Marlaska, estatua muda e inmóvil

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, en la sesión de control al Gobierno en el Senado.

El nivel de escandalera y ruido que han generado este Gobierno en la última semana es tal que él, el ministro Grande-Marlaska, ha visto una oportunidad de salir indemne. Confía en que el temporal –su temporal- escampe. Por eso está callado como un muerto. Silente. Estatua muda e inmóvil. Ssshhh. Que nadie me mire.

Y tiene razón: nos hemos quedado afónicos, sin espacio en los medios de comunicación para relatar tanto despropósito y sin adjetivos para calificar los hechos que van saliendo a la luz de la mano de este Ejecutivo.

Es que, efectivamente, Marlaska hoy no parece tan malo: quizás faltó a la verdad sobre una actuación extrema en la valla de Melilla, movió unos cadáveres unos metros en la frontera y cubrió todo con una manta de honorabilidad y diligencia que a punto estuvo de colar.

Él no ha promovido una reforma del Código Penal para rebajar el delito de sedición a la medida de aquellos golpistas que desafiaron el orden constitucional el 1-O en Cataluña. Él no ha empezado a negociar una modificación del delito de malversación para que inaugurar una división insólita entre corruptos buenos (los que desvían dinero público para actividades que yo considero menos dañinas) y corruptos malos (el resto de los mortales).

Finalmente, Marlaska tampoco es el autor de esa infame ley del ‘sólo sí es sí’ que está permitiendo excarcelar a condenados por abusos y agresiones sexuales en sede judicial, por culpa de una norma mal elaborada, que no escuchó a los expertos. Marlaska sale claramente mejorado de la comparativa. Por eso le conviene no agitar mucho las aguas.

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Con un poco de suerte, en unos días todo habrá pasado sin que una sola persona haya presentado su dimisión. Suma y sigue.

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