En el andén

Tumbas de orgullo, soberbia y vanidad incapaces de alumbrar la oscuridad de los fosos de gentes a las que consideramos tenemos el derecho de juzgar

Noche.
Noche.

Culminé una semana de bajona con un paseo al anochecer por los alrededores del barrio donde ahora resido y que bordea uno de los cementerios de la ciudad

No existiendo razón especial alguna del porqué de este recorrido, me acerqué no obstante a la verja de entrada donde, de inmediato, se me manifestó nítido el sentido de la vida al dirigirse mí mente al origen y proyección a su término. 

Y fue el silencio que me produjo una sensación de infinita soledad, de tristeza muy grande que me hizo ver como un enorme fracaso el tiempo que empleé aportando muy pocos dividendos en forma del afecto que debiera haber dedicado a mi familia, padres, esposa, hijas y nietos, a estos últimos en intento desesperado por recuperar tanto tiempo perdido. 

También evocó el recuerdo de aquellos con quienes recorrí las veredas por las que transcurrió mí niñez, amigos en algunos casos de juventud cuyos favores recibí en hechos que no palabras y a los que perdí por no corresponderles con un pequeño, un insignificante detalle de afecto y gratitud. 

Y fue así que percibí, posiblemente muy tarde, que llevaba más de 70 años muriendo en un proceso que comenzó desde el instante fui concebido y lo peor, sin haber tenido consciencia que la única salida estaba en la espera del último acto de una tragicomedia de la que todavía, no sé por cuánto, sigo siendo actor. 

Y fue así que también que caí en la cuenta que estos pensamientos eran la consecuencia de una soledad que muy tardíamente empezamos a percibir al cabo de los años y no por las ausencias, sino por el abandono que se nos manifiesta al dejar de sentir nuestra misma presencia. 

Y fue así que al hacerse la noche en ese ambiente de luz tenue que iluminaba aquellos panteones que escuché una mezcla de silencio y voces de aquellos cuya soledad se escondía debajo de las losas, voces que nunca escuché en mí juventud y me llevaron a ser consciente eran más quieres me precedieron, dejando en mí jirones que moldearon mí forma de ser y de vivir. 

Pero la realidad es que todo era polvo, también cubierto por las losas de aquellas sepulturas donde la única forma de vida era el musgo adherido a sus paredes, tan solo recuerdos de muchos que tuvieron que afrontar, sin entender y menos aceptar el momento supremo de entregar a la fuerza lo que en vida tanto valoraron en contradicción de lo que muchos entendemos como redención tardía por creer gozarán de la mismas consideraciones de otros que hicieron más y lo hicieron mejor, ello por no comprender que la "gracia del perdón" no se debe a los méritos sino a la misericordia de un posible e hipotético Hacedor. 

En definitiva tumbas de orgullo, soberbia y vanidad incapaces de alumbrar la oscuridad de los fosos de gentes a las que consideramos tenemos el derecho de juzgar y que, al igual que los demás, esperaron posiblemente inconscientes en el andén de esa estación que conduce a una eternidad oscura, a la penumbra que evoca el recuerdo de tantos y tantos más cuyos espíritus descansan como es el caso de mis padres a la sombra de nuestro castillo que, tanto me amaron y dieron, y a los que nunca en vida agradecí lo bastante.

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