Los medios de información y el holocausto

La noticia, de cinco párrafos, aparecía en la página cuatro del diario, entre otras 13 noticias. Era el 2 de marzo de 1944 y la portada del New York Times estaba dedicada a la marcha de la guerra y a otras cuestiones de menor rango; por ejemplo, compartiendo protagonismo con los avances de los aliados en Italia, en portada se publicaba un aviso dirigido a los motoristas para que regularizaran sus cupones de carburante.

En la página cuatro, una información enviada por el corresponsal del diario en Londres daba cuenta de la decisión de la Cámara de los Comunes de conceder 50.000 libras para la Comisión Intergubernamental sobre los Refugiados. Y en el tercer párrafo, siguiendo con el relato de la sesión parlamentaria, el corresponsal señalaba que un miembro del partido laborista había leído un informe del Comité Nacional Judío, “operando desde algún lugar de Polonia”. El informe decía lo siguiente: “El mes pasado calculábamos que el número de judíos en todo el territorio de Polonia era todavía de 250.000 a 300.000. En pocas semanas no quedaremos más de 50.000. En nuestro último momento antes de la muerte, los últimos judíos de Polonia lanzamos un llamamiento a todo el mundo pidiendo su ayuda. Ojalá esta voz, quizás la última voz desde el abismo, alcance los oídos del mundo entero”. Sin solución de continuidad, se informaba tras esto sobre otras cuestiones discutidas por la Cámara de los Comunes.

Laurel Leff, periodista veterana y profesora de la Universidad de Northeastern, describe con detalle en su obra Buried by the Times: The Holocaust and America’s Most Importan Newspaper (Cambridge University Press, 2005) el comportamiento del prestigioso diario norteamericano en relación con la catástrofe judía durante la II Guerra Mundial.

Leff explica cómo desde el comienzo de la guerra en 1939 hasta casi su final, seis años más tarde, el New York Times y otros medios de información trataron la persecución y aniquilación del pueblo judío como una historia secundaria. Informaron, sí, de lo que sucedía. De hecho, desde septiembre de 1939 hasta mayo de 1945, el Times publicó 1.186 noticias sobre lo que estaba pasando con los judíos de Europa. Pero el tema nunca recibió la atención suficiente por parte del diario como para generar un interés que empujara a la acción por parte de la sociedad norteamericana y de sus líderes. Hubo otros diarios que sí informaron de manera destacada sobre la suerte de los millones de judíos, pero ninguno de ellos tenía el prestigio y la influencia del Times. Y por eso, según la autora, la “última voz desde el abismo” nunca llegó de verdad a los oídos del mundo entero. Desde el corresponsal que envió el cable desde Londres hasta el editor que lo leyó, el redactor que lo editó, el jefe de sección que determinó su emplazamiento y el director que lo aprobó, toda la cadena de decisiones en el seno de la redacción del diario falló a la hora de dar respuesta al grito de angustia lanzado por los judíos polacos. Iba a morir un cuarto de millón de personas y otros tres millones ya habían sido aniquilados. Pero el asunto no mereció siquiera un editorial.

Diferentes razones explican esta aparente pasividad que cabe asimilar a la posición de los bystanders, esa multitud de ciudadanos e instituciones que asistieron con la ignorancia propia de la desinformación o, peor aún, con la indiferencia de un mirón, a la aniquilación de un pueblo. Pero más allá de las explicaciones causales, la obra demuestra que cuando un grupo social es percibido y asumido por la prensa como “los otros”, es decir, como un grupo fuera de la esfera de interés de su audiencia, difícilmente obtendrá cobertura mediática adecuada, no importa la magnitud de la tragedia que dicho grupo padezca.

Instituciones de todo el mundo, encabezadas por la UNESCO, han recordado esta semana a las víctimas del Holocausto en la fecha simbólica, 28 de enero, de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. Los periodistas también deberíamos recordar.

 
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