‘Bouquet’ de aniversario – Un retrato para Venus

Mírenla entrar en los bares como una salva de aplausos: es guapa como la mujer de otro, tiene la suavidad de un huracán, rige el mundo de un golpe de flequillo. Por tener, tiene bonito hasta el nombre de su calle pero si va por los bulevares es por fijar el 'trend'. De pronto es titanio, de pronto almíbar, aleación espiritual de lógica y mandrágora, una revelación en perlas o en vaqueros: en términos dorsianos, puede ser anunciación o apocalipsis, pero lo será sin olvidar un sesgo de finesse.

Hay mil declinaciones de la fascinación y todas las conoce, guapa como una mesa recién puesta o un cesto de cerezas, la gota que rebosa de las uvas moscateles, con las intimidades de noviembre y un primer calor de junio. Diremos que es guapa sin esfuerzo, casi sin querer: sabe incluso ser esquiva o vulnerable mientras define absolutismos del chic en la extensión de una sonrisa. Es otra de las mujeres que pisan fuerte pero quede en honor suyo que suele hacerlo con tacón. De cualquier manera, vive en los ámbitos de futuros y promesas, tan capaz de provocar agitaciones y contracorazones. A veces llama a la contemplación; otras veces llama -con perdón- al abordaje. Paseamos por la calle, repasándola, diciéndola en voz baja como una lección de gramática. Se sienta para dejarnos suspendidos en un rizo de su voz, cosmorama de las gestualidades femeninas, con las uñas siempre bien pintadas y tatuajes-tentación. Hay ahí vislumbres de un encanto hecho aire, la nota de un perfume al claro de la noche, porcelana de la China para las manos de un labriego.

Ella es todas las mujeres, algo del pasado, algo del futuro, el ídolo azteca de la tierra y la ciber-eva del siglo veintidós. Es un culto primario, un alfabeto sin rosetta: una palabra suya bastará para jodernos pero mientras tanto vamos de sus ojos a los puentes de París. Venus pasa y deja un rastro edulcorado de canciones: 'puedes sorprenderme, nunca adivinarme'. He ahí que algunas cosas no cabe comprenderlas sino amarlas.

 
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