Semana Santa y laicismo

Viviendo en Madrid y viendo a la gente apiñada y emocionada ante el paso de los pasos me ha venido de pronto a la cabeza Manuela Carmena: un mal día lo tiene cualquiera. La noticia esa de hace unas semanas de que el Ayuntamiento daba lo mismo de subvención a la Semana Santa madrileña que al Ramadán y al Año Nuevo Chino. Y nada de maceros y ordenanzas en las procesiones.

         Eso es típico de un laicismo pleistocénico, que no sé qué quiere demostrar. No importa. La Semana Santa, aquí, en Andalucía, en las dos Castilla,  en Extremadura, en Murcia, en Aragón, en toda España es cosa de la gente, del pueblo. Y allí donde la gente, la familia, se empeña más, como en Andalucía, la Semana Santa lo envuelve todo.

         ¿Qué en Madrid a Carmena le importa lo mismo que el Ramadán? Allá ella. Pero en la medida en que la Semana Santa fuera cada vez más vivida como una fiesta religiosa que cuenta lo esencial del cristianismo, los prejuicios de personas como Carmena quedarían más a la vista de todos. Puede tener la inquina o la alergia que quiera a la Iglesia, pero es la alcaldesa de millones  de personas que  no sienten eso.

         Quizá no se puede esperar más de un Ayuntamiento en el que su portavoz, Rita Maestre,  ha sido condenada por un delito contra los sentimientos religiosos. “Fue hace cinco años”, dice. Pero no es eso. Aquello y lo que ha seguido es una muestra más de un laicismo cojonero.

         Si yo fuera el juez la condena hubiese sido de un tiempo de trabajo social en cualquier las muchas labores de caridad que desempeñan religiosas con la gente más desvalida. Solo para que viera cómo la religión, como mínimo, tiene muchas facetas y que irrumpir en una capilla gritando frases de odio, de verdad, no está bien.

         Cultiven su laicismo lo que quiera, cada uno es libre. Pero  no ofendan a quienes solo quieren vivir su fe; en lo privado y, cuando es el momento, en lo público, como en esas calles repletas de gente en la Semana Santa. Van de “progreso y cambio”  y no cumplen ni lo mínimo humano: “vive y deja vivir”.

 
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