¡Que se besen, que se besen!

Hay empates y empates. Hay empates disputadísimos que se juegan a tope hasta el pitido final y hay otros que suenan a tongo, a pactados. La huelga –o lo que sea- pertenece a este último género.

Lo de menos son las cifras que, ni se saben, ni se las espera, ni se van a saber nunca. Lo de menos son los piquetes, aunque, una vez más, se ha podido constatar que sin piquetes no hay huelga y lo de menos son los discursos de los convocantes. Unos discursos que perfectamente podían haber concursado en el ‘Club de la Comedia’ y hubieran logrado un segundo o tercer puesto con toda seguridad.

Una huelga y unos discursos modernos, progresistas, no ya del siglo XXI sino del siglo XXIV o XXV. Hablando en plata, la cosa no pudo ser más antigua de lo que fue. Si en la Puerta del Sol de Madrid hubiera aparecido en la tribuna de oradores don Francisco Largo Caballero a nadie le hubiera extrañado lo más mínimo, y si en la Plaza de Cataluña barcelonesa, tras una de las barricadas o de las agresiones a los moços, hubiera estado ‘el Noi del Sucre’ tampoco hubiera desentonado.

Pero todo eso es lo de menos, como lo son los gritos en Madrid contra Esperanza Aguirre. Cierto es que ella solita se había puesto en el punto de mira con su batalla en torno a los liberados (ella sabrá por qué lo hizo), pero la verdad es que hacer una huelga general y afirmar que ‘no es contra Zapatero sino contra su política’ suena a eso, a Club de la Comedia. Igual que suena a broma que los dirigentes sindicalistas digan que están muy contentos por la cantidad de jóvenes que integraron los piquetes. Por curiosidad, ¿podría saberse en qué se ocupan y en dónde trabajan los aguerridos y jóvenes ‘informadores’?

Nada de eso importa lo más mínimo. Lo que ahora importa es el diálogo. Ya lo dijo el –en ese momento- ministro de la cosa Celestino Corbacho: ahora, a dialogar. Pues claro que a dialogar, y por eso Corbacho opina sobre la huelga con pies de plomo y por eso el ministro encargado del orden público Pérez Rubalcaba amaneció con tortícolis porque pasó el día de huelga mirando para otro lado, con el cuello torcido.

Y es que las elecciones están ahí y ‘Dios los cría y ellos se juntan’ y, por lógica y además no es censurable, se van a juntar. Y ya se sabía que los que ayer vociferaban, en las campañas que se avecinan van a estar codo con codo con el Gobierno, y había que tener mucho cuidado. Vamos, que había que empatar a cero como fuera.

Pero jugar con las cosas de comer –nunca mejor dicho- les puede costar muy caro a unos y a otros. Los sindicatos tenían que fingir que lo son y, tras años de apoyar la política económica del Gobierno y las medidas laborales de Rodríguez Zapatero sin decir esta boca es mía, se vieron obligados a salir a imitar una huelga general y a buscar un empate que a nadie ofendiera. Y el Gobierno, que ya vislumbra la que se le viene encima, tenía que disimular y que no se notara mucho el tongo acordado con quienes van a ser uno de sus apoyos en las elecciones.

Así las cosas, no quedaba más autenticidad que los piquetes, que los trabajadores que querían trabajar y se enfrentaron a los ‘informadores’, los gritos de los ‘largoscaballeros’, en Madrid o los ‘noisdelsucre’ entreverados de ‘correbous’, en Barcelona.

Porque el resto se estaba besuqueando.

 
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