Esa cena de Navidad

Lo dicen todos los gurús. La cena de Navidad es el acontecimiento más importante en la vida de un empresario. Una empresa sin cena de Navidad es una empresa muerta. Es el proyecto más importante del año. La gran cita. La gran noche. De ordinario, la cena de Navidad consiste en que usted acude a un lugar inmenso, rodeado de varios miles de compañeros de trabajo, y dedica una media de siete horas ininterrumpidas a comer mucho, beber mucho, y hablar demasiado. Terminada la fiesta, tras ser abrazado y besado en la frente por cada uno de sus jefes en alguna discoteca de moda, usted regresa a casa a cuatro patas, entonando clásicos populares, y coreando consignas contra la competencia. Al día siguiente, se arrepiente de todo. Especialmente de haber intentado brindar para que el 2012 traiga pronto el cese del idiota del nuevo Director Comercial con el idiota del nuevo Director Comercial.

Lo más divertido de la cena de Navidad es que está prohibido hablar de trabajo. Razón por la cual todo el mundo habla de trabajo durante toda la cena. Por lo demás, alejados de las rigideces del despacho, la fiesta resulta extraordinariamente divertida, sobre todo si la comparamos con el entierro de algún ser querido, con aquel terrible accidente de moto en el que perdió todos los dientes, o con el día en que intentó impresionar a sus amigas bailando descalzo sobre las brasas de una hoguera de playa.

En la cena de Navidad, todos los empleados se comportan al revés que en la oficina. Descubrir al señor contable, cincuentón, gritando “¡Pamplona, Pamplona!” con seis polvorones en la boca, resulta enormemente gracioso. Durante los cinco primeros minutos. Algo similar ocurre con la adjunta a la dirección de Recursos Humanos. Su chiste sobre la incapacidad de los varones para hacer dos cosas a la vez funcionaría mucho mejor si no llevara catorce años contándolo en cada cena de Navidad.

En el transcurso de la fiesta posterior al banquete, notará que se le arriman amablemente todos los compañeros a los que usted odia, al tiempo que se alejan las becarias más guapas, que prefieren ligar con los de la competencia, que también están de cena. Esto tendría sus ventajas, si no fuera porque una de las becarias, precisamente la que tiene más predicamento entre los varones de la competencia, es su novia.

La cercanía de la Navidad hace que las diferencias parezcan menores, y que las peleas entre los compañeros queden aparcadas por una noche. Si se esconde durante media hora en el cuarto de baño, podrá comprobarlo usted mismo. De todos modos, recuerde que, si está metido en la cisterna, no debe intervenir en una conversación ajena. Bajo ningún concepto. Ni siquiera por alusiones. Si no es capaz de aguantarse, muerda una tubería o sumerja la cabeza en la cisterna. Pero no abra la boca. Recuerde que cada vez que una cisterna habla, se organiza una reyerta en el baño con varias víctimas mortales. Y la cisterna siempre se lleva el primer bofetón.

La cena de Navidad es como la boda de una ex novia. Salir airoso resulta imposible. Si no va, está usted despedido. Es cuestión de tiempo. Si va, también. También es cuestión de tiempo. Así que lo único que puede hacer es intentar no prolongar la agonía, controlando la ingesta de alcohol durante la juerga. Queda muy mal beber demasiado. Pero queda mucho peor no beber nada. Así que tendrá que ir calculando minuto a minuto. Lo mejor es que anote cada copa con una equis en un pequeño cuaderno. Apunte también las que roba, no sólo las que pide. Y finalmente, al hacer el recuento definitivo, multiplique siempre por dos.

Ha bebido demasiado si cada vez que se acerca a un corrillo, éste se disuelve inmediatamente. Ha bebido demasiado si se le saltan las lágrimas con el estreno del nuevo spot de la empresa. Ha bebido demasiado si el camarero con el que lleva media hora discutiendo es muy alto, muy delgado, no habla, y tiene una bombilla encendida en la cabeza. Y ha bebido demasiado si al contarse los dedos de ambas manos le salen en total siete. Si le salen más de treinta y cinco, la ambulancia está llegando.

En todas las cenas navideñas se produce un hecho milagroso. Según avanza la madrugada, la situación económica de la empresa va mejorando. Está demostrado que uno de cada dos jefes promete un aumento de sueldo a alguno de sus trabajadores entre las dos y las tres de la noche. El sueldo se triplica, en la hora punta de la juerga, las cuatro y media de la madrugada. A esa misma hora, el Consejero Delegado está especialmente receptivo, después de haberse anudado la corbata a la frente como un auténtico siux. Espere a que termine de bailar la danza kuduro con la jefa de personal. Después, mida sus intervenciones. Con constancia, dedicación, y buen whisky, al filo de las seis, será usted el nuevo Director General de la compañía. Disfrute el momento. Porque lo más probable es que ocho horas más tarde resulte despedido. En todo caso, lo peor no será su despedida, sino la resaca, el nombramiento de su ex novia como alto cargo de la competencia, y la retirada definitiva del carnet de conducir.

 
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