Elecciones generales: Cómo ha cambiado el voto en España

Tiempos turbulentos; este titular también podría valer para el presente artículo. En cualquier caso, adelantamos que se trata de su conclusión. Expliquémosla.

Papeletas
Papeletas

Desde el año 2011, quizás ya desde antes, la sociedad española vive un malestar profundo y sordo que de forma progresiva ha comenzado a volverse más evidente. Los resultados de las elecciones europeas, primero, y de los comicios municipales y autonómicos, que acabamos de celebrar, avalan esta hipótesis. ¿Sus causas? La crisis económica, aunque no solo.

Otra crisis, en este caso de valores, cuya manifestación más evidente es el escándalo de corrupción (no generalizada, pero sí profunda en ámbitos muy focalizados), está generando que un número minoritario pero ya significativo de españoles se alejen de las formaciones tradicionales que han liderado el escenario político desde la Transición. La conjunción de estas dos crisis (económica y de valores) hace que una parte de la ciudadanía se deje seducir por los cantos de sirena del radicalismo y el populismo.

PP y PSOE, aunque en conjunto rozan el 55 % de los votos, son percibidas como estructuras anquilosadas y autistas, ajenas al sentir ciudadano. Esta visión prepondera entre la gente joven. Tiene su lógica. El sistema de pensiones español brinda protección a las personas de edad avanzada. Sin embargo, los menores de 45 años padecen la crisis en su mayor crudeza.

El 80 % de las reducciones salariales afecta a este colectivo, que también acusa una notable pérdida de referentes vitales. Quizás por ello, alguna gente joven y de mediana edad ha dejado de reconocerse en el clásico binomio PP / PSOE y está comenzando a votar a Ciudadanos y a Podemos. Señalamos, pues, una primera tendencia: la de una reordenación generacional.

De cara a las próximas elecciones generales se consolida, por tanto, un nuevo mapa ideológico que, si dejamos al margen las regiones donde predomina el voto nacionalista, sería el siguiente: PP (derecha), Ciudadanos (centro), PSOE (centro-izquierda) y Podemos (izquierda). Analicémoslo por partes.

Partido Popular

La formación centro-reformista, por el momento, no se ha recuperado de la fuga de votantes que padece desde la elecciones generales de 2011; fuga que ya se hizo evidente en los comicios europeos y que ahora parece consolidarse. Grosso modo, de 2011 a 2015, el PP ha perdido cuatro millones y medio de votos.

Los motivos hay que buscarlos en el lógico desgaste que produce toda acción de Gobierno (más acusado en momentos de crisis), en el abandono de los ejes políticos más afines al votante liberal-conservador (gestión del final de ETA, subida de impuestos, Ley del Aborto), y en una política de comunicación que solo podría calificarse de inexistente. Este último punto merece ser analizado aparte.

Mariano Rajoy, en un momento particularmente complejo, ha tomado muchas decisiones difíciles a nivel económico y de regeneración política; pero su opción por el silencio comunicativito, por la renuncia a elaborar un relato explicativo de la situación que atraviesa el país y de su propia acción de Gobierno, ha hecho que una parte de los tradicionales votantes populares (los situados más hacia la derecha) se hayan refugiado en la abstención, mientras que otros (los más sedientos de regeneración instantánea, de marketing político, en definitiva; los más de centro) se hayan decantado hacia Ciudadanos. Tampoco parece que resultara beneficioso para el PP su posición, entre silente y evasiva, ante casos como los de BárcenasRatoBlesaPúnica Gürtel

José Ortega y Gasset advertía que "toda realidad ignorada prepara su venganza". La estrategia de comunicación del Gobierno ante estos casos de corrupción dentro de su partido (que durante demasiado tiempo básicamente ha sido dar la callada por respuesta) a la postre vendría a confirmar la frase del filósofo madrileño.

 

Pero tampoco habría que tildar de inane esta opción por el silencio comunicativo. En los años más duros de la crisis (2011, 2012, 2013...), cuando nada había que vender, quizás lo mejor fue mantenerse callado. Y la incipiente recuperación económica, unida al miedo ante una coalición PSOE-Podemos, de nuevo podría movilizar en torno al Partido Popular a todos sus potenciales votantes. De todas las posibles estrategias para revalidar la victoria, ciertamente, esta no es la que derrocha más idealismo, pero podría funcionar. Veremos.

Ciudadanos

La formación liderada por Albert Rivera parece que ha venido para quedarse (al menos por los próximos años), sirviendo así para consolidar un mapa político más fragmentado. De momento, ha fagocitado a UPyD y le ha robado en torno a un millón de votos al PP. Sin embargo, el ser percibido como la marca blanca del PP ha hecho que algunos electores, en vez de votarles a ellos, hayan optado por continuar votando al PSOE.

Así pues, a nivel de estrategia política, Ciudadanos tiene que tomar importantes decisiones en los próximos meses. Si todo el voto de centro-derecha, por miedo al 'neo Frente-Popular', vuelve a movilizarse en torno al PP (cosa que parece más que probable), la formación de Albert Rivera podría perder votos por este flanco. En previsión de este hecho, podría asumir un perfil más de centro-izquierda no firmando alianzas con el PP en algunas plazas para, de este modo, captar a los votantes de PSOE que teman una deriva radical en el caso de que los socialistas se coaliguen con Pablo Iglesias. Dicho esto, trazar una estrategia política a tres bandas supone ampliar demasiado el margen de incertidumbre. En cualquier caso, los próximos meses supondrán la lanzadera definitiva de Ciudadanos dentro del escenario político nacional. 

PSOE

La renovación del liderazgo del PSOE, cuajada en lo que de facto vendría a ser una bicefalia entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, es ya un hecho. Sin embargo, los socialistas, que continúan perdiendo votos, tienen por delante una ingente tarea de reorganización ideológica y estratégica. La cuestión ahora está en saber hacia dónde tirar. Díaz ya ha señalado que aliarse con Podemos sería un error. Sánchez, en cambio, tras manifestar lo contrario durante meses, ahora parece dispuesto a pactar con la formación de Pablo Iglesias.

Ya hemos analizado el coste que le ha supuesto al PP su desdibujamiento identitario por haber renunciado a defender ciertos principios de su teórico ideario. Al PSOE, que todavía no se ha recuperado de los años de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, podría pasarle algo parecido. Una alianza con Podemos implicaría obtener el mando en algunas plazas pero, al mismo tiempo, transmitiría una imagen del partido radicalizado, lo cual beneficiaría, por este orden, a Podemos, PP y Ciudadanos, pero no al PSOE

Podemos

La vinculación de la formación liderada por Pablo Iglesias con países como Venezuela o Irán no da la impresión de que le haya supuesto especial coste electoral. Por el contrario, parece consolidarse un corrimiento de voto de IU y PSOE hacia las distintas plataformas de Podemos, que han sabido desligarse de esta formación, aprovechando al mismo tiempo su notoriedad y empuje.  

El mensaje de Podemos es claro y tiene su lógica: presentarse como la única alternativa ante el PP. Para un partido de innegable sabor radical que lo tiene todo por ganar, su estrategia pasa por captar el mayor número posible de votos que hay a la izquierda del centro. Sería aconsejable que preste atención a sus votantes; no pocos sitúan a la cúpula de este partido mucho más a la izquierda que ellos mismos.

Cataluña y País Vasco

Dentro de España, País Vasco y Cataluña, por motivos evidentes, tienen su dinámica propia. Si nos fijamos ahora en los resultados electorales de estas dos regiones, podremos sacar alguna conclusión interesante.

La primera es que en Cataluña el proceso soberanista está muerto. El mapa político es endiabladamente complejo, pero vemos que CIU ha descendido enormemente y que el voto no se ha ido con la CUP ni con ERC, sino hacia Ada Colau. En cuanto al País Vasco, donde el PNV ha seguido la táctica opuesta a CIU, parece evidente que Íñigo Urkullu ha acertado. La moderación y la capacidad de gestión se ha impuesto al debate en torno a la identidad. Éxito, por tanto, del PNV; y fracaso de Artur Mas, cuya desubicación, que comienza a ser antológica, está haciendo de Cataluña una especie de contramodelo.

Perspectivas

Aunando en una visión conjunta los últimos resultados electorales con los pasados comicios europeos, vemos que la mayoría del electorado en teoría quiere mantener las bases del actual sistema, pero ello no significa que opte por el inmovilismo. Antes bien, dos tercios de los ciudadanos dicen estar preparados para pactos y acuerdos políticos que, a tenor de los datos del CIS, no entenderían como un acto de traición. El cambio, por tanto, no vendría del vuelco del marco político sino a través de la configuración de una geometría variable que sería la encargada de ir puliendo y reformando las posibles deficiencias y aristas del presente modelo.

Decíamos en el anterior párrafo que "en teoría". Presuponer que la racionalidad y el moderantismo sean la tónica dominante de los procesos históricos quizás implique demasiado suponer. Hemos de tener en cuenta el siguiente hecho: el conjunto de fuerzas sociales de izquierda, si empleamos una metáfora cinegética, ya han olido sangre; han alcanzado sus primeras cuotas de poder y, como es natural, querrán obtener más. No parece descabellado imaginar para las próximas elecciones generales una fuerte movilización de estas bases, que será pareja, aunque en dirección opuesta, a la del centro-derecha y la derecha. La cuestión está en saber quien tendrá más votos y hacia donde se decantará el centro-izquierda. 

En otro orden de cosas, las pasadas elecciones nos permiten deducir que el voto de las ciudades (y, por tanto, joven), que es donde ha habido mayor participación, será clave. Por la lógica de unas elecciones generales, y por el sistema que marca la Ley D´Hondt, parece que la tercera y cuarta fuera política se verán penalizadas. Los electores, en lo que respecta a estas nuevas formaciones, votan más a sus líderes que a las marcas que representan estos partidos políticos. Y los líderes, necesariamente, se desgastan más rápido que las marcas. Detalle este que hay que tener en cuenta para el futuro a medio plazo.

En resumen, vamos hacia una España políticamente más fraccionada, con un perfil de votante menos fiel y más fluctuante. Será, sin duda, el momento de los pactos. De la voluntad con que se hagan dependerá que el conjunto del sistema salga fraccionado y radicalizado o regenerado.

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