Por la boca… Sánchez mete miedo: ¡que vienen los brujos!

Pedro Sánchez.

El coronavirus, le sienta bien a Sánchez. Le sirvió para encerrar en casa (de forma dudosamente constitucional) a los españoles mientras colaba de contrabando sus leyes ideológicas. Ahora lo utiliza para quedarse él en casa y no arriesgarse a las inclemencias populares de los abucheos, pitos y solicitudes de dimisión.

Ser un personaje “de miedo” es una frase normalmente encomiástica que se usa para definir a alguien con grandes méritos. “Dar miedo” es otra frase hecha, aunque de naturaleza opuesta a la anterior. Sánchez no es un político “de miedo”, es un político que “da miedo”.

Da miedo su concepto de lo que es gobernar, su idea sobre las coaliciones y compañeros de viaje, su rodillo parlamentario, su ideología antigua pero dañina, sus escarceos internacionales, sus leyes solapadas y camufladas en decretos dictatoriales, su interés por dividir a los españoles en bandos, sus rencores pseudohistóricos, sus ratimagos, su insaciable sed de permanecer en el poder a toda costa y -los que hacen que cunda el pánico- sus últimos coletazos en La Moncloa.

Son miedos etéreos provocados por acciones de gobierno que se terminan, para los ciudadanos, en males sin cuento.

Aquello de las brujas de Zugarramurdi en el Baztán navarro, o las “Brujas de Salem” de Arthur Miller o el “Aprendiz de Brujo” -que no es de lo mejor de Stokowsky- no son nada comparado con los brujos que, al decir de Sánchez, salen de las cuevas, se supone que con puro y chistera y se sacan del bolsillo una fiscalidad de recetas fracasadas.

El coronavirus, le sienta bien a Sánchez. Le sirvió para encerrar en casa (de forma dudosamente constitucional) a los españoles mientras les colaba de contrabando sus leyes ideológicas. Ahora lo utiliza para quedarse él en casa y no arriesgarse a las inclemencias populares de los abucheos, pitos y solicitudes de dimisión.

Y Sánchez se aparece en La Toja, televisión mediante, y para defender su reforma fiscal -por supuesto la mejor de las mejores, en la que él y Montero (la de los impuestos) y naturalmente Bolaños, llevan trabajando años y años, en la que nada es improvisado, que traerá venturas a los españoles y que copiarán todos los países europeos que miran embobados la lucecita de La Moncloa, sustituta de la lucecita de El Pardo que mantenía encendida el general Franco- saca a relucir las brujas, los brujos, las brujerías y hasta a la madrastra de Blancanieves.

Y como no podía ser de otra manera, que diría el cursi de guardia, deja dos perlas que desde el punto de vista de la doctrina económica son dignas de figurar como adendas en su inmarcesible tesis doctoral: 

“Hay que determinar a qué país quiere parecerse España”

 

“A nadie le gusta pagar impuestos”

Y la imagen que llegaba a La Toja, se fue a negro. Negro negrísimo de brujas y brujos, pero sin la categoría de lo goyesco.

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