Bombas sobre la cesta de pan

La guerra en Ucrania afecta a la producción de trigo.
La guerra en Ucrania afecta a la producción de trigo.

La guerra desatada por la invasión rusa a Ucrania tiene una dimensión diferente respecto a otros conflictos: si en algún lejano rincón del planeta dos o tres países se disputan un trozo de frontera selvática, los disparos no interrumpen el comercio internacional y “la vida sigue”. Las bombas rusas, sin embargo, están cayendo, hoy mismo, sobre una enorme cesta de pan. Y el mundo mira: es su pan…

Es muy importante tener en cuenta que Rusia y Ucrania producen, de conjunto, el 28% del trigo que se exporta a nivel mundial, desde siempre se ha considerado a Ucrania el granero de Europa. Pero la incertidumbre provocada por la invasión a una zona tan neurálgica trasciende la geografía ucraniana y trae otras malas nuevas, como que varios países, exportadores tradicionales de alimentos, han tomado nota y están restringiendo las ventas al exterior, tanto de determinados productos alimentarios como de insumos agrícolas.

Es el caso de que Turquía ha suspendido la exportación de carne, aceite vegetal y maíz; Indonesia ha cerrado el grifo del aceite de palma y la India, segundo productor mundial de trigo, ha detenido su exportación, dado que la intensa ola de calor que ha sufrido el país ha dañado los cultivos de cara a las próximas cosechas. La incertidumbre provocada por la guerra ha llevado a varios países a suspender la exportación de alimentos e insumos agrarios esenciales (abonos).

Conjugados estos factores, la situación mundial de la alimentación amenaza con ser un tornado fuerza 5 dentro de un huracán estilo Katrina, y son las casas más endebles las que más se lo sentirán. Al menos 36 países que obtenían la mitad de sus suministros de trigo de las exportaciones ucranianas y rusas no tienen muchas más puertas a las que tocar. Varios de ellos son Estados ya muy agobiados por guerras civiles, como Siria, Yemen, Somalia y la República Democrática del Congo, por lo que están en grave riesgo de hambruna.

Una tenue esperanza parece llegar de la orilla occidental del Atlántico. Quizás, como sostiene un equipo de investigadoras de la Universidad de Illinois y de un instituto agrícola argentino, la guerra en Ucrania impulse a Argentina y Brasil a expandir aun más decididamente su producción de trigo.

El desempeño en ascenso de estos grandes productores de granos es una buena noticia para los países de un continente que es el primero en venir a la mente cuando se menciona la posibilidad de una hambruna: África. Aunque hay diferencias: por el trigo de Brasil habrá que esperar todavía un poco para ver grandes volúmenes. El gigante sudamericano, mayor exportador mundial de soja, carne de vacuno, azúcar, café y naranjas, está despegando aun en el cultivo del mencionado cereal, cuyos altos precios han empezado a seducir a los productores locales, que esperan llegar a los 11 millones de toneladas este año (40% más que en 2021).

Crisis alimentaria de 2008,  similitudes

Los apuros y preocupaciones en torno a alimentos tan básicos como el trigo y otros tienen puntos de contacto con la crisis alimentaria de 2007-2008. En aquel momento, unos precios del combustible al alza –como hoy, con Rusia usándolos como arma de presión– propulsaron los precios de los cereales, que se dispararon además, como en el caso del maíz, por el interés creciente que despertaba su empleo en la producción de biocombustibles.

Asimismo, grandes exportadores de granos, principalmente de arroz, como India y Vietnam, decidieron en aquel momento dejar en casa la producción, lo que causó que, respecto al disponible en el mercado mundial, se efectuaran compras de pánico, la cotización del producto subiera y algunos se quedaran con la mano extendida.

 

El empleo de tierras que hoy están en barbecho en Europa podría contribuir a aliviar las tensiones alimentarias.

A diferencia de entonces, sin embargo –y esto es lo grave–, no había un conflicto entre una superpotencia nuclear y un país mucho más pequeño en una zona tan importante para la producción de cereales –tanto de consumo humano como para pienso animal– y para el tráfico comercial.  Hasta febrero pasado, las condiciones meteorológicas y algún que otro exabrupto social dictaban hacia donde iba la aguja de los precios, pero la guerra del Kremlin ha inutilizado los puertos comerciales ucranianos en el Mar Negro, provocado un éxodo de trabajadores y desestabilizado el contexto rural por tiempo indeterminado.

Ahora, en Ucrania nadie sabe si se podrá cosechar en verano, ni sembrar posteriormente, ni si quedará alguien que coseche o plante en un campo por el que se mueven las cadenas de los blindados, caen bombas y se siembran minas. Además, al anularse todo contacto comercial con el agresor, los fertilizantes, de los que Rusia y su aliado Bielorrusia son grandes productores, han salido de circulación, lo cual se puede hacer sentir con fuerza… en Argentina y Brasil, destinos tradicionales del producto.

¿Hay posibles medidas de alivio?

En abril, en un podcast sobre la inseguridad alimentaria derivada del conflicto, dos expertos de la consultora McKinsey, Daniel Aminetzah y Nicolas Denis, pedían no repetir errores. Una de las medidas sería el cereal que se emplea en la producción de biocombustibles, que de momento podría redirigirse a la red de consumo. “El 18% del maíz a nivel mundial se destina a combustible o a productos bioquímicos –recuerda Denis–, por lo que podríamos replantearnos ese equilibrio, al menos durante un breve período”.

Otras de las medidas posibles pasarían por utilizar las tierras potencialmente cultivables, que hoy están en reposo “especialmente en Europa” por motivos de preservación ecológica. “Hemos reservado –dice– el 10%, el 15% de las tierras en barbecho para fines de biodiversidad. Podríamos acceder temporalmente a esto”.

También proponen, mientras escaseen los fertilizantes, hacer un uso más racional de ellos, y si la crisis se extiende, echar mano de las reservas estratégicas de alimentos. Según cálculos, solo China tendría almacenado en este momento el 69% del maíz de todo el mundo, el 51% del trigo y el 60% del arroz. Pero en Pekín, de momento, de lo único que ha hablado el presidente Xi Jinping es de “incrementar reservas”, nada de emplearlas en aliviar la ausencia del trigo ucraniano y ruso.

Cuesta, no obstante, entender que en estas graves circunstancias haya ganaderos, con elevada tecnología, animales de alta producción y genética, que se están planteando seriamente abandonar la producción de leche por que llevan meses perdiendo dinero, eso cuando hay el riesgo de sufrir hambrunas. De alguna manera, volvemos todos a 2008, expectantes, como entonces, de las decisiones de dos o tres señores: uno en Pekín, otro en Moscú, otro en Nueva Delhi…

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