¿Hay riesgo de que el PSOE se fracture?

El PSOE afronta este domingo un nuevo Comité Federal que será crucial para el futuro del partido. La guerra entre los afines a Pedro Sánchez, que se mantienen en el “no a Rajoy”, y los nuevos dirigentes, favorables a la abstención, amenaza con romper definitivamente a un partido que está en mitad de una guerra civil tras la salida forzosa del ex secretario general.

Militantes socialistas se manifiestan en Ferraz defendiendo el “no a Rajoy”.
Militantes socialistas se manifiestan en Ferraz defendiendo el “no a Rajoy”.

El temor sobre qué consecuencias puede tener para los socialistas la abstención en la investidura está condicionando tanto la hoja de ruta como los discursos de la gestora. El propio Javier Fernández ya ha reconocido que el PSOE se está consumiendo en un “fuego interno” y que el partido ahora mismo es un “solar” donde hay que volver a construir.

Esa tarea, la de recomponer el PSOE, se prevé larga y complicada, ya que la actual dirección tiene en contra a la militancia, a buena parte de los secretarios regionales del partido, y a los fieles a Pedro Sánchez. Además, antiguos dirigentes de la formación, como Josep Borrell, están dispuestos a dar un paso al frente contra la gestora.

Todos estos condicionantes hacen que la amenaza de una escisión sea cada vez más latente. Desde Ferraz van a hacer todo lo posible para evitarlo, pero una pregunta se repite una y otra vez en la sede nacional: ¿Existe un riesgo real de que el PSOE se fracture sin solución?

En disputa constante desde 2011

Ex dirigentes, barones regionales, sanchistas, susanistas y militantes coinciden en señalar que “nadie quiere ese ruptura”, aunque ninguna de las facciones da su brazo a torcer. No obstante, también parecen estar de acuerdo en identificar el origen del mal que padece el PSOE. Un diagnóstico compartido que puede ayudar a encontrar una solución.

Así, la mayoría de representantes de todos los PSOE que existen ahora señalan que el principio de la crisis por la que atraviesa el partido comenzó en 2011, cuando José Luis Rodríguez Zapatero designó como candidato a las generales de ese año a Alfredo Pérez Rubalcaba y frenó las aspiraciones de Carme Chacón.

Desde entonces, el partido se partió en dos corrientes internas cuya confrontación fue a más con el paso de los meses. Al batacazo en las urnas le precedió el congreso nacional de febrero de 2012, en el que Rubalcaba y Chacón volvieron a verse las caras. La victoria del ex vicepresidente, que dejó fuera de su ejecutiva a cualquier representante de su rival, avivó más las rencillas entre los dos bloques.

Ya por esas fechas, una Susana Díaz que estaba a la sombra de José Antonio Griñán en Andalucía, y que era la número dos de Chacón, se posicionó contra el entonces secretario general. En los dos años siguientes, el ascenso de ésta fue inversamente proporcional a la trayectoria de Rubalcaba: la sevillana se convirtió en presidenta de la Junta en 2013 y el cántabro hundió al partido en las europeas de 2014.

Tras esos resultados, fue la propia Díaz la que llamó a Rubalcaba, en la misma noche electoral, para pedirle que dimitiera. El ex vicepresidente convocó al día siguiente un congreso extraordinario con el fin de iniciar una nueva etapa en el partido. Los contendientes fueron entonces Pedro Sánchez y Eduardo Madina. El primero de ellos se llevó el gato al agua gracias al apoyo de la presidenta de la Junta, que le recomendó, tal y como hizo el madrileño, conformar una ejecutiva “integradora”.

Los “anti-Sánchez” tampoco están unidos

Efectivamente, la ejecutiva que salió de aquel congreso extraordinario ha sido, tal y como la calificaron entonces, la “más heterogénea de la historia”. Por primera vez, los barones regionales tenían un peso específico en Ferraz y hasta se incluyeron vocales afines a Madina. Todo para lograr una paz en el partido que duró tan solo seis meses.

 

El fin de la unidad en el PSOE se produjo cuando el propio Pedro Sánchez anunció, a finales de ese 2014, y todavía con su proyecto político “en pañales”, que se presentaría a las primarias para ser presidente del Gobierno. Esa maniobra molestó a importantes líderes autonómicos y a su principal valedora, Susana Díaz. La presidenta de la Junta habló con él a los pocos días para transmitirle que, a partir de ese momento, no podía contar con su apoyo.

Desde entonces, Pedro Sánchez se refugió en su guardia pretoriana, con César Luena, Óscar López y Antonio Hernando a la cabeza, y trató de llegar vivo a las elecciones del 20-D, primero, y a las del 26-J después. Por el camino se fue ganando nuevos enemigos: la apuesta por acabar con las puertas giratorias y acercarse a Podemos le distanció de Felipe González; criticó a Zapatero por la reforma del artículo 135 de la Constitución, y se distanció definitivamente de Alfredo Pérez Rubalcaba y José Blanco al no escucharles en diciembre cuando le pidieron que se abstuviera.

Todos esos dirigentes, críticos con Sánchez, y también una buena parte de los barones socialistas que desde el 26-J apostaron por la abstención, se unieron con un único objetivo: derrocar al secretario general. En esa operación, todos intervinieron. Díaz agitando a los líderes regionales; Rubalcaba lanzando consignas en Prisa; Zapatero amagando con ir al Comité Federal decisivo; y José Blanco acudiendo y posicionándose claramente en contra del madrileño.

El problema ahora es que los “anti-Sánchez” también tuvieron, en su día, enfrentamientos, como el ya citado entre Rubalcaba y Susana Díaz. Les unía el objetivo común de hacer caer a Sánchez, pero sus diferencias siguen latentes. No obstante, cargos del partido creen que las han dejado atrás definitivamente por la delicada situación del partido, y con el objetivo de evitar que el partido se rompa.

La relación con el PSC

Otro de los principales desafíos que tiene el PSOE es su difícil relación con el PSC. Una relación que se ha ido tensando con el paso de los años y que está a punto de estallar. Solo Pedro Sánchez, que situó a Miquel Iceta como uno de sus principales colaboradores, logró calmar las reivindicaciones de los socialistas catalanes de una mayor autonomía.

Ahora, caído el secretario general, el PSC ha anunciado que romperá la disciplina de voto en el debate de investidura si el Comité Federal se inclina por la abstención. Un aviso que ha sido respondido con contundencia por parte de la gestora, que ha informado que el partido puede “expulsar” a aquellos que no voten en bloque.

Este intercambio de amenazas no ha hecho otra cosa que tensar aún más la cuerda entre Ferraz y Barcelona, y muchos piensan que, en este asunto, no hay vuelta atrás: o el PSC juega con las reglas del PSOE o tendrá que irse. Un ultimátum que puede hacer rebajar el tono de Iceta y a los suyos o que puede provocar la primera gran brecha dentro del Partido Socialista.

La solución es superar el debate ideológico

Todas estas peleas internas, que amenazan con fracturar el partido, tienen de fondo una disputa ideológica que la actual gestora quiere superar por todos los medios. El debate sobre a qué electorado debe dirigirse el partido se mantiene desde la etapa de Zapatero. Y ha ido a más en la etapa de Pedro Sánchez.

El ex secretario general acusó a Susana Díaz y al resto de críticos de querer un PSOE “subalterno al PP”, y ese mensaje ha calado entre la militancia. El desafío ahora es paliar las reivindicaciones de las bases de escorar el partido a la izquierda y afianzar una posición socialdemócrata, de centro-izquierda y de partido de Estado que la actual dirección defiende.

El objetivo no es nada fácil. La primera piedra para lograrlo será convencer a todos de que la abstención es la única vía que tiene el partido para evitar hundirse en unas terceras elecciones y, a partir de ahí, levantarse. La idea es reivindicar al PSOE como alternativa al PP pero desde la oposición en el Congreso, y ahí los socialistas saben que deben ser más contundentes que nunca.

En el equilibrio entre esa contundencia y permitir la acción de gobierno estará la clave para saber si el PSOE consigue remontar su situación actual y volver a unir a todos sus cuadros en un único objetivo: rearmarse para plantar cara al PP a corto plazo.

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