EN PAUSE con José Luis Pardo, catedrático de Filosofía y Premio Anagrama de Ensayo 2016

"El hundimiento de la socialdemocracia es una expresión clara del estado de malestar"

José Luis Pardo es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Acaba de ganar el 44 Premio Anagrama de ensayo con su Estudios del malestar: una radiografía contemporánea llena de realismo, tumores y reflexiones transversales no viscerales.

Pardo hace filosofía contemporánea en medio del mundo escuchando a los clásicos.
Pardo hace filosofía contemporánea en medio del mundo escuchando a los clásicos.

El pardo es el color más común de la tierra. Oscuro, pero no necesariamente pesimista. Es el pigmento del substrato. José Luis Pardo es el Anagrama de Ensayo 2016, un oro de ley por escribir, en negro sobre blanco, acerca del malestar de las sociedades contemporáneas. La suya. La mía. Se matriculó en filosofía en horario nocturno, mientras trabajaba en una empresa eléctrica. Y se hizo la luz. Y el catedrático de la Complutense considera ahora un "milagro" haber podido vivir gracias al amor por la sabiduría.  Como experto en filosofía contemporánea, observa una política poco pública y muy tuitera. No duda en sentenciar que Podemos "es la franquicia española de explotación política del negocio del malestar". Para la democracia española pide un antivirus, y para la Universidad, un desfibrilador. Electroshock de fondo. Digan lo que digan, lo suyo más que un ensayo es un directo. O un zasca intelectual y pacífico que invita al revolcón de atreverse a pensar en el mundo de la sagrada eficacia.

Antón Martín. Mercado. Madrid. Clases medias. Frutas. Pescados. Verduras. En medio del barrio, la escultura de "El abrazo", de Genovés: una mole de unidad levantada justo donde tronaron las pistolas en 1977.

En la cafetería del Cine Doré, un garito de carretera venido a menos, nos sentamos al fondo para merendar unos descafeinados. Es 6 de octubre y estamos en la versión extendida de los veranos de la Villa.

José Luis Pardo es un catedrático de Filosofía en pantalón vaquero, cercano, amable, dispuesto y con cara de diálogo. Acaba de ganar el Premio Anagrama de Ensayo con Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas. Y ya se llevó el Nacional del ramo en 2005.

Aquí, en el barrio, cuesta distinguirle del resto del pueblo. Naturalidad. Entre sus manos porta un libro de Beethoven, y acaba de salir de la Filmoteca. Claramente, su filosofía tiene un sustento cultural. Sería mucho más fácil ser tertuliano. Con minúsculas…

Junto al palacio de las pipas, conversamos a fondo con un divulgador de la filosofía contemporánea cotidiana, sin los extremismos acostumbrados entre los que han venido a salvar el mundo... Se le ve libre, sereno, crítico sin azufre, realista de los que no se chupan el dedo. Nada en él despunta la más mínima señal de histeria.

Entre miradas al café y miradas al infinito, repasamos los temas que tejen su último galardón. Paradójicamente, hablamos de malestar con un tono cero mesiánico y cero catastrofista. Pardo no vende titulares, sino reflexión.

Hablar de malestar tiene premio. ¿Pero tiene efecto social?

Como dijo una vez Rafael Sánchez Ferlosio, "nunca se convence a nadie de nada", pero a pesar de ello "hay que insistir, aunque sea en vano". Nadie escribe si no es con la esperanza de ser leído, lo cual no significa que todos los que escribimos le demos al lector lo que demanda. Algunos intentamos sorprenderle, contrariarle, tomarle en serio. ¿Con qué resultado? Eso siempre es azaroso, aunque difícil en un contexto como el nuestro, donde cada vez se lee menos y peor, y donde no existe hábito alguno de discusión intelectual.

Los medios de comunicación que hablan de peleas de partidos, Iphone 7, rollos amorosos, Pokemon Go y las pelucas de Trump, ¿están dispuestos a filosofar la realidad y ayudar a los lectores a encontrar las soluciones que no ofrecen los políticos?

 

Y nosotros, todos los demás, también hablamos de esas cosas… Los políticos deben ofrecer soluciones políticas. Los filósofos no ofrecemos soluciones, y eso es lo que nos hace un poco antipáticos. Hacemos preguntas, planteamos problemas y, encima, lo nuestro no da dinero. Saber qué problemas se nos plantean de verdad es una condición imprescindible para poder luego buscar las soluciones políticas, económicas o tecnológicas.

¿Qué es un catedrático de Filosofía en el siglo XXI para la opinión pública?

Aunque como tal es una cosa bastante parecida a un catedrático de Química Orgánica, para la opinión pública siempre tiene algo de friki. Eso no quiere decir que la filosofía padezca rechazo social. En general, a mí me parece que la gente nos trata con bastante respeto.

¿Qué queda del Estado del bienestar, si todo era ánimo de lucro?

El Estado del bienestar fue un proyecto político que, al final de la Segunda Guerra Mundial, reunió en muchos países europeos a los partidos de centro-izquierda y de centro-derecha en torno a un consenso acerca de la necesidad de políticas públicas de lucha contra la desigualdad social. Entonces no había mucho ánimo de lucro, porque Europa estaba destruida y empobrecida, pero este proyecto permitía pensar en una pobreza digna, es decir, no en un bienestar material, sino jurídico: en un reparto justo de la pobreza que comportaba derechos, pero también obligaciones. Cada cual tenía que hacerse corresponsable del malestar y del bienestar colectivo…

¿El estado del malestar es una epidemia silenciosa que no queremos afrontar?

El estado del malestar es el resultado del abandono parcial, del desprestigio ideológico y de la erosión material de las estructuras del estado del bienestar. Este abandono comenzó en las décadas de prosperidad financiera, por una motivación obvia: ¿por qué repartir con nuestros socios si podríamos enriquecernos hasta extremos insospechados? Y de ahí nació esa riqueza indigna ante la que ahora nos rasgamos las vestiduras. Pero el abandono se agudizó cuando estalló la crisis económica: cuando disminuye la riqueza, si no tenemos que repartir lo poco que nos corresponde, sin duda tocamos a más. Eso es la pobreza indigna. Y esta miseria moral se convierte en pobreza política cuando aparecen quienes pretenden capitalizar políticamente el malestar y convertirlo en un negocio electoralmente rentable. Para ello necesitan, sobre todo, que no desaparezca el descontento, porque entonces se les acaba el negocio. Mi libro  investiga cuáles son los ingredientes intelectuales de estas políticas del malestar, tomados del pensamiento político moderno y contemporáneo.

¿Cómo se sale de ese hoyo, si enterramos la filosofía en las escuelas?

El empecinamiento contra las humanidades y contra la filosofía en la educación es verdaderamente un leit motiv incomprensible en nuestro país. El destrozo que se ha hecho en la enseñanza secundaria en este terreno es enorme. No sé si irreversible, pero estoy seguro de que será de difícil arreglo en poco tiempo. Y, evidentemente, ese destrozo se expande a toda la sociedad, cuyo empobrecimiento intelectual se percibe a ojos vista.

¿Se vacían las humanidades y se llenan las consultas médicas?

Hace algunos años surgió la idea de que, si la gente leyese más a Platón consumiría menos antidepresivos. Yo creo que esta idea es fruto de que los contables ya no saben qué hacer con el déficit de la seguridad social y buscan soluciones creativas para disminuirlo… Aun así, insisto: la medicina tiene que aliviar el dolor, porque eliminarlo del todo es imposible. La filosofía, en cambio, no consuela. Si uno lee a Platón, observará cómo lo que hace Sócrates es poner de los nervios a todo el mundo y sacar de quicio a sus interlocutores. Sólo que esta inquietud es pública, y no se cura con pastillas.


En política sólo cuenta resolver la crisis económica. ¿Qué hacemos para salir de esta crisis moral?

¿Qué es una crisis moral? ¿Es cuando la ciudadanía anda desorientada acerca de cuáles son los valores que realmente valen, cuando no estamos seguros de qué es lo justo y lo injusto, lo noble y lo vil? Si se trata de eso, y si lo que se necesita es alguien que señale el camino, responda las preguntas y establezca los valores inamovibles, entonces no se ha de buscar la respuesta en la filosofía, sino en los púlpitos o sus equivalentes ideológicos, esas políticas de la autenticidad salvadoras…

A mí me da la impresión de que en el terreno moral hay poca crisis. Por una parte, la moral del medro está tan aceptada que hasta se propone introducir en la enseñanza secundaria una asignatura para hacer de los niños unos empresarios potenciales, incluso aunque no sepan leer ni escribir. O, a lo mejor, precisamente porque no saben… Y, por otra parte, a todo el mundo se le llena la boca con grandes palabras como "solidaridad", "paz" y "justicia", empezando por los que construyen alambradas, libran guerras y hacen rapiña. Una cosa parecida, por seguir el hilo, es lo que pasaba en la Atenas de Sócrates, que no se hizo tan popular entre sus vecinos por ofrecerles un catecismo moral que les indicase lo que tenían que hacer para obrar bien, sino, al contrario, porque, con sus preguntas, les mostraba la falta de solidez de los valores de cuya seguridad creían no tener sospecha alguna, y les hacía dudar de lo que significa realmente medrar o de en qué consiste la justicia. Sócrates no vino a solucionar ninguna crisis moral, sino más bien a crearla allí donde todo el mundo parecía tener sus principios claros.

¿Por qué decidió dedicarse a la filosofía, cuando era evidente que eso ni daba dinero, ni tenía altavoces?

Cuando decidí estudiar filosofía -en régimen nocturno- trabajaba en una empresa eléctrica y nunca pensé en dedicarme profesionalmente a ello. Lo hacía por puro y simple interés en el asunto. Que luego haya podido ganarme la vida -aunque sea mal- gracias a la filosofía me parece algo milagroso, por lo que no dejo de estar sorprendido y agradecido.

¿Qué autores contemporáneos le han ido confirmando en su decisión de ser filósofo sin miedo al vacío?

Mi interés por la filosofía lo despertaron los pensadores franceses de la segunda mitad del siglo XX: Deleuze, Foucault, etc. A partir de ahí empecé a indagar en la tradición, y me fui desplazando hacia una concepción de la filosofía bastante distinta de la que tenían esos autores; pero, de todos modos, creo que, a pesar de haber dedicado mucho tiempo a Platón o a Spinoza, mi ámbito de reflexión es la filosofía contemporánea, también porque nunca dejo de preguntarme qué significa hoy hacer filosofía o escribir libros de filosofía.

Normalmente, cuando alguien gana un premio gordo es entrevistado en todos los periódicos hasta agotar las preguntas. Cuando el premio es de ensayo y filosofía, ¿suena su móvil?

Suena lo suficiente como para alimentar mi vanidad, que ya es demasiado…

¿Queda algo de responsabilidad social en nuestra concepción del trabajo?

Vivimos en un momento en el que tendemos a rechazar las obligaciones para con nuestros socios, y declinamos toda responsabilidad social por nuestras conductas. Lo malo es que, al rechazar las obligaciones, también rechazamos los derechos, porque vienen en el mismo paquete, y empezamos a buscar algún cauce "mejor que el derecho" para la política. Y eso no suele dar buenos resultados.

¿Por qué corremos como huyendo de lo importante, perseguidos por lo urgente?

Porque somos mortales. Si fuéramos inmortales, estaríamos constantemente dedicados a lo importante y desdeñaríamos lo urgente con olímpico desprecio. Pero no podemos hacerlo, porque somos mortales. Cuando a veces anteponemos lo importante a lo urgente, sin dejar de ser mortales, nos comportamos como si fuéramos inmortales. Y eso sí que tiene mérito. Conseguir un poco de tiempo libre aunque tengamos los días contados: no ocurre muchas veces pero, cuando sucede, es un auténtico prodigio.

¿La política del siglo XXI es mucho tuit, mucha pancarta y poco bisturí?

Mucho tuit -que es un servicio privado, no público-, mucha pancarta -que se lleva por la calle, y no es en la calle donde se hace política-, y no sé si mucho bisturí… En todo caso, la política tiene que ver con el interés público, no con la charanga privada y la pandereta callejera, ni tampoco con el cincel y la maza, como dijo el poeta.

Estos días hemos vivido una crisis inédita –repiten los medios- en un partido clave en la democracia española: el PSOE. ¿Qué reflexión le despiertan estos tsunamis de egos políticos?

¡Qué voy a decir de nuevo sobre este asunto! Es un golpe a nuestro sistema político. Más allá de la cuestión de los egos, el hundimiento de la socialdemocracia es el hundimiento de uno de los pilares del Estado del bienestar, por volver a nuestro asunto, y una expresión clara del estado de malestar, de conflicto permanente y de turbulencia que se ha convertido en nuestra atmósfera política y social.

¿En los partidos políticos quedan ideas?

Sin ideas no se puede hacer política. No digo que tengan que ser muchas, ni muy sofisticadas…, pero tienen que ser claras. Con todo, las ideas suelen estar en el reino de los fines, y no basta con tener una buena idea en política. Hay mucha gente que sigue pensando que la idea de Stalin era buena, como lo era la de la Iglesia católica cuando quemaba a los infieles. Así que los buenos fines no bastan. Como decía Albert Camus, en política los medios justifican los fines.

Usted, que analiza las corrientes filosóficas contemporáneas, ¿ve personas en el siglo XXI que propongan tablas de salvación para no ahogarse en tanta nada?

No me gustan mucho las tablas de salvación o, mejor dicho, desconfío de quienes las ofrecen, sobre todo cuando se trata de soluciones "totales". Si por "ahogarse en la nada" se entiende aceptar la finitud, la contingencia, y la inexistencia de esas soluciones finales o totales, entonces soy partidario de ahogarse en la nada, y lentamente, si es posible. Creo que las corrientes filosóficas contemporáneas son todas deudoras de esta sospecha contra los salvadores, quizá por el impacto del totalitarismo sobre la filosofía de nuestros días.

¿El optimismo es opio? ¿El realismo es repelente? ¿El pesimismo es contagioso?

Una vez escuché a Zygmunt Bauman esta definición, que desde entonces no dejo de repetir: "Un optimista es alguien que piensa que este mundo es el mejor de los posibles. Un pesimista, el que cree que el optimista está en lo cierto".

¿Podemos es política, filosofía, ética, ideología, hartazgo, más de lo mismo, o sofisma?

Es la franquicia española de explotación política del negocio del malestar.

Se nos llena la boca hablando de corrupción política. ¿Pero nos sentimos interpelados cuando leemos que "la moralidad pública en España es baja"?

¡Es que es muy baja!  La corrupción política es la expresión de un problema social de desdén hacia la ley, que afecta también a la dejadez de las administraciones que tienen que hacerla cumplir y sancionar sus infracciones. El uso demagógico y obsceno del tema de la corrupción (cuando nos escandalizamos de la corrupción de los demás, pero toleramos la nuestra) y su conversión en espectáculo periodístico, no contribuye en nada a paliar el problema, que no mejorará mientras siga sumido en el barro de la contienda electoral diaria. Seguramente no nos sentimos interpelados, precisamente por lo bajo de nuestros estándares.

¿La desconfianza engendra sociedades o destruye civilizaciones?

Desde luego, sólo puede haber sociedad si cada uno confía en los demás. Pero esto es imposible si el único motivo de confianza es la buena voluntad. La sociedad nace cuando la ley garantiza esa confianza y penaliza su traición. Las civilizaciones aparecen y desaparecen por motivos más complejos.

¿Tener enemigos debería contar más contra un curriculum vitae que no saber inglés?

Depende de los enemigos. Hay algunos que dan mucho prestigio...

Cuando la política se reduce a lemas y sentimentalismo, ¿estamos de lleno en el régimen de la demagogia?

Cuando la política se reduce a lemas y sentimentalismo deja de ser política. Entendámonos: en la política siempre ha habido lemas y sentimentalismo. No se puede ni soñar en una política sin esos ingredientes. Pero otra cosa es que la política consista solamente en lemas y sentimentalismo.

¿Qué instrucciones propone para resetear la democracia española?

Yo no la resetearía... ¿No fue eso lo que hicieron con los ordenadores de Bárcenas? Creo que en el disco duro hay muchas cosas valiosas, entre ellas la forma que tomó entre nosotros ese pacto entre el centro-derecha y el centro-izquierda que ha permitido treinta años de bienestar político y social. Más bien le pasaría un buen antivirus.

¿Cuándo la ideología supera al sentido común, hemos perdido el norte?

El sentido común es algo que funciona muy bien mientras nadie habla de ello ni lo trae a colación. En cambio, cuando se empieza a poner sobre la mesa es que ya falta, ya ha dejado de ser operativo, y lo que hay entonces es una lucha simbólica por ver quién se apropia del monopolio del "sentido común" y de la "sensatez". Y en ese momento el sentido común empieza a operar de un modo parecido a una ideología, como un paquete de fórmulas verbales intelectualmente vacías que solamente sirve para afirmarnos en lo nuestro y oponernos a los demás.

Si la política se banaliza y la cultura se rinde a los pies de la sentimentalización universal, ¿cómo seguimos adelante sin parecer máquinas de ejecutar?

Que la política se banalice puede significar muchas cosas. Puede significar, por ejemplo, que deje de ser la continuación de la guerra por otros medios, como alguien dijo; que los adversarios políticos no se vean como enemigos bélicos, y que no se piense que el hecho de que ganen los otros unas elecciones es una catástrofe universal. Eso está bastante bien. Por supuesto, también puede significar que se convierta en clientelismo, y eso sí que es catastrófico.

En cuanto a la cultura, habría que especificar a qué cultura nos referimos, porque este término, unas veces significa educación formal, otras, costumbres antropológicas, y aún en ciertos casos se refiere a la llamada industria cultural. En términos generales, la sentimentalización de la cultura es una consecuencia de su reducción a la lógica de los negocios, que priva a los creadores de cultura de las condiciones para producir, divulgar y evaluar con independencia sus creaciones. De todos modos, no nos hagamos demasiadas ilusiones. Ha habido hombres cultísimos que se han convertido en máquinas de ejecutar sin mayores problemas. Este es el defecto del ser humano: que es libre…

Dice usted que la sociedad siempre envejece y la filosofía siempre es nueva. Con estos planes de estudio y este apartheid de las humanidades, ¿estamos condenados a envejecer desesperadamente?

Eso me lo dijo una vez el filósofo Michel Serres, que sigue siendo más joven que todos nosotros a sus 86 años. Se refería, creo recordar, a que, cuando pensamos en los conflictos que Sócrates, Descartes, Hume o Bertrand Russell tuvieron con sus respectivas sociedades, siempre tenemos la impresión de que ellos eran los jóvenes y sus sociedades las viejas. Con el tiempo, ya casi nadie se acuerda de aquel muchacho que presentó una acusación contra Sócrates, o de cómo se llamaban los que intentaban desprestigiar a Descartes, quién fue el que le quitó a Hume la cátedra de la Universidad de Edimburgo, o cuál era el nombre del fiscal que encarceló a Bertrand Russell, como si hubieran envejecido peor que aquellos a quienes combatieron, que aún comunican a sus lectores actuales ese aire fresco que llevaron a sus sociedades envejecidas. Lo mismo se podría decir, seguramente, de quienes hoy practican ese apartheid o amenazan de cierre las facultades de filosofía.

¿Hay más tiranías en la calle de las que aparecen en los titulares?

Sin duda. Para empezar, la tiranía de los titulares… De tener que reducir lo que pasa a titulares, quiero decir…; la tiranía de la tecnología, la de la velocidad… Hay muchas tiranías sociales, pero, a pesar de lo malas que son, no son nada en comparación con las tiranías políticas.

¿Qué es la calle: masas o personas?

Sin duda alguna, al menos desde que existen las grandes ciudades industriales, las calles están habitadas por masas, no por comunidades, como las ciudades antiguas o los pueblos, ni por individuos. Esa muchedumbre anónima de desconocidos que tienen que vivir juntos sin tener nada en común es la imagen perfecta de los firmantes del pacto civil del que nace la sociedad moderna. Allí donde la sociedad tiene éxito, esas masas se convertirán en personas.

Si las redes sociales son catálogos de cuerpos, ¿qué redes sociales estamos tejiendo?

Veo, realmente, poco cuerpo en las redes sociales. Más bien creo que todo su encanto consiste en que en ellas podemos atravesar el planeta como si no tuviéramos cuerpo, como siluetas inextensas, ligeras, sin espesor, que se mueven ingrávidas y sutiles más allá de la muerte. Es curioso, en ese sentido, lo mal que les viene su nombre, porque, ni son redes (su tejido es, como el de la labor de Penélope, una obra que se deshace a medida que se hace, que carece de consistencia y de densidad, que no genera responsabilidades ni compromisos, y en donde una araña no sería capaz de atrapar ni una sola mosca), ni son sociales; más bien parecen el resultado de una cierta descomposición de la sociedad. Sorprende que predomine la imagen de las redes sociales como comunidades o como grupos de amigos, cuando lo que mejor escenifican es la hipertrofia desmedida de un yo hinchado, anómico y anémico.

¿La tendencia es ser más marcas personales que personas?

La moda es una de esas tiranías sociales a las que antes me referí, cuya volatilidad y permanente cambio ocupa -que no llena- el vacío dejado por las confesiones religiosas con vocación de eternidad, que fueron alguna vez el cemento -aplicado a menudo a la fuerza- que compactaba la sociedad. Por tanto, aunque con mucha mayor frivolidad que en aquellos tiempos, sigue siendo un esfuerzo de integración y de pertenencia grupal, mucho más que de diferenciación personal, aunque los tatuajes y los piercings sean hoy como los rituales de una religión desconocida cuyos mitos han desaparecido. Quienes venden las "tendencias" juegan a hacernos creer que ellos conocen el futuro y saben cuál será la "religión" que triunfará mañana. Son, un poco, como los analistas financieros y los asesores empresariales…

Walt Disney grabó a fuego que "la belleza está en el interior". Y sin embargo, ¿sigue triunfado la fachada?

Yo creo que en la letra original de Beauty and the beast, de la factoría Disney, no se dice nunca esa cursilada, aunque se digan otras; tiene toda la pinta de proceder de la pringosa y demagógica versión española. La belleza, por definición, es algo que  brilla, que se exhibe y reluce, que desborda el interior hacia el exterior. Y lo mismo sucede con la fealdad: pienso en el personaje que representaba Orson Welles en Sed de mal, cuya vileza moral y cuya alma corrupta acababan saliendo al exterior en la deformidad de su cuerpo y la bajeza de sus palabras, mientras se hundía en la ciénaga de la maldad. La belleza es la bondad misma convertida en aspecto. Claro que esto exige no confundir la belleza con la medidas 99-63-99, o con los estiramientos plásticos. Hay bestias que, precisamente por ser bestias y no a pesar de serlo, son bellísimas. Lo de la fachada es otra cosa, significa más bien el engaño, dar gato por liebre, ocultar la mercancía averiada.

¿Y qué hace la Universidad para remediar las ignorancias esenciales?

La Universidad es una institución de educación superior, lo que desde la antigüedad significa que desarrolla saberes que tienen un componente teórico, o sea, que aspiran a saber un poco más de cómo está hecho el mundo y de cómo estamos hechos nosotros mismos. Desde la modernidad, es decir, desde la Ilustración, constituye, además de una materialización del estado del conocimiento en cada momento histórico, un instrumento de combate contra la desigualdad social cuando se abre a todos los ciudadanos en igualdad de oportunidades. Naturalmente, eso no quiere decir que en ella se encuentre el remedio contra toda clase de ignorancia y de  maldad. Se puede ser ingeniero y mala persona, filólogo y asesino en serie, filósofo y nazi, o economista y maltratador pero, en cualquier caso, la Universidad rinde un servicio insustituible a la sociedad.

¿La Universidad a la boloñesa es una estafa?

En principio, el descubrimiento de los tecnócratas que idearon el Espacio Europeo de Educación Superior fue que la Universidad podía convertirse en un gran negocio, aunque para ello fuese necesario desmantelar las estructuras de la investigación científica y de la docencia académica. Si esto en sí mismo ya fue muy destructivo, añádanse a ello, cuando llegó la crisis económica, la reducción presupuestaria, la precarización y pauperización del profesorado, etc., etc. Repito: la Universidad no sufre un daño completamente irreparable, pero sí muy profundo y de larguísimo alcance.


¿Cómo se resucita?

Lo primero sería no acabar de matarla del todo, porque todavía queda algo... Hay muchísimo que reformar en la universidad pública española, en su estructura, en su organización, etc., pero los materiales de base con los que contamos -los estudiantes y los profesores e investigadores- son, en términos generales, de una calidad excelente. Sería una enorme estupidez echar a perder esas bases.

¿Y cómo se analiza el malestar social, abriendo decenas de cajones que huelen mal, sin ser tachado de aguafiestas?

Bueno, no hay que preocuparse mucho por aguar la fiesta, ni porque a uno le caigan encima insultos facilones o descalificaciones ideológicas baratas. También puede suceder -al menos eso espero- que uno se encuentre con muchas otras personas que también estaban abriendo esos cajones y aireando su infecto contenido para sanear el ambiente y con las que se puede sintonizar. Profundizar en el conocimiento del malestar contemporáneo es algo que no exige solamente filosofía, sino colaboración de muchas más instancias y disciplinas del conocimiento y de la acción pública.

¿Sin pensar podemos ser felices?

Hay una respuesta aristocrática a esta pregunta, que dio en cierta ocasión Spinoza, y que consiste en comparar la felicidad del sabio, que nace de su propia moderación, con la del ignorante o la del ebrio, "que actúa movido sólo por la concupiscencia". Yo no me siento capaz de ser tan chulo como Spinoza, porque no estoy nada seguro de pertenecer al gremio de los sabios y no al de los ebrios… Por eso me gusta más la respuesta de Kant, que distinguía entre una felicidad digna y otra indigna. La primera es la de aquel que no puede ser feliz sin que el resto de sus congéneres puedan al menos intentar serlo. El caso es que una felicidad sin dignidad es muy poco feliz y bastante bochornosa. Pero una dignidad sin felicidad es sencillamente imposible, al menos para nosotros, que no podemos dejar de aspirar a ser felices, y no solamente buenos. No podemos dejar de pensar al mismo tiempo que perseguimos esa aspiración.

¿Y cómo hacemos para que este contexto social, político, educativo y moral de España-2016 no nos haga infelices prematuros?

Yo creo que el contexto puede, al menos con frecuencia, provocar nuestro descontento, ponernos tristes e incluso enfadarnos muchísimo. Pero una cosa es estar triste, enfadado o descontento, y otra ser un infeliz, un desdichado. Para evitar esto hay que recordar que la felicidad no consiste en el logro de objetivos o aspiraciones personales o colectivas, ni en llegar a alguna meta, cumplir alguna promesa de autorrealización o alcanzar alguna cifra de resultados. La felicidad consiste más bien en reparar en que basta un detalle mínimo, una mirada, una brizna de viento, el aspaviento de un rocín o el capricho de un atardecer, para que se vengan abajo todos los objetivos y aspiraciones personales o colectivas, para mandar a paseo las metas, la autorrealización y las cifras de resultados. Porque la felicidad consiste en eso mismo.


REBOBINANDO

José Luis Pardo es un académico urbano que disfruta escribiendo y que enseña a pensar y a estar, también con el ejemplo de su personalidad. Mirándole a la cara, cualquiera diría que este señor afable y sonriente se ha llevado el Anagrama por esculpir en un ensayo la anamnesis del malestar. Habría que vivir en otro mundo para no ver, escuchar y leer el hasta-el-moño de las calles. Pero su mérito es profundizar en ese desencanto sin levantar la voz y escuchando a los sabios.

Dice Pardo que los filósofos están para plantear problemas, y no para buscar soluciones. Sin embargo, al poner el altavoz en los problemas y ayudar a la reflexión, las plaquetas empiezan su viaje hacia las heridas.

Mientras el Estado del bienestar se dirige al museo, Pardo analiza cómo, en ese trayecto, el populismo anda colocando sus miserias como estandarte político y hace caja con el negocio del malestar. Aunque recuerda que el malestar se cuece en cada casa y se extiende después sin rubor, con complicidad, no siempre con alevosía, y muchas veces por ignorancia.

Pardo habla del empobrecimiento moral de las sociedades de masas, que se convierten en plataformas individualistas llenas de redes sociales que sirven para hinchar el yo con una bomba de helio.

Pardo habla de cuando la dignidad de todos los hombres era un reto, de cuando la política era un arte, de cuando las humanidades estaban en un pedestal, de cuando la socialdemocracia equilibraba la balanza, de cuando el centro era la virtud, de cuando la Universidad era aire, de cuando el arte era arte, y de cuando la felicidad era una aspiración viable.

Y habla de cuando todo eso, que tampoco fue nunca en grado sumo, se fue diluyendo porque nos olvidamos de lo que sufrió el mundo cuando nos arreglábamos a base de egos expresados en guerras mundiales.

Su banda sonora no es la nostalgia. No es ese su tono de reflexión. Y he aquí un filón de su éxito.

Lo de Pardo no es una luz intermitente y chillona, de camión de bomberos que viene acelerado por el fondo del retrovisor porque el mundo ya está en llamas. Lo suyo es una serena voz de alarma.

Este catedrático de Filosofía es de la Complutense alejada de Somosaguas…

No todo es telegenia y carisma en las reconstrucciones sociales. La autenticidad, la seriedad, la honestidad, la libertad y la sonrisa dialogante pueden ser los criterios naturales de la autoridad moral.




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