Se habla del suicidio juvenil

Imagen de archivo de una consulta con un psicólogo.

Hace relativamente pocos años tuve oportunidad de hablar de manera distendida e informal con un acreditado médico de un hospital clásico en el centro de Madrid. Le comenté que se hablaba poco del suicidio juvenil aun cuando el tema era de dominio común. Su respuesta no es que me defraudara, pero sí que me sorprendiera la cautela que parecía envolver esta cuestión: no es un tema como para discutir en público o en los medios de comunicación, y menos aún dar cifras que son bastante altas, por el factor seductivo que tiene. Mi argumentación rebatía esa proposición con el razonamiento de que hay temas de los que se no se debieran hablar en medios públicos y sin embargo lo hacen sin el menor recato cuando hay de por medio cierta presión o intereses viciados.

Pero lo que cabe resaltar es que a ese factor seductivo llegan los jóvenes tras unos años faltos de educación o una educación inadecuada cuando no pervertida. Cuando su conducta permisiva ha campeado sin límites y sin objeción alguna amparados por una legislación condescendiente. Cuando la droga y el sexo han saciado e inutilizado sus sentidos. Cuando no han puesto de su parte el más mínimo esfuerzo por desarrollar una tarea ocupacional. ¿Quién no ha escuchado de labios de alguno de estos jóvenes la expresión: “Mientras vivan mis padres tengo la comida y la cama asegurada”?

Es indudable, pues, que en algún momento sientan un vacío existencial y que, a sus quince, veinte o treinta años no encuentren a su alrededor el más mínimo referente positivo, y lo que es más descorazonador: al menos un resquicio de esperanza porque por delante no ven nada más que la nada. Y es en estas circunstancias cuando la sociedad de alguna manera les exige que respeten su propia vida fracasada, cuando han sido martilleados, inducidos y manipulados para que reconozcan que, tras el aborto, la eutanasia o el suicidio no existe más que la futilidad de un “algo” inútil e inservible. Urge, claro está, determinar responsabilidades y, sobre todo, crear un ambiente de esperanza.

 

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