Que se vayan, que se besen o se disuelvan

Pero que se aclaren. Cuando un partido político pierde dos elecciones seguidas, la recuperación –si es que la hay- es difícil. Surgen las banderías, las ambiciones y hasta las rencillas personales.

Todo eso es normal. Lo que no es tan normal es que no se sepa gestionar la crisis –debería haberse previsto- que siempre existe tras una derrota. Y la mala gestión de esa situación en el Partido Popular comenzó en la misma noche electoral, tras conocerse los resultados.

Además se ha perdido mucho tiempo y, en ese intervalo, se ha dado margen para declaraciones, cabildeos, puñaladas y opiniones que no siempre han sido oportunas. El resultado de aquellos barros son los lodos actuales, que han obligado a Mariano Rajoy a ‘tirar por la calle de en medio’ y dar la impresión –ante la opinión pública- de que la crisis es más profunda de lo que quizás sea en realidad.

Desde que se anunció el congreso, se hablaba en el mismo seno del Parido Popular de ‘dedos’ y de heridas que se cerrarían en falso. La falta de habilidad que ha supuesto convertir las escaramuzas entre Ruíz Gallardón y Aguirre en un enfrentamiento abierto entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y Mariano Rajoy, puede pasar factura a los populares a no mucho tardar.

Con independencia de todo lo anterior y dando por supuesto el derecho de Esperanza Aguirre a presentarse como candidata en el próximo congreso para liderar el partido, tampoco está acertando en las formas. Naturalmente que un político tiene que administrar los tiempos según sus intereses y, además en este caso, estará contando adhesiones antes de dar un paso en falso, pero todo eso hay que hacerlo con celeridad. En las actuales circunstancias cada día que pasa se perjudica más al Partido.

Se hace necesario que Aguirre aclare ya su postura y que se deje de ‘a fecha de hoy’. A fecha de hoy los militantes y los millones de españoles que votaron al PP tienen todo el derecho de saber, cuanto antes, a qué atenerse.

Hacer oposición en estos momentos no es fácil porque cada vez que Mariano Rajoy se enfrente, en cualquier asunto, a Rodríguez Zapatero, el fantasma de la crisis interna de su partido le va a pesar como una losa.

El PSOE y el Gobierno se estarán frotando las manos, y hacen bien. Nunca hubieran pensado encontrarse con una oposición tan debilitada a los diez minutos de conocerse los resultados electorales.

 
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