les permitieran levantarse y salir de la formación.

A la salida esperaba un coche de la embajada española con personal diplomático que trabajaba en la agregaduría de cultura en la embajada, ya que la mayoría del personal estaba de vacaciones.

Antes de subir al coche, efectivos del ejército y de la policía secreta solicitaron el pasaporte de los tres detenidos para hacer una fotocopia. Les fue devuelto su equipo de grabación, lo único de sus efectos personales que les fue retirado, y un oficial de la policía secreta les obligó a que borrasen delante de ellos todo el contenido de su cámara antes de dejarles marchar en el coche de la embajada.

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