Ataque a Charlie Hebdo: ¿Vale todo en la libertad de expresión?

El atentado islamista contra el semanario satírico Charlie Hebdo ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la libertad de expresión. El asesinato de doce miembros de la redacción ha conmocionado al mundo entero, que mayoritariamente ha cerrado filas en defensa de las caricaturas. Pero, ¿vale todo en la libertad de expresión?

Portadas sobre el Islam de la revista 'Charly Hebdo'
Portadas sobre el Islam de la revista 'Charly Hebdo'

La cuestión que se plantea en este momento es conocer dónde están los límites que permiten la libertad de uno y no invaden la de otro. El derecho a la libertad de expresión se señala en el artículo 19 de la Declaración de los Derechos Humanos y está reflejado en la mayoría de las constituciones de los Estados democráticos.

Según la Convención Americana sobre los Derechos Humanos, el ejercicio de la libertad de expresión no puede estar sujeto a previa censura, pero sí a responsabilidades ulteriores, las cuales deben estar fijadas por la ley y son necesarias para asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás y la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas.

El Papa Francisco también ha querido señalar que defiende la libertad de expresión como un derecho fundamental pero con “limites”. Según el jefe del Estado Vaticano “no puedes provocar. No puedes insultar la fe de otros. No puedes burlarte de la fe de otros”. Sin embargo, se ha posicionado totalmente en contra del extremismo, insistiendo en que “es una aberración matar en nombre de Dios”.

Hay que tener en cuenta que el semanario Charlie Hebdo, además de publicar contenidos problemáticos y quizás discriminatorios, también recoge burlas a todas las religiones y a todos los estamentos del poder. Decir, por tanto, que se trata de una publicación discriminatoria no sería acertado. Pero afirmar que todo su contenido es aceptable (o que debería estar libre de crítica) también sería equivocado.

Por ello, surge el debate sobre cuáles son los límites de la libertad de expresión y donde se encuentra la frontera que separa ese derecho de las ofensas, insultos e injurias. El Confidencial Digital se ha puesto en contacto con varios expertos para conocer si todo vale en el ejercicio de la libertad de expresión.

Manuel Martín Algarra, catedrático de Teoría de la Comunicación y de la Información en la Universidad de Navarra y profesor de opinión pública, lo tiene claro: “No todo vale en la libertad de expresión”. Reconoce que se utiliza el ejercicio de este derecho para insultar y atacar. Pero también advierte que no se podría hablar de libertad de expresión plena sin la posibilidad de hacer un mal uso de ella.

A su juicio, en la libertad de expresión hay dos límites: los legales, que resuelven los tribunales; y los de conciencia, que cada cual debe resolver desde el punto de vista de la honorabilidad del otro. Pero la libertad no tiene que ver con la sensibilidad de los demás, si no viviríamos en silencio. La libertad se basa en hablar”, explica Martín Algarra. 

Los informadores han de autorregularse

Mientras, Manuel Núñez Encabo, catedrático de Ciencias Jurídicas en la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, recuerda que “ninguna libertad, ni tan siquiera la de expresión, es absoluta”.

En este sentido, explica que la libertad de expresión está limitada por “los derechos y libertades de todos los demás”. Es decir, que “es un derecho que se acaba cuando perjudica los derechos del resto”.

No obstante, asegura Encabo, ese límite a la libertad de expresión “jamás puede ser la censura propia” ni “la legislación para intentar acotar el derecho de informar o expresar una opinión”.

Por ese motivo, añade el catedrático, el único límite a la libertad de expresión es la “autorregulación de los profesionales de la información y de los propios medios de comunicación”. Es decir, que “cada periodista adquiera un compromiso para cumplir con el código deontológico, y que ese compromiso sea conocido por los ciudadanos y lectores a los que se debe”.

Así, en caso de existir quejas de los ciudadanos a los que va dirigida esa información u opinión, “lo que prima es precisamente el compromiso de corresponsabilidad con ellos, y el profesional tendrá que volver a autorregularse”.

Sobre el atentado contra Charlie Hebdo por las caricaturas a Mahoma, Encabo considera que “no hay excusas para lo que hicieron los terroristas”, ya que la cabecera francesa ejerció la libertad de expresión. Añade que “correspondía a los profesionales” haberse planteado “otra autorregulación ante las quejas de ciudadanas que le llegaron”.

Límites legales y deontológicos

Por su parte, Carmen Fuente Cobo, experta en Ética y Deontología de la Información y profesora del Centro Universitario Villanueva, considera que sí existen límites “legales y deontológicos” a la libertad de expresión. En concreto, en aquellos asuntos en los que están involucrados menores de edad, cuando afectan a la seguridad nacional o cuando pueden resultar ofensivos para una persona.

Sobre las viñetas de Mahoma publicadas por Charlie Hebdo, Fuente Cobo asegura que hay que distinguir entre los dibujos que afectan a personas -como por ejemplo la portada censurada de la revista ‘El Jueves’ en la que figuraba Felipe VI junto a la reina Letizia- y aquellas que afectan a “ideas”.

Algunos medios de comunicación, como el caso del The New York Times, optaron por no publicar las viñetas de Charlie Hebdo. Alegaron que su línea editorial prohíbe la divulgación de imágenes que puedan resultar ofensivas a algún colectivo, en este caso a quienes profesan el credo islámico. En este sentido, afirma Fuente Cobo, “hay que hacer una clara distinción entre autorregulación y autocensura”.

La autocensura, explica, afecta a aquellos que no publicaron las viñetas por “miedo o coacción”, mientras que la autorregulación es la decisión propia del medio de no publicarlas por cuestiones éticas. “La prensa estadounidense y británica ha respetado tradicionalmente el principio de no ofender a ninguna religión”, por lo que parece que, al menos en este caso, se ha aplicado la autorregulación.

Finalmente, el catedrático de Teoría de la Información en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, Jorge Lozano, afirma que las caricaturas pertenecen a un género distinto y que, por tanto, exigen un análisis diferente. La caricatura, añade, no es un discurso, no es un vídeo, tampoco es una fotografía. Es un género independientes que debe ‘juzgarse’ con sus propias reglas.

Dibujar a Mahoma en una caricatura, por tanto, está amparado bajo la libertad de expresión. El problema viene, considera Lozano, cuando algunos “bienpensantes” afirman que a esa libertad de expresión habría que ponerle límites. Sorprende, explica, que algunos quieran controlar algunas manifestaciones cuando se tratan de Mahoma y no hagan lo mismo cuando se hace referencia a temas cristianos.

Lozano apuesta por estudiar la caricatura en las facultades de Ciencias de la Información y enseñar que este género tiene sus propias reglas, basadas siempre en el humor. El catedrático de la UCM critica el “execrable crimen” contra la revista Charlie Hebdo y propone que no se equipare la caricatura con, por ejemplo, una fotografía.

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