Los ecos de una victoria

En las últimas elecciones presidenciales francesas no se ha renovado sólo el cargo de jefe de un Estado soberano. La victoria de Sarkozy está desencadenando una sucesión de ecos cuya voz entusiasta y potente tiene su origen en el país vecino y en sus circunstancias políticas inmediatas, pero cuyos retumbos se amplifican por doquier: prometida aplicación de reformas sociales y económicas necesarias en el sistema anquilosado de la segunda potencia continental; beneficiosa sintonía ideológica con la primera, regida por Merkel; posible revitalización del entramado institucional europeo; refuerzo verosímil del vínculo transatlántico; contagio positivo de optimismo en las formaciones liberal-conservadoras que aspiran de nuevo a gobernar.

Está claro que los primeros beneficiarios de las medidas propuestas por Sarkozy van a ser los propios franceses. Conscientes del marasmo en que se halla sumida la República, un buen puñado de ciudadanos ha optado por no resignarse a esa «France qui tombe» descrita por Baverez, y ha decidido respaldar un programa de reajustes que asume y proclama los mejores principios de una derecha liberal ausente entre la clase política gala durante varias décadas. «Quiero rehabilitar el trabajo, la autoridad, la moral, el respeto, el mérito. Quiero devolver el honor a la nación y a la identidad nacional», afirmó Sarkozy en su primer discurso, tras conocerse los resultados electorales. Afortunada síntesis de una solidez doctrinal que es de esperar no flaquee tras su designación efectiva como presidente.

Trasponiendo fronteras, la victoria de Sarkozy tendrá también un efecto presumible tanto en la reactivación económica general de la Unión Europea, quizá con un enfoque inspirado por las medidas postergadas de la Agenda de Lisboa, como en el desbloqueo de un tratado constitucional que concibe abreviado y operativo, desiderátum expresado también por la canciller alemana. Por otro lado, una novedad importante desde tiempos del general De Gaulle es la profesión de un atlantismo que pretende hacer compatibles el oropel retórico de la grandeur y un sentido pragmático basado en la colaboración con los Estados Unidos, no en el rechazo a la hyperpuissance desde una pretendida e irrisoria igualdad bipolar.

Por último, el respaldo multitudinario recibido por Sarkozy en unos comicios con altísima participación ha insuflado ánimos en los partidos de la derecha que ahora ejercen la oposición. Se demuestra así cómo unas ideas claras, firmes, defendidas con tesón y coherencia, pueden convencer incluso en un entorno a priori hostil a las recetas liberales como lo es una Francia burocratizada y rehén de los sindicatos inmovilistas. Lógicamente, el Partido Popular se regocija al considerar España como la continuación de un dominó cuyas piezas van cayendo de su lado, pero es ingenuo creer en las meras virtudes de la inercia. Para no desaprovecharla y quedarse en pie, hay que situarse en la trayectoria correcta, al alcance de la pieza anterior. Ése es el toque maestro.

 
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