¿Por qué no funciona Cataluña?

Una nevada previsible y de intensidad menor ha dejado sin luz a toda una provincia, mientras se multiplicaban unos fallos administrativos que –de las cárceles a los incendios- vienen de lejos. ¿Qué pasa con aquella Cataluña que fue ejemplar para toda España?

-         “Que salgan de sí, que intenten imponer a los demás pueblos españoles su ideal de vida, que se esfuercen por ejercer una hegemonía espiritual sobre el resto de España”.

-         Quien esto pide a los catalanes es nada menos que Miguel de Unamuno, en 1911, en el amplio tramo de una Restauración que vio nacer un catalanismo integrador, con vocación de eje de regeneración y cabeza de progreso para las regiones españolas, en definitiva, “Catalunya i la Espanya gran”.

-         Sin duda, esa suma en positivo de Cataluña al conjunto de España, no dejó de ser vista en las distintas regiones españolas, muchas de ellas crónicamente atrasadas, como algo digno de admiración: era, en la realidad tanto como en el mito, la Cataluña burguesa, “industriosa”, modelo de eficiencia, espíritu comercial, laboriosidad y progreso tanto en artes como en una vida ciudadana más conforme al estándar europeo.

-         Era una Cataluña en buena parte regeneracionista y regeneradora, la misma que todavía sorprendió al mundo –y a toda España- en 1992, perpetuando así cierto papel de tutela responsable para la modernización del conjunto del país, en una tradición de colaboración con hitos muy visibles, del reinado de Carlos II al de Carlos III, de la Restauración a Milá i Fontanals, Cambó, Tarradellas o Vicens Vives.

-         De pronto, sin embargo, Cataluña parece en fase menguante en lo tocante a su tradicional eficacia, también en lo político: presos que huyen de las cárceles, el escándalo de ineficiencia administrativa a propósito de los bomberos muertos en Horta (auténtico escándalo y toma de conciencia en Cataluña), la tardanza y falta de coordinación para atender estas últimas nevadas, en principio fáciles de prever y de paliar, y con no pocos episodios chuscos en la aludida falta de coordinación, al margen del pitorreo general de que una ciudad como Barcelona impulse su candidatura a las Olimpiadas de invierno y termine colapsada por la nieve. Especialmente criticados han sido Joan Saura, consejero de Interior famoso por una heterodoxia ideológica que no lo hacía idóneo para dicho cargo, y su secretario general, Joan Boada. El propio consejero Ernest Maragall definía el Gobierno catalán como “un artefacto inestable”. Sobre todo, es una administración cara pero tendente a escurrir el bulto: si Gerona no tiene luz, es porque la Generalitat no quiso asumir el coste político de la instalación de nuevas líneas.

-         Al tiempo, mientras tales cosas ocurren en Cataluña, no pocos se preguntan si no habrá una enorme lejanía entre la ciudadanía y la clase política, con la insistencia en debates directa o tangencialmente identitarios, de las corridas de toros al Estatuto. Desde CiU, según ha sabido este confidencial de fuentes oficiales, se estima “un gran cansancio de la fórmula del Tripartito, la percepción de que es algo amortizado y perteneciente al pasado”. Es lo que también se observa en las encuestas. Al tiempo, también señalan desde CiU que la ciudadanía percibe que “la Generalitat no está en ninguna parte”. Un síntoma de desaliento es su constatación de que la percepción negativa de la situación política aún dista de ser una ilusión por el cambio. Los mensajes preelectorales de la oposición –CiU, PP, Ciutadans- pasan precisamente por una vuelta a la política más real y tangible, con programas de corte más economicista que ideológico.

-         Y es que en el electorado catalán, como señala Valentí Puig, “hay un hastío y una pérdida de autoestima cívica que se traducen masivamente al lenguaje mudo del abstencionismo”, abstencionismo, por cierto, siempre creciente, y muy notable, por ejemplo, en el referendo estatutario. Jordi Pujol también insiste en que “Cataluña no funciona (…) ha tenido una pérdida de prestigio y de autoestima, y ha retrocedido, perdiendo posiciones dentro y fuera de España”.

-         Añádanse dos nuevos factores de turbulencia: la percepción de la clase política catalana como un ‘establishment’ transversalmente corrupto, y el surgimiento de un ‘pepito grillo’ sobre la inmigración, Josep Anglada, muy fuerte en zonas tan esenciales en Cataluña como la plana de Vic.

-         Como fondo de esta marea política está un desgaste del catalanismo como capital de prestigio político y simbólico. Al margen de que definir la “cuestión catalana” “es cada vez más ímprobo, si consideramos el alto grado de autonomía de Cataluña, sus competencias educativas -por ejemplo- y el ámbito de su política lingüística”, el hecho es que el catalanismo como suma y con vocación de liderazgo, se ha degradado en la práctica, convertido en herramienta útil para la reivindicación, la autocompasión, la política ultraideologizada o, como se ha visto en los aludidos episodios del tripartito de Montilla, en una cobertura de la simple ineficacia.

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