Ibarretxe, nekagarria

Ibarretxe es un “coñazo”, un pesado, un “cansino”, un plomo. Un político inaguantable que, con independencia de sus planteamientos políticos, es eso, nekagarria, aspergarria  o si lo prefieren, astuna.

Ahora vuelve por sus fueros y retorna a sus manías. ¿Se acuerdan del “latazo” de aquel plan con el que se venía a Madrid cada dos por tres para presentárnoslo? Pues estamos en la segunda edición.

Ibarretxe tiene un plan y en vez de guardárselo para sí mismo o, como mucho, contárselo a sus amigos o recitarlo en el Euskadi buru batzar –que sería lo sensato- se cree en la obligación de llevarlo por esos pueblos de Dios. Y en esas estamos. La que nos espera, porque cuando Ibarretxe coge un tema ya no lo suelta. Son formas de ser.

Es comprensible que el Lehendakari -últimamente rascaba pocas bolas y salía poco en los “papeles”- comience a pensar que así no puede seguir y que Imaz se le está subiendo a los titulares.

Josu Jon Imaz parece un hombre más sensato, más prudente, con los pies más asentados en el suelo, con miras más abiertas y, sobre todo, es muchísimo menos plomo que Ibarretxe.

Simplemente el ver al inquilino de Ajuria Enea dispuesto a hablar o en las escaleras de la Moncloa dando la mano al Presidente produce escalofríos.

Es muy de agradecer ese afán de discreción y de pasar desapercibido que tiene el político nacionalista. Eso de que no quiera dar tres cuartos al pregonero es estupendo sobre todo para los que tienen que escuchar al pregonero. Lo que pasa es que se reúne en silencio en la Moncloa con Zapatero -se supone que hablan por señas para no violar la discreción- y, nada más llegar a Vitoria, convoca a la prensa y nos suelta un auténtico rollazo sobre la discreción y dice cosas tan atractivas como que la reunión no fue discreta por azar, sino porque Zapatero y él quisieron que fuera discreta. Toda una explicación. Una explicación bastante plomo.

Lo de menos es ese afán “puntualizador” que tiene con lo de vascos y vascas, ciudadanos y ciudadanas, amigos y amigas y compañeros y compañeras, que a todo se acaba acostumbrando uno, lo peor es que es un pesado, un plomo, un “coñazo”.

Un auténtico nekagarria. Y eso es imperdonable y como diría Blanco hay cosas que no se olvidan.

 
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