Un sistema político en el que algo falla
Ahora -cuando se habla y se especula tanto sobre la necesidad de revisar la Constitución y hasta se aboga por el cambio de la forma de Estado y por encima de los hechos bochornosos que se están produciendo- España debería reflexionar sobre la idoneidad del sistema que los permite.
Llegar a gobernar mediante una moción de censura sospechosamente fundada en dictámenes más que dudosos.
Mentir sobre la convocatoria inmediata de elecciones tras esa moción de censura.
Falsear, engañar y concluir pactos que se han ocultado en los programas de partido.
Hacer campañas electorales engañosas y falaces.
Declarar como única y última instancia de legitimidad democrática, las mayorías conseguidas en el Congreso de los Diputados mediante alianzas postelectorales no declaradas previamente.
Amenazar a jueces y tribunales.
Indultar a delincuentes sin más justificación que intereses personales.
Hacer nombramientos derivados del amiguismo y la sumisión.
Imponer el control a los medios de comunicación cercenando su independencia.
Pactar coaliciones alejadas del bien común.
Mentir sin que se deriven consecuencias políticas.
Fagocitar a las instancias de control.
Convertir el Poder Legislativo en un instrumento al servicio de quien detenta el Poder Ejecutivo.
Firmar convenios ocultos a espaldas del Legislativo y fuera de cualquier control parlamentario.
Tergiversar y manipular, de cara a la opinión pública, los resultados electorales.
Gobernar sin haber ganado las elecciones.
Poner constantemente en cuestión la forma del Estado, la Monarquía y la Corona.
Permitir continuos ataques a la unidad de la Nación.
Poner en almoneda principios éticos y morales que han presidido y presiden la civilización occidental y son la razón de ser de Europa.
Gobernar contra media España construyendo muros en dependencia de quienes quieren destruirla y no se sienten, ni quieren ser, españoles.
Por todo ello urge reexaminar el sistema. Porque:
Un sistema que permite colonizar un país a base de votaciones mentirosas y viciadas en origen.
Un sistema que no penaliza de forma inmediata la mentira en la política.
Un sistema en el que es posible hacer caso omiso y transgredir las sentencias de los más altos tribunales de la nación.
Un sistema que tolera el enfrentamiento entre los ciudadanos.
Un sistema que sustenta la toma de decisiones y la conclusión de acuerdos fuera del ámbito parlamentario.
Un sistema que consiente una democracia castrada, basada única y exclusivamente en el sufragio y que excluye el equilibrio de poderes, los contrapesos y la rendición de cuentas de quienes gobiernan.
Un sistema que admite el ataque constante a la lengua común de todos los españoles.
Un sistema que cede ante el ataque continuo a la familia y a los derechos de los padres y de los ciudadanos que recoge la Constitución, privándoles de libertades fundamentales, tales como las de expresión o de manifestación, con prohibiciones y amenazas.
Es un sistema en el que algo falla.
Ahora -cuando se habla y se especula tanto sobre la necesidad de revisar la Constitución y hasta se aboga por el cambio de la forma del Estado, por encima de los hechos concretos, bochornosos e intolerables que se suceden cada día- España debería reflexionar sobre la idoneidad del sistema que los permite.
Porque algo falla en ese sistema cuando -con más o menos precariedad- más allá de los fallos de ejecución y de su legal y constitucional, desenvolvimiento práctico, se otorga, carta de naturaleza democrática, como reflejo de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, a todas las acciones políticas de un gobernante por antidemocráticas y arbitrarias que sean.
La carcajada: Dice Alegría, portavoz del Gobierno de Sánchez: “Ni la propaganda ni la mentira, solucionan absolutamente nada. La gente quiere gestión.