El virus de la abstención

            Ahora que todos los días seguimos con especial atención los contagios por el virus del Ébola, hay otro virus que también se está extendiendo, que es el de la abstención política.

            El virus del Ébola tiene graves perjuicios para la salud, pero el virus de la abstención también los tiene para la salud democrática, para la participación responsable en la vida pública.

            España parece dividida en tres bloques ante próximos comicios electorales: los que tienen pensado abstenerse ante la oleada de corrupción en los partidos políticos, los que seguirán votando al partido que habitualmente han votado en otras ocasiones, y los que prefieren votar a otro partido político para “castigar” al partido que en otras ocasiones han votado, como es el caso de Podemos y puede serlo el de Vox, en este caso por el fraude electoral de Mariano Rajoy sobre el aborto a quienes votaron al PP. Entre los que quieren “castigar” al partido que han votado en el pasado, figuran votantes desencantados del PP, del PSOE y de CiU, por motivos que no es preciso recordar.

            El desencanto ciudadano es evidente. La palabra “desafección” de los ciudadanos respecto a los políticos es demasiado suave e insuficiente: hay indignación, asco, repulsa. Se veía venir,  y los políticos están reaccionando muy tarde y de modo insuficiente, para recuperar la confianza de los ciudadanos.

            Con este clima, son muchos los que ahora dicen que se van a abstener en las próximas elecciones autonómicas y municipales, y en las generales. Todas ellas en 2015.

            La abstención como decisión razonada, o el voto en blanco, hay que respetarla, aunque soy partidario de que elijamos a los gobernantes, no cayendo en el pasotismo o la queja sin aportar soluciones.  Votar al partido que más refleje nuestro modo de pensar, o promover un partido nuevo, o una candidatura nueva.

            Cuando hablo del “virus” de la abstención, que sigue extendiéndose – las tarjetas B de Caja Madrid y Bankia salpican a militantes del PP y del PSOE, a empresarios, a sindicalistas-, me refieron a la actitud cansada de dar por imposible una mejora en el gobierno municipal, autonómico o estatal. Ese tipo de abstención es pasiva, se alimenta y difunde el desánimo, y puede conducir a situaciones políticas que asombren a quienes piensan abstenerse.

            Pese a todos los casos de corrupción política que se han ido destapando - ¿cuál es el penúltimo?-, pienso que es un momento crucial de reflexión, de compromiso y de acción.

            Se habla de la necesidad de caras nuevas en la política. ¿Dónde están los dispuestos a serlo, si no deja de oírse que “no quiero que mi hijo se dedique a la política”, o “mi marido lo haría bien, pero es repugnante ahora dedicarse a la política”?

 

            Si se piensa que vale la pena regenerar la política, no parece el mejor camino abstenerse, sino comprometerse. Aunque también hay que escuchar a quienes dicen que se van a abstener como paso previo para comprometerse: vamos, que conviene que el barco se hunda, antes de fletar uno nuevo. Muy arriesgada me parece esa postura.

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